Somos nuestras montañas es un retrato intimo de la diáspora armenia como motor de la memoria, y como motor de un presente que, sin ella, Armenia quizás no tenga futuro.
Por Angelo Nero | 9/10/2024
En estos tiempos de incertidumbre, cuando el mundo parece abocado a una guerra global, con muchos escenarios diferentes, donde los grandes bloques otra vez luchan por imponer su relato, es importante cerrar el foco, detenerse en las pequeñas historias, escuchar a sus protagonistas, para darnos cuenta de que, más allá de las soflamas de los líderes, de los grandes titulares y los gráficos sobre movimientos en el campo de batalla, hay personas, como tú, que me estás leyendo, y como yo, que intento defender esta pequeña trinchera de la información, que sufren en su propia piel el conflicto, y que, de sobrevivir a él, llevará para siempre las cicatrices de haber pasado por esa réplica del infierno que son las guerras, todas y cada una de ellas.
El documental “Somos nuestras montañas”, del cineasta uruguayo Federico Lemos, nos abre una ventana a la reciente historia de Armenia, siempre amenazada por sus vecinos, hasta el punto que uno de ellos, Turquía, cometió un genocidio contra este pueblo, iniciado en 1915, exterminando a dos millones de sus miembros, junto con griegos y asirios, y barriendo su huella de la Armenia Occidental, hoy dentro de las fronteras del estado turco. En las últimas décadas esa amenaza, no solo a sus fronteras, sino a la propia existencia del estado armenio, ha llevado a otro de sus vecinos, Azerbaiyán, a prender la llama del conflicto armado en disputa del territorio de Nagorno Karabakh, independiente de facto, desde los años ochenta.
Federico Lemos, que tiene una docena de títulos en su filmografía, entre los que están “Rehenes”, sobre la toma de la residencia del embajador de Japón en Lima, o más recientemente, “Jorge Batlle, entre el cielo y el infierno”, en el que incide en la crisis económica del 2002, dibuja en este documental una geografía humana del alma armenia, a través de tres personajes que regresan, desde la diáspora, para conocer y defender sus raíces. Porque el armenio no deja de serlo aunque esté lejos de su país, pero siempre tiene presente el centro de gravedad, en esa pequeña isla cristiana en el medio de un Cáucaso musulmán, donde se intenta preservar el legado cultural de la milenaria Armenia.
Pero, como decía al principio, para el cineasta uruguayo, lo importante son las historias humanas, ponerle cara y nombre a aquellos que viven el conflicto, huir de la frialdad de las estadísticas, para ponernos en la piel de tres jóvenes de la diáspora armenia en Sudamérica, un brasileño, una argentina y un uruguayo, a los que distintos caminos le llevan al origen, en un momento en el que, además, ese origen vuelve a estar amenazado, descendientes de los que tuvieron que abandonar su tierra, huyendo del genocidio, que regresan cuando otro nuevo genocidio se cierne sobre ella. La diáspora como motor de la memoria, y como motor de un presente que, sin ella, quizás no tenga futuro.
“Estoy muy feliz de poder haber logrado el primer gran objetivo de este proyecto. Alcanzar esta instancia luego de atravesar una pandemia, una guerra y con dificultades de toda índole en el proceso, fue un gran reto personal y profesional”. Este es uno de los proyectos más desafiantes de mi carrera como realizador”, dijo su director, tras la presentación de esta película en la que invirtió cinco años de su vida, y que le llevó, junto a su equipo de producción, a viajar cuatro veces a Armenia y Artsakh, entre 2017 y 2021, rodando en Stepanakert, Gorís, Oshagan, Seván, Gyumrí, Ereván, Montevideo, Buenos Aires, San Pablo y Los Ángeles, pero también en las ciudades de la Armenia Occidental de Kars y Ani, y a subir el monte Ararat, el símbolo nacional armenio, que actualmente está tras la frontera turca.
Una parte importante de “Somos nuestras montañas” se centra en Artsakh, en la pequeña república que aprobó su autodeterminación 1991, poco antes de la desaparición de la URSS, y que libró una larga guerra de independencia con Azerbaiyán, convirtiéndose en un estado de facto, hasta la invasión azerí de 2023. El héroe nacional Monte Melkonian, que perdió la vida combatiendo por la libertad de Nagorno Karabakh, sentenció: “Si perdemos Karabakh, estaremos cerrando la última página de la historia de nuestro pueblo.” Y la historia parece darle la razón, ya que el gobierno armenio de Nikol Pashinyan, que llegó al poder tras la Revolución de Terciopelo, en 2018, no fue capaz de detener la agresión del régimen de Aliyev, o no quiso, más ocupado en tejer nuevas alianzas con una Europa que, por otra parte, depende del gas azerí.
Con respecto a esa Europa que dejó que se perpetrara la limpieza étnica en Artsakh, Federico Lemos señalaba: “Estamos viendo condenas masivas a nivel internacional por la situación entre Rusia y Ucrania y hace poco menos de dos años pasó lo mismo y no tuvo la difusión ni la condena que se está viendo hoy en una situación muy similar: la invasión de un país a otro con miles de desplazados y muertos. La indiferencia de la comunidad internacional respecto al conflicto de Artsakh hoy en día se ve reflejada en dolor de todos aquellos que lo vivieron”. Una indiferencia por parte de Occidente que vemos ahora mismo en Gaza y en el Líbano, para vergüenza de toda la humanidad.
En la película subiremos al Monte Ararat, la montaña de las montañas armenias, el símbolo más importante de su imaginario, con el fotógrafo y arquitecto brasileño Norair Chahinian; entraremos en una peluquería de Gyumri para descubrir la historia de la cantante argentina Alin Demirdjian; y vestiremos el uniforme de miliciano con el ingeniero Sarkis Panosian, que abandonó su Uruguay natal para integrarse en el batallón Metsn Tigran y defender el territorio armenio de sus antepasados. Ellos forman, junto al veterano combatiente Manuk Arutyunyan, -que participó en la liberación de Shushí, en 1992, en la guerra de los cuatro días de 2016, y en la guerra de 2020- un paisaje humano que nos permite sentir más cerca la geografía y la historia de esta nación milenaria.
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