Ya van 26 y siguen sordos de un pie

La deuda climática que soportan los países no industrializados es tremendamente injusta, ya que sufren las peores consecuencias del cambio climático, mientras que ellos no han sido los principales responsables del problema.

Luis Miguel Sánchez Seseña

«La historia es un síntoma. El diagnóstico somos nosotros» (Mao Zedong)

La Revolución Industrial supuso una transformación radical en nuestra relación como seres humanos con el medio ambiente, y el pistoletazo de salida de los graves problemas ecológicos que hoy sufrimos. Y desde principios del siglo XX, el petróleo –con todos sus derivados y compuestos- es la piedra angular del sistema, contribuyendo de manera estelar al caos ecológico en el que vivimos. Un suspiro (quizás letal) en los cientos de miles de años de historia de la humanidad en el Planeta.

Una COP –o Conferencia de las Partes– es una cumbre anual que organiza la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). El 26º período de sesiones de la Conferencia de las Partes (COP 26) está teniendo lugar en estos días en Glasgow (RU). Esta cumbre sobre cambio climático de la ONU llega en un momento clave: los científicos han advertido que el tiempo para frenar el aumento de las temperaturas globales y evitar sus catastróficas consecuencias se está acabando. Tic-toc-tic-toc…

Tras casi dos años sin negociaciones sobre el clima debido a la pandemia –la última COP fue en diciembre de 2019 en Madrid– el objetivo a establecer, conforme a las advertencias de la comunidad científica, sería fijar medidas ambiciosas que limiten el aumento de la temperatura global por debajo de los 1,5ºC o 2ºC respecto a los niveles preindustriales. El clima está cambiando, y muchos de sus efectos ya son irreversibles, con independencia de lo que se haga a partir de ahora. Adaptarse a esos impactos debería ser otra de las claves de la COP 26, con el compromiso de los gobiernos de proteger y restaurar los ecosistemas dañados por el cambio climático.

Más de 400 jets privados llegaron hace unos días a la ciudad escocesa cargados de líderes mundiales y ejecutivos de negocios de los países industrializados (que han emitido más de 13.000 Tm. de CO2 a la atmósfera). Sin embargo, el desigual acceso de los países a las vacunas contra el Covid19 y las restricciones de viajes y estancias han dificultado la asistencia de muchos, sobre todo de países del Sur.

JUSTICIA CLIMÁTICA

El cambio climático es un hecho. Como lo es que hay personas y países más responsables de su existencia y otras personas y países, que sufren más sus nefastas consecuencias. Las injusticias socio-ambientales causadas por los países industrializados al Sur van en aumento. En la actualidad la deuda climática que soportan los países no industrializados es tremendamente injusta, ya que sufren las peores consecuencias del cambio climático, mientras que ellos no han sido los principales responsables del problema.

Los habitantes de los países del Sur (como concepto más político que geográfico) así como la clase trabajadora precarizada y con bajos ingresos en los países ricos del Norte ya han soportado demasiado la carga dañina de la extracción de combustibles fósiles, del transporte, de la producción y de sus residuos.

El sistema funciona creciendo infinitamente, devorando recursos no renovables y produciendo desechos y polución por doquier, en un bucle pernicioso para el planeta y la vida ( véase https://contrainformacion.es/la-paradoja-del-crecimiento-economico/). El parón producido por la pandemia ha puesto en evidencia las debilidades del capitalismo globalizado. El encarecimiento de la energía (el peak oil , se extiende al gas, petróleo, carbón, uranio) y por ende de los precios de bienes y servicios en general, la falta de mano de obra en oficios (working class), y las tensiones en las cadenas de suministros, hacen vislumbrar desabastecimientos (incluso colapsos) de mercados y productos, que “entorpecen” el objetivo de cualquier economía de seguir incrementando anualmente las tasas de PIB. Son microinfartos del sistema.

¿Nos adentramos, por tanto, de cabeza a un futuro distópico de tintes apocalípticos? Es difícil que lo que conocemos como Civilización occidental reaccione de forma colectiva y solidaria ante este problema común, que tendrá costes irreversibles para todos. Son muchos los intereses y los lobbies de presión que frenan los necesarios cambios estructurales. Tampoco ayuda la cada vez más hegemónica moral protestante individualista (no la cristiana solidaria) que santifica al capital y al neoliberalismo económico.

Parafraseando a Marx, nos encontramos inmersos en un estado de «subsunción real» o ausencia de conocimiento de estar siendo explotados y a la vez ser parte integrante del sistema creado. El ruido estrepitoso del día a día (¡nos acercamos al Black Friday y hay que hacer compras!) no nos deja escuchar el mensaje agónico de la madre Tierra.

La Cop26 no servirá de mucho. A lo sumo, para establecer algunas promesas vagas y vacías. La adolescente activista sueca Greta Thunberg lo ha resumido muy gráficamente en la coletilla “bla, bla, bla”. Poco o casi nada se avanzará en poner coto al ecocidio que vivimos.

Resumiendo, como recogía el titular en portada del último número de la revista “El Jueves”: Nos vamos a la mierda. El personaje de la viñeta que ocupa la página, asombrado, se decía a sí mismo:
-Pero si reciclo, he puesto un panel solar y he dejado de comer carne.
-No entiendo que hago mal…

Como él, ingenuos bienintencionados que intentan aportar su granito de arena (y de paso lavar sus conciencias) hay muchos ciudadanos. Pero también están los pintaverde, que apuestan por perpetuar el sistema dando un brochazo de color esperanza sin entrar en la raíz del problema (automóviles eléctricos y economía circular como la panacea). L@s tecno-teológicos, aquellos que profesan una fé ciega en la tecnología –ya se inventará alguna máquina-robot que arregle todo este desaguisado-. L@s negacionistas, del cambio climático, de la pandemia COVID o del holocausto nazi. L@s ineducados, esos del me la suda todo, mientras anden ellos calientes, … y al fondo en la tramoya, los malos-malotes, los HDP que solo piensan en el poder y en el dinero, pasando por encima de cualquier vida que no sea la suya. Toda una legión a convencer.

La crisis climática es una forma más de la desigualdad estructural del sistema capitalista. Sólo podremos avanzar en una verdadera transición ecológica si primero combatimos la pobreza y diluimos la concentración de riqueza. Se trata de entender, asumir y defender la idea de “una comunidad de destino común”, es decir, un hogar compartido para toda la humanidad. La idea de que todos estamos en el mismo barco exige pensar en el bien común, en lo colectivo, en el otro/diferente, y en poner la Vida -en el único planeta que conocemos que existe- en primer lugar.

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