En la visita que ha hecho a España el relator especial de la ONU sobre la pobreza extrema y los derechos humanos, Philip Alston , ha señalado que España le está fallando por completo a buena parte de su sociedad, aquella que vive en la pobreza, cuya situación ahora se encuentra entre las peores de la Unión Europea, dijo. Los grandes beneficiados son los ricos y las empresas que, pese a los beneficios, pagan menos impuestos que antes de la recesión.
A Philip Alston le ha quedado claro que “hay dos Españas muy diferentes: una la que conoció como turista, que es un país rico culturalmente, diverso, próspero… y otra la que acaba de conocer como relator de la pobreza, en la que ha visto un país con “un porcentaje inusual de población que vive al límite y tienen dificultades para sobrevivir””.
Las desigualdades se invisibilizan, la pobreza se esconde tras las puertas de las casas o en mitad del campo en campamentos improvisados en los que viven quienes recogen la fruta o los ajos que hoy te vas a comer.
Las desigualdades sobre las que transcurren nuestras vidas forman parte de los conceptos que tratan de imponer una idea de desarrollo vinculada solo al crecimiento económico.
Un crecimiento entendido como la maximización de los beneficios de las empresas, como maximización de los beneficios de unas élites que perduran a lo largo del tiempo, sagas familiares que acumulan riqueza que utilizan para mantener su situación privilegiada.
Desde el poder que otorga la riqueza consiguen imponer pensamientos hegemónicos que favorecen sus intereses.
Desde el poder que otorga la riqueza consiguen que la humanidad olvide parte de su historia borrando del recuerdo colectivo aquello que puede hacer peligrar su situación privilegiada.
Desde el poder que otorga la riqueza consiguen cambiar gobiernos, en ocasiones de forma violenta, asesinando a quienes pueden tener un pensamiento divergente no acorde a los intereses de las élites. Tenemos cunetas llenas de testimonios que lo confirman y páginas en blanco que no nos cuentan la historia.
Pero también cambian gobiernos violentando cuerpos y vidas sin que quienes viven estas vidas sean conscientes de esta violencia. Manipulan, roban, mienten, engañan y convierten en enemigos públicos a quienes están en situaciones vulnerables o a quienes se atreven a cuestionar los privilegios de unos pocos. Así actúan los voceros que culpan a inmigrantes o a las políticas más sociales de la infelicidad causada por sus amos.
El poder de la riqueza busca deshumanizar a las personas, imponiendo como idea indiscutible que somos individuos capaces de conseguirlo todo por nosotros mismos, y por supuesto, que tenemos que rozar la perfección con nuestros cuerpos (las mentes mejor dormidas).
Las desigualdades se invisibilizan, la pobreza se esconde tras las puertas de las casas o en mitad del campo en campamentos improvisados en los que viven quienes recogen la fruta o los ajos que hoy te vas a comer.
El poder de la riqueza se muestra desde el espejo como meta posible para esos individuos que son capaces de conseguirlo todo por si mismos con sus cuerpos perfectos, pero, lo que está al otro lado del espejo nunca se alcanza, se rompe y hace sangrar a la mano incauta que casi alcanzaba lo que nunca estaba a su alcance.
Y ahora que se ha roto el espejo, la verdad, los cuerpos no son perfectos, y están envejecidos y están solos porque creían que lo importante era el individuo, y están empobrecidos porque corrían en cintas controladas por los dueños de los espejos, cintas que no llevan a ninguna parte pero que consumen vidas, vidas esclavas de ideales falsos.
La esclavitud que impone la riqueza se ha vuelto sutil en la parte privilegiada del mundo pero sigue siendo brutal en muchas tierras que viven en un colapso permanente.
La esclavitud que impone la riqueza encadena a los individuos deshumanizados a globos rojos que nos avisan de nuevas notificaciones, adictos a saber de otras personas pero sin estar cerca de nadie, adictas a la hiperconexión controlada por quienes ejercen el poder que les da la riqueza.
Quienes acumulan la riqueza viven atemorizados, temen perder su situación privilegiada, son la élite y consideran un derecho seguir siéndolo.
Desde el miedo de los privilegiados se imponen ideas falsas, escriben sus propias escrituras sagradas en forma de manual de economía.
Los principios rectores de las vidas han de ser el incremento de la riqueza material, la mercantilización de cualquier aspecto susceptible de ser monetizado, el esfuerzo individual como fuente de felicidad y la construcción personal desde la posición económica como única forma de éxito aceptable.
El poder de la riqueza busca deshumanizar a las personas, imponiendo como idea indiscutible que somos individuos capaces de conseguirlo todo por nosotros mismos, y por supuesto, que tenemos que rozar la perfección con nuestros cuerpos (las mentes mejor dormidas).
Pero todo esto nada tiene que ver con vidas que merezcan la pena ser vividas, todo esto está alejado de poner la vida en el centro porque si hiciéramos eso, si lo importante fueran las vidas, humanas y no humanas, los privilegiados dejarían de serlo y eso les atemoriza.
Cuenta Douglas Rushkoff como en una charla sobre el futuro de la tecnología ante un público compuesto por multimillonarios se dio cuenta de que lo que realmente le interesaba de la tecnología a este público era transcender a su condición humana y protegerse de los peligros del cambio climático, de las pandemias globales o de los grandes flujos migratorios.
Problemas, por cierto, provocados por ellos y por sus antepasados empeñados en crecer por encima de las posibilidades del planeta.
Y ahora, quieren apropiarse de la tecnología para proteger sus vidas, para extraer toda la riqueza posible de las vidas de las mayorías, para provocar miedo anunciando que las personas como trabajadoras son prescindibles y sustituibles, para hacernos sentir constantemente como personas enfermas.
En una entrevista al doctor Antonio Sitges-Serra publicada por El Confidencial señalaba que con la tecnología de detección más avanzada, se encuentran enfermedades que en realidad no son tales, y que “El robot hace la cirugía mucho más complicada, mucho más cara, mucho más prolongada, y los resultados no son mejores que sin robot. Pero los industriales quieren vender sus inventos, y los políticos y los ciudadanos se dejan deslumbrar. Así es el tecnoutopismo.”
El poder de la riqueza nos está robando la tecnología, pero la tecnología es herencia de la humanidad, nos pertenece, se ha desarrollado con el esfuerzo y la inteligencia de millones de mujeres y hombres a lo largo de la historia.
Durante el programa que Salvados dedicó a la apropiación de Inmuebles del pueblo por la Iglesia Católica, un representante de la Iglesia señaló que las inmatriculaciones no eran un privilegio de la Iglesia porque la Iglesia es anterior a España, ellos ya estaban antes de que existiera España y según él sus derechos son previos.
Este razonamiento para apropiarse de los bienes que pertenecen al pueblo me pareció llamativo ciertamente, aunque igual ese señor no ha pensado que incluso antes que la Iglesia, antes que las élites, antes que las empresas o los gobiernos o los estados estábamos las personas viviendo vidas, produciendo bienes, cultura, patrimonio, servicios o tecnología para satisfacer las necesidades de una comunidad o proveer los medios de sustento necesarios para los individuos.
Las desigualdades sobre las que transcurren nuestras vidas forman parte de los conceptos que tratan de imponer una idea de desarrollo vinculada solo al crecimiento económico.
No es el mercado amigos, no es la tradición, no es un mandato divino, son las decisiones que tomamos sobre cómo ordenar nuestras vidas y los recursos que necesitamos para que estas vidas merezcan la pena ser vividas y en la medida en la que esta ordenación de recursos resulta fallida y construye precariedad, pobreza, desigualdad, miedo, devastación, pérdida de biodiversidad, explotación, machismo, infelicidad, ansiedad, muerte… tendremos que cambiar lo que hacemos y disputar esa riqueza y disputar los beneficios de la tecnología y reclamar nuestro patrimonio cultural para que dejen de servir a las élites y sirvan a las vidas que merecen ser vividas en un mundo sostenible.
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