Por María Seráns
“Si realmente quieren saber sobre lo que voy a contarles, lo primero que probablemente querrían saber es dónde nací, como fue mi miserable infancia, y a qué se dedicaban mis padres antes de tenerme, y toda esa basura a lo David Copperfield, pero, para ser sincero, no tengo ganas de meterme en eso.”
J.D. Salinger, “The Catcher in the Rye”
Esta cita de la que durante mucho tiempo consideré mi obra literaria favorita en lengua inglesa (afortunadamente he dejado de hacer ese tipo de consideraciones absurdas), se usa habitualmente como ejemplo de alusión, una de las formas más comunes de intertextualidad o, para ser más exacta e inclusiva, de transtextualidad, concepto clave en la película que nos ocupa, pues el director y guionista Todd Field nos regala un maravilloso ejercicio de polifonía textual.
No en vano, en una de las escenas de la película, la protagonista, Lydia Tár, compositora y directora de orquesta en la cima de su carrera, magníficamente interpretada por Cate Blanchett (flamante ganadora gracias a este papel de la Copa Volpi y el Globo de Oro), mantiene una conversación con uno de sus maestros en la que se discute el concepto de pastiche, y esto es precisamente lo que encontramos en Tár.
Con planos que recuerdan a maestros del cine, y en un interesante diálogo con el público, Field elabora un pastiche en cuya primera parte, al igual que yo he intentado hacer en la introducción de esta reseña, nos obliga a “auto categorizarnos”, a ser conscientes de nuestros privilegios (o falta de ellos), porque para mi la película va de eso, de privilegios.
El grupo de privilegiados que, como yo, hayan tenido acceso a estudios superiores, o tiempo suficiente para dedicar a la lectura (o a la cultura en general) y ser autodidactas, entenderán a la perfección los conceptos que manejo al inicio de esta reseña, aunque no es necesario conocerlos para saber qué opinión me merece la película, que probablemente sea el objetivo buscado.
Del mismo modo, no creo que Field espere que entendamos, ni siquiera que conozcamos, las innumerables alusiones y referencias (sobre todo a obras y autores de música clásica), puesto que no es necesario para disfrutar de la película (aunque si se dispone de ese “privilegio” se disfrutará más); de hecho, los diálogos son tan ágiles que estoy convencida de que muchas de esas referencias pasan totalmente desapercibidas incluso para quién las conoce.
Como decía, yo las enmarco en ese diálogo del director con el público, que comienza colocando los títulos de crédito al principio y culmina con una frase final (pronunciada por una voz en off) que invita a la reflexión ética y moral; por lo que además de cine, música, literatura, fotografía… la filosofía también está presente en esta obra, y lo que algunos críticos han tachado de “ínfulas” por parte de su director son, desde mi punto de vista, mecanismos de transtextualidad utilizados con una maestría desafortunadamente poco habitual hoy en día.
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