Cuando el calor nos aprieta

«Cuando no queden árboles que talar,
cuando no haya animales que cazar,
cuando el agua esté contaminada,
cuando el aire no se pueda respirar,
solo entonces sabréis que el dinero no se puede comer”
(Profecía de los indios Cree)

Luis Miguel Sánchez Seseña, economista

La ola de calor que estamos sufriendo en este mes de junio (la más intensa y larga de las últimas décadas, con temperaturas por encima de la media y que alcanzan en muchas ocasiones los 40 grados y más) suponen una evidente anomalía para esta época del año, que se traduce en la anticipación del verano, saltándonos la primavera. El calentamiento global del planeta ya no es solo una advertencia de científicos y ecologistas, se ha convertido en una evidencia para el común de los mortales.

Bueno, no para todos; sigue habiendo tontos negativistas que se empeñan en negar un hecho a pesar de las evidencias que demuestran su realidad. Hasta estos sufren las consecuencias del calor extremo en las noches tropicales y en las asfixiantes siestas, ahogándote en tu sudor, estrés térmico. Pero, no hay problema, tienen la solución: más aire acondicionado y frigorífico a tutiplén, bañito en la piscina del cuñao, y ropa clara modelo ibicenco. Para salir, coche con climatizador, centro comercial o visita a alguna Iglesia fresquita.

Lo de la emergencia climática, no les suena ni de lejos. Hablarles de desertificación, de erosión de los suelos, de contaminación de las aguas, de polución del aire, de destrucción de ecosistemas, de pérdida de biodiversidad, de sequías, olas de calor, deshielo de glaciares y aumento del nivel del mar, incendios de masas forestales, fenómenos meteorológicos extremos, calentamiento global… se las traen al pairo, dicho en román paladino: –Ande yo fresquito con mi cubata en la mano…

Cuando hay un cambio en el hábitat – como el que estamos viviendo-automáticamente se traduce en un aumento de las enfermedades en todo el mundo. La pandemia del Covid solo ha sido un aviso.

Más guerras por todo el mundo: Los conflictos se producen por el control de los recursos naturales que están disminuyendo día a día.

Hambrunas, éxodos migratorios masivos, refugiados. Colapso humanitario. En marzo, el Programa Mundial de Alimentos de la ONU preveía que en caso de que el conflicto no hubiera terminado a finales de mayo, otros 47 millones de personas pasarían a estar en situación de inseguridad alimentaria en todo el mundo. Ya se ha cumplido el aviso.

La guerra de Rusia contra Ucrania ha perjudicado la comercialización mundial del trigo, maíz y aceite de girasol. La crisis alimentaria mundial se agrava con la falta de suministros de fertilizantes. Además, la guerra y sus implicaciones, provoca el alza en el precio de los combustibles, así como sobrecostes de fletes por las restricciones fronterizas en varias zonas donde se desarrolla el conflicto armado. El tablero geoestratégico de relaciones económicas internacionales se complica.

La crisis del pospetróleo y el “peak oil” o pico del petróleo -la máxima producción de petróleo que se puede alcanzar, para pasar a un posterior declive de producción- ya está aquí.

Y la anunciada “transición ecológica” llega en mal momento: se avecina lo peor de la crisis climática y medioambiental, cuando menos energía y recursos vamos a disponer para amortiguarla.

Las empresas energéticas tradicionales ven en este marco el caldo de cultivo perfecto para plantear reducciones en las condiciones laborales de sus trabajadores, desmontando sus convenios.

A todo esto, habría que añadir el deseo de autonomía y seguridad energética de los países europeos, vistas las consecuencias económicas provocadas por las sanciones comerciales y financieras impuestas a Rusia. ¿Paneles solares y aerogeneradores por doquier para abastecer a un parque de automóviles eléctricos y, por supuesto, más aire acondicionado y electrodomésticos? ¿Alguien piensa que realmente esta es la solución?

Pese a todo, los datos macroeconómicos tradicionales no son tan malos como podrían parecer, dadas las circunstancias. Sin embargo, existen efectos económicos preocupantes como el marco general de inflación galopante, la subida de los tipos de interés anunciadas por el BCE, o el aumento de las hipotecas.

Habría que añadirle más nubarrones: escenarios presupuestarios donde se apuesta por un incremento en gasto militar ¿a costa del gasto público en educación, sanidad, prestaciones sociales?

Mientras, los salarios pierden poder adquisitivo y las personas trabajadoras se empobrecen. La actualización de las pensiones se pone en entredicho. Y las burbujas financieras y tecnológicas campan a sus anchas.

Y de toda esta barbaridad, ¿saben algo las generaciones venideras? ¿Les hemos dicho –con crudeza- el planeta que les vamos a dejar? A lo peor, el mundo apocalíptico de Mad Max no está tan lejos. Ojalá solo lo conozcamos en el cine; y que la profecía del pueblo Cree, se quede en otra más de las muchas incumplidas en la historia. Crucemos los dedos.

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