Se ha normalizado el desmantelar servicios públicos, el llamar libertad no a la autonomía intelectual y material, sino a la capacidad de consumir, o el afirmar sin tapujos que la escuela se debe someter a lo que demande el mercado en cada momento.
Por Pascual Gil
Tal y como les ha pasado a la práctica totalidad de las instituciones que vertebraron los estados-nación en sus albores, allá por el siglo XIX, y que en origen tenían un innegociable perfil ideológico propio de la ilustración y el humanismo (después parcialmente contaminado por las exigencias del capitalismo industrial), la escuela se halla en pleno proceso de reconversión para abrazar las lógicas que impone un sistema socioeconómico neoliberal que, sin contestación alguna ni alternativa real hasta hoy, se ha alzado como lo “natural”, fagocitando cualquier idea concebible de mundo y de sociedad que pueda servir de alternativa, y estableciendo el tablero y las reglas de juego a la que todos se deben someter. En esas lógicas, a la escuela parecen otorgarle dos nuevos papeles que difícilmente se pueden compatibilizar con su supuesta función original, esta es: formar científica y humanísticamente a ciudadanos que deben ser autónomos y críticos, es decir, libres, iguales y fraternos en esto que llamábamos res publica.
El primero de estos nuevos papeles es convertirse ella misma en un lucrativo y llamativo producto más del mercado, de ahí que en ella se haya hecho fuerte un vocabulario donde destacan conceptos como competencia, productividad, rankings, liderazgo, marketing, innovación… El segundo, de manera acusada, es ser instrumento al servicio, no del estado (como denunciaban, al menos en algún momento, esos lejanos Althusser o Foucault), sino de la ingeniería social de turno indisociable del modelo económico hegemónico y de la élites que lo dominan, encargándose de transmitir los nuevos valores y paradigmas que promociona dicho modelo para conformar sujetos adaptados y adaptables, acríticamente, a la realidad material impuesta. En este último sentido, en la escuela se habla cada vez menos de saber y más de espíritu emprendedor, resiliencia, flexibilización, adaptación al riesgo y la incertidumbre, aprender a ser, marca personal, gestión emocional… En definitiva, adiestrar conductas y actitudes para adaptarse a un mundo hostil.
En un contexto tal, lo cierto es que el protagonismo educativo recae cada vez más sobre organismos internacionales antidemocráticos y de carácter estrictamente económico, tales como la OCDE, que fiscalizan la práctica y la política educativa, mientras docentes, discentes y ciudadanía pasan a ser peones con poco o nada que decir. Una vez se ha cedido la “soberanía educativa” a estos organismos, el nuevo relato se construye y se difunde mediante gurús o supuestos expertos que, con un fuerte respaldo económico, mediático, empresarial e incluso político, se dedican a hacer diagnósticos manidos, escleróticos, pseudocientíficos, llenos de tópicos y de ataques a la profesionalidad de los docentes o al propio saber, de la realidad educativa. Tras estos diagnósticos, que arrojan por defecto resultados catastróficos, nos presentan una tabla de salvación: su “visión”, su paradigma o su método milagroso para curar los males, que suele coincidir punto por punto con lo estipulado por la ya mentada OCDE o el FMI o el BM.
De manera inevitable, tras la brecha abierta en el muro de la escuela por estos “expertos”, rápidamente se filtran por ella las grandes empresas , los bancos y las tecnológicas. De ahí que Google, Apple, aulaPlaneta, BBVA, Caixa e incluso Amazon metan cada vez más la cabeza dentro de las aulas. Extraen dinero público a raudales, venden sus productos, difunden una cosmovisión enlatada de cómo debe ser y cómo debe comportarse el ciudadano-consumidor y el ciudadano-emprendedor y, de propina, se llevan millones de datos.
Si bien estamos hablando de una tendencia internacional, es evidente que en este ensayo nos circunscribiremos más a lo que llamaríamos “mundo occidental”, donde la crisis ideológica de la modernidad y la Ilustración, por un lado, y la llegada de un estadio socioeconómico posindustrial (y globalizado), por otro, han puesto patas arriba todo, más aún teniendo que competir (muchas veces a costa de precarizar el mercado laboral y empobrecer al trabajador) con un “mundo oriental” potentísimo y aún hoy logocéntrico.
Por desgracia, en este complejo escenario internacional, España ha optado por (o se le ha impuesto) un modelo productivo de baja cualificación, terciarizado en su vertiente más banal, sujeto a estacionalidad, volátil ante cualquier eventualidad (véase la pandemia) y que condena a la mayoría a la precariedad o al paro intermitente. No en vano, ya dijo el ministro Méndez de Vigo (PP) que “en España hay demasiados universitarios” y dicen ahora las ministras del PSOE que la escuela debe adaptarse a lo que pide el mundo laboral. Como vemos, no hay diferencia sustancial en lo relativo a las líneas maestras de la educación entre la “izquierda” del sistema y la “derecha” del sistema.
Esta convergencia entre supuestos antagonistas, aunque infame, es entendible, pues desde las últimas décadas del siglo XX, con la semilla plantada y mimada por el dúo Thatcher-Reagan, aunque con especial énfasis en los 90, tras la caída del Muro y de la URSS, se han normalizado el “crecer por crecer”, el llamar a las personas “capital humano” y el medirlo todo en términos de productividad, rendimiento y utilidad. Tras esto, en consecuencia lógica, también se ha normalizado el desmantelar servicios públicos, el llamar libertad no a la autonomía intelectual y material, sino a la capacidad de consumir, o el afirmar sin tapujos que la escuela se debe someter a lo que demande el mercado en cada momento. Reforma tras reforma educativa, estos nuevos valores no hacen hecho sino consolidarse.
La preguntas se multiplican: ¿los estados han renunciado a su “soberanía educativa”, siguiendo a rajatabla recetas que vienen ya hechas desde arriba y que para nada son neutrales?¿Hemos olvidado nosotros cuál es la función social de la escuela, que se presumía era formar científica y humanísticamente a todos aquellos llamados a ejercer la ciudadanía de manera autónoma y crítica?¿Porque no se ha puesto coto a la escandalosa expansión de la pseudociencia en el mundo educativo ni se ha evaluado el resultado de la aplicación de las distintas reformas?¿Lleva la izquierda décadas a por uvas en lo educativo, comprando y haciendo suyos los discursos más alienantes, haciendo de guardia roja de los intereses del capital en la práctica, sin percatarse de que la formación rigurosa de los hijos de la clase trabajadora es requisito indispensable para su efectiva emancipación?
Sempre clavant-li, Pascual, amb una descripció real de l’avui i el demà a que ens enfrontem les societats occidentals amb el desmantellament dels serveis públics (educació i salut). Delerós de llegir el teu nou llibre.
Extremedamente sintético,una descripción de la situación actual del todo exacta.
Análisis muy correcto de lo que está pasando en el mundo de la educación.