Sonidos del Karabakh, el eco del corazón de Armenia

El film es una mirada honesta a la segunda guerra del Karabakh, que se resolvió en poco más de un mes, entre el 27 de septiembre y el 10 de noviembre de 2020, con la victoria de Azerbaiyán.

Por Angelo Nero

Participé en la guerra desde el primer momento. Fui herida varias veces. Esta es la tercera guerra en la que he participado. La guerra, en general, se ha dado en el aire. He visto con mis propios ojos cómo esos drones disparaban sobre nuestros equipos, cómo destruían unos cuantos de una sola vez, cómo el avión chocaba con las bombas de racimo, y cómo los cadáveres se despedazaban delante de mis ojos. Sobre esta guerra, he llegado a la conclusión de que estaba pactada, vendida. Nosotros tenemos buenos soldados, fuertes, pero no me imaginaba que se pudiera dar una guerra como esta. No. No está preparado. El ejército que tenemos ahora no está preparado. ¿Queda siquiera un ejército? Las generaciones del 2000 al 2002 ya no están.”

Con estas palabras de la francotiradora Karine Aghekian, de 63, una de las últimas resistentes de Aghavo, en la región de Lachin, que se negó a abandonar a pesar de estar totalmente rodeada por las tropas azerís, comienza el documental de la productora 14 milímetros, dirigido por Laura Lavinia y Roberto Rodríguez, “Sons of Karabakh”.

El film es una mirada honesta a la segunda guerra del Karabakh, la primera tuvo lugar entre febrero de 1988 y mayo de 1994, y al contrario de esta se resolvió, en poco más de un mes, entre el 27 de septiembre y el 10 de noviembre de 2020, con la victoria de Azerbaiyán, que obligó al gobierno de Nikol Pashinyan a firmar un armisticio, con la mediación rusa, por el cual la República de Arsakh perdía las tres cuartas partes de su territorio, incluida la segunda ciudad en importancia, Sushi.

Con exposiciones precisas sobre el conflicto, sobre sus orígenes y consecuencias, como las del historiador y científico político Armen Ayvazyan, que nos sitúa en esta guerra olvidada del Caúcaso, que parece muy lejos de haber escrito su último capítulo, o la visión de quienes, como Eduard Dilanyan, vivieron las dos guerras sobre el terreno, la segunda cuando ya había cumplido los 66, o del también veterano Zaven Marutyan, que estuvo en la primera cuando apenas tenía 17 años, y que perdió una pierna en la segunda. Todo ello intercalando imágenes reales de la agresión azerí, y declaraciones amenazantes de Erdoğan y de Aliyev, los sátrapas que dirigen “una nación, dos estados”, como les gusta afirmar, y que están realmente conjurados para destruir al estado y a la nación armenias.

Recoge este documental también el testimonio de desplazados de guerra, como Bella, con quien recorremos las calles bombardeadas de Stepanaker, la capital de la República de Artsakh, o de médicos como Grigori Arustamyan, que nos habla de las terribles condiciones en las que tuvieron que atender a los miles de heridos que venían del frente, de un conflicto no deseado por los armenios, que se cobró 5.000 víctimas. Otro de los desplazados, Gor, nos canta una antigua canción armenia, para recordarnos el genocidio de un pueblo que comenzó en 1915, ante la mirada indiferente del mundo, y que continua hoy en día, con la misma indiferencia de una comunidad internacional que solo escucha a sus propios intereses.

La periodista Anush Ghavalyan también acusa a ese mundo ciego y sordo ante la agresión turca: “¿Sabé que? Cuando hay una guerra, hay una cosa que pasa por tu mente constantemente. Cuando están disparando, cuando los drones te sobrevuelan, hay una sola cosa en tu mente: esta guerra tiene que pararse. Este derramamiento de sangre tiene que pararse. Y todos aquellos que tengan algún tipo de influencia, con esto me refiero especialmente a las grandes potencias, a estas que puedan llamar a estos mismos países, que puedan hablar con ellos, estas deben hacer lo posible para que, por lo menos, se pare la guerra.”

Cuando la escuchaba no podía dejar de recordar las palabras que, hace tan solo unos días, nos enviaba nuestra querida amiga Lala Grigoyan desde Stepanaker, cuando le preguntábamos por la situación actual: “Los hombres aquí se han puesto los uniformes militares y voluntariamente han ido a proteger nuestras tierras y nuestra gente, están moralmente preparados, sin embargo, ir en contra de los turcos es irreal. El mundo debe reconocer nuestra patria, nuestra pequeña tierra sufrida…” Esta sufrida tierra armenia que nos llega ahora hasta nuestras pequeñas pantallas gracias a trabajos tan bien realizados como “Sons of Karabakh”, de las manos de Laura Lavinia y Roberto Rodríguez y de la productora 14 milímetros.

Si el gobierno se hubiera encargado del ejército, no habríamos llegado a esta situación. El gobierno solo pensó en llenarse sus bolsillos. Si lo hubieran pensado en su momento, si no se hubieran dormido durante 30 años, si hubieran pensado en el ejército, cuando hicieron los desfiles en Yérevan, vimos Iskander, Smerch, drones, vimos de todo, pero, ¿que hicieron con estos equipos? ¿Sólo eran para el desfile? ¿Sólo servían de muestra? ¿Eran meras formalidades? ¿Por qué no los tenían en el ejército? ¿Por qué no los sacaron siquiera una vez? Nosotros no saldremos de aquí. Yo, personalmente, no tenemos armas, pero tenemos granadas. Yo misma me inmolaré, pero de mi casa no saldré. No me rendiré. Me llevaré a unos cuantos conmigo, pero no me rendiré.” Con esta declaración desafiante, más valioso que el mensaje del presidente a la nación, cerraba el documental Karine Aghekian, que cumplió su promesa y no abandonó su pueblo de Aghavo, hasta su muerte, el 29 de enero pasado, causada por un infarto. Ahora es una de las pocas mujeres que descansa en el Panteón militar de Yerablour, en Ereván.

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