¿Por qué los soldados israelís matan a los caballos? Quizás por la misma razón por la que bombardean escuelas y hospitales, para acabar con cualquier esperanza.
Por Angelo Nero | 26/08/2024
¿Por qué eminentes científicos se devanan los sesos intentando buscar una fórmula de prolongar la vida, en lugar de una manera agradable de acabar con ella?
Estos días me han enviado varios de mis amigos un vídeo de la brutal ejecución de un caballo en Gaza, a manos del heroico ejército de Netanyahu, ese grandísimo hijo de puta al que le estrechan la mano todos los líderes del mundo libre, desde Biden a Von der Leyen, pasando por Sánchez y Zelenski, y además de mermar un poco más mi escasa fe en la humanidad, me ha vuelto a agijonear la conciencia para que nunca pueda normalizar el genocidio.
Pero no quería hablar ahora de ese terrible drama, sobre el que a menudo nos ilustran en estas páginas, Ramzy Baroud o Tania Lezcano, sino de una novela que leí en mi juventud, cuando la Intifada sorprendía al mundo, con los jóvenes palestinos enfrentándose a pedradas con los tanques israelís, un libro titulado “¿Acaso no matan a los caballos?”, firmado por uno de los grandes escritores del género negro, Horace McCoy.
La novela cuenta la historia de Gloria y Robert, una curiosa pareja de baile, en los años treinta, en plena Gran Depresión, en la Costa Oeste norteamericana, que participan en uno de los sórdidos marathones de baile, en el que ganaba la pareja que más resistía en la pista, tras agotadoras semanas concursando. El baile como evasión y como tortura, como una puerta hacia la fama o como un desesperado intento de supervivencia -algunos participaban solamente por asegurarse un plato de comida-, el baile que parece seguir el ritmo de la orquesta del Titanic, mientras un país entero se va a pique tras el crack del 29.
“Siempre mañana. La gran oportunidad siempre es para mañana”, escribe McCoy, que , como los protagonistas de la novela, intentó ser actor durante la Gran Depresión, y que no publicó su primera novela “Kiss Tomorrow Goodbye”, hasta cumplir los 50, aunque su adaptación para el cine, le abriría la puerta de Hollywood como guionista. Aunque la suerte le duró poco, ya que murió cinco años después, en 1955. No pudo ver como Sydney Pollack convertía “¿Acaso no matan a los caballos?”, en 1969, en una exitosa película, protagonizada por Jane Fonda y Michael Sarrazin, que logró nueve nominaciones a los Óscar, en la edición donde triunfaron “Midnight Cowboy ”, “Butch Cassidy and the Sundance Kid”, y “Z”, de Costa Gavras.
En la novela de Horace McCoy -la película es muy buena, pero recomiendo leer antes el libro- hay, desde el principio, un crimen reconocido y un juicio que espolea al protagonista a hacer un flashback, en una maraña de recuerdos retorcidos como un alambre de espinos, conversaciones afiladas como un cuchillo, con pensamientos en los que parece haberse instalado la fatalidad, y la imposibilidad de caminar cara otro horizonte, “Nunca hubo una experiencia nueva en mi vida. Algunas veces os suceden cosas que pensáis que nunca os han ocurrido, estáis convencidos de que es una experiencia nueva, y os equivocáis. Sólo hace falta ver, sentir u oler una determinada cosa para descubrir entonces que aquella experiencia que pensabais que era nueva ya la habías vivido antes.”
Esta es una de las mejores novelas, con permiso de Raymond Chandler, Dashiell Hammett y Jim Thompson -increíble su “Un ciego con pistola”-, ambientadas en el periodo de la Gran Depresión, y además ofrece la originalidad del escenario en el que transcurre la historia, un marathon de baile, no tan alejado de los realitys shows a los que nos tienen acostumbrados en la actualidad, y que nos mantienen aletargados para no ver realidades tan brutales como las del genocidio de Gaza, donde son asesinados, a diario, mujeres, niños y también caballos, como al que dedicaron este epitafio:
Karat era un caballo
-solo un caballo:
palestino y solidario,
para su desgracia-
que transportaba harina
para amasar pan
porque en Palestina
hay hambre,
mucha hambre,
demasiada hambre.
A Karat el genocida
ejército de Israel
le asestó tres tiros
en la cabeza
para que la harina
que portaba
ni se amasara ni se cociera
y los niños y niñas gazaties
siguieran pasando hambre
mucha hambre,
demasiada hambre.
Karat era un caballo,
solo un caballo.
¿Qué necesidad había,
Yahweh, de asesinarlo?
Por último me hago dos preguntas ¿Por qué los soldados israelís matan a los caballos? Quizás por la misma razón por la que bombardean escuelas y hospitales, para acabar con cualquier esperanza.
Y la última ¿nos contará Almudena Ariza la historia de Karat, como nos contó el trauma de las mascotas israelís por los ataques del 7 de octubre?
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