“Suro”, una pareja ante la amenaza del incendio

La película surge de la propia experiencia del director, que trabajó como temporero en la recolección del corcho en el norte de Girona, después de haber estudiado Comunicacion en la Universidad Pompeu Fabra.

Por Angelo Nero

El director donostiarra Mikel Gurrea, autor de un puñado de interesantes cortometrajes, como “Txoria” (2013), “Foxes” (2015), o “Heltzear” (2021), ha elegido la comarca catalana el Ampurdán, como inquietante escenario de su primer largometraje, “Suro”, el nombre catalán del corcho, que es también uno de los personajes principales de esta atractiva apuesta cinematográfica, una nueva mirada hacia el mundo rural, que sigue la estela del éxito de “As bestas”, de Rodrigo Sorogoyen, y “Alcarràs”, de Carla Simón, aunque con unos planteamientos, tanto argumentales como estéticos, muy alejadas de estas.

Suro” es un drama rural, pero también un thriller, y hasta tiene un cierto aire de western, en el que una pareja, Elena e Iván, dos jóvenes burgueses y urbanitas, a los que dan vida Vicky Luengo y Pol López, abandonan Barcelona -”que se la queden los turistas”-, para comenzar una nueva vida en una vieja masía en medio del bosque, que ella hereda, con la intención de reconstruirla, ya que ambos son arquitectos, y de aprovechar la finca de alcornocales que también les ha legado su tía, para intentar vivir de la explotación del corcho.

La película surge de la propia experiencia del director, que trabajó como temporero en la recolección del corcho en el norte de Girona, después de haber estudiado Comunicacion en la Universidad Pompeu Fabra, en un momento en el que él, como el protagonista del film, también aceptó la propuesta de su pareja de entonces, para trabajar en algo físico y donde se encontró con un puñado de sensaciones que describió así: “ves todo el bosque crecer lumínicamente y a nivel de temperatura, cómo progresa a lo largo del verano, esos árboles que dependiendo de cómo los mires pueden parecer cuerpos sin piel, esculturas. Ahí descubrí un mundo muy rico en sonidos y en texturas, que yo no había visto nunca filmado y que yo intuía que podía ser muy cinematográfico.”

La escena inicial de la película, en un fantástico baile entre Elena e Iván que rezuma sensualidad y complicidad, pero donde se atisba también una cierta lucha por quién lleva el paso, nos anticipa una historia en la que los deseos colisionan, el de tener un niño y el de construir una casa, en el que aparentemente están de acuerdo, pero no tanto en el cómo. No tardan en aparecer las tensiones entre la pareja, Elena hace notar que es la dueña de la casa, e Iván, con su masculinidad herida, se une a la cuadrilla que pela el corcho. También aparecen las tensiones entre los trabajadores locales y los temporeros magrebís. Y todo esto con la constante amenaza de la tramontana, ese viento que puede convertir un pequeño fuego en una réplica del apocalipsis. Todo ello crea una atmósfera asfixiante, con diálogos afilados como cuchillos y silencios que abren grietas difíciles de salvar.

Iván y Elena defienden su proyecto de vida, pero no a cualquier precio, y los dos van intercambiando los roles según avanza la película, sobretodo a raíz de la aparición de un joven temporero marroquí, al que acogen en su casa, y que acentúa sus contradicciones, entre lo que le dictan sus ideales progresistas y lo que le obliga la realidad a asumir, para cumplir los plazos de la recolección del corcho y poder hacer la necesaria reforma de la casa. Aquí la película no solo habla de la crisis de una pareja, sino de la de una sociedad, de la lucha eterna entre el capital y el trabajo, entre los derechos de los trabajadores autóctonos y los foráneos, entre la despoblación y la emigración.

El paisaje, deliciosamente retratado por la fotografía de Julián Elizalde, envuelve a los personajes en un marco que, a la vez de ser fascinantemente bello, es también abiertamente hostil, y en el que deben aprender a moverse, si quieren salvar su proyecto de vida, su relación, y la relación con su entorno, natural y social, aunque para ello deben deban desprenderse de su corteza, de quienes eran al llegar a ese lugar, mientras sobre ellos pende siempre la amenaza de un fuego que puede arrasar con todo.

Recojo, finalmente, antes de recomendar la película, como una de las apuestas más originales del cine español de esta temporada, las declaraciones del director, Mikel Gurrea, en El Contraplano, sobre lo cinematográfico que tiene la recogida del corcho, que el retrata con espíritu etnográfico en “Suro”: “Esto sólo se da en verano, por lo que empiezas a las 05:30 aproximadamente porque el bosque tiene que estar fresco. Y entonces los los peladores afilan las hachas y a eso a nivel sonoro tenía mucha potencia. Luego entran en el bosque espeso, empiezan a pelar esos árboles y el interior de los árboles es como de un color rojizo que depende de con qué volumen de luz lo veas pueden parecer esculturas o pueden parecer cuerpos sin piel. De repente el bosque va pasando a tonos morados, se va encendiendo y aquello acaba siendo un polvorín porque hace mucho calor en verano, tanto que al mediodía ya tienen que dejar de currar porque no pueden porque el calor es demasiado intenso y eso así cada día.”

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