Pobreza, derechos humanos y usura

Existe una brecha de pobreza en aumento y existen casi 4,5 millones de personas viviendo en hogares en los que las personas que podrían trabajar no alcanzan el 20% de su potencial de trabajo.

Por Francisco Javier López Martín

Los derechos humanos están en crisis. No en España, exclusivamente. En todo el mundo. Pero también en España. Basta echar un ojo al voluminoso informe del Observatorio de Derechos Humanos (Human Rights Watch). Y sí, el informe habla de Rusia, de Afganistán, Irán, China, pero también habla de Europa y de España en particular.

Nos reprocha esas políticas migratorias de opacas devoluciones en caliente, esas ayudas no siempre bien estudiadas ni resueltas para los colectivos más desfavorecidos y afectados por la pandemia, las medidas siempre insuficientes para contener las pérdidas de rentas, los desahucios de vivienda de muchas personas y familias.

La tasa de pobreza se mantiene en España por encima del 20%. Unos años se sitúa por encima del 20% y otros cerca del 22,9%, pero la realidad es que la pobreza severa aumenta. Incluso cuando la tasa de pobreza disminuye, la pobreza severa sigue aumentando.

Cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas para nuestro país supondría reducir a la mitad nuestras tasas de riesgo de pobreza, pero seguimos sin hacer lo suficiente para conseguirlo. De hecho casi el 45% de la población española tiene algún tipo de problemas para llegar a fin de mes.

Existe una brecha de pobreza en aumento y existen casi 4,5 millones de personas viviendo en hogares en los que las personas que podrían trabajar no alcanzan el 20% de su potencial de trabajo. Así, aunque la pobreza global disminuya en algunas ocasiones, la desigualdad está aumentando.

Mientras tanto, en nuestro mismo país, las noticias anuncian que 221 banqueros se han repartido 500 millones de euros a los largo de 2021. Una media de más de 2 millones de euros cada uno. De hecho, el número de banqueros con sueldo millonario aumentó un 73% a lo largo de ese año, hasta el punto de que, en el Espacio Económico Europeo, el banquero que más dinero ganó ha español.

España se batía para mantener el empleo mientras los banqueros españoles se dedicaban a asegurarse altos beneficios y un aumento injustificable de sus sueldos. Poco más o menos que lo hecho por Garamendi, con su sueldo de presidente de CEOE, mientras niega el pan y la sal al conjunto de la clase trabajadora española y responde a las quejas situándose en el inconcebible papel de mujer maltratada.

Aunque no han sido sólo los banqueros. Basta mirar las grandes compañías de la energía eléctrica, las grandes compañías del gas y del petróleo, las poderosas cadenas de distribución de alimentos. Los beneficios empresariales se disparan a costa de las congelaciones salariales y del aumento desproporcionado de los precios.

Cuando el inocentón ministro de agricultura se reúne con los gigantes de las grandes superficies para obtener una moderación de precios de los alimentos, le despachan con silencios calculados y postergando sine die los efectos de la reducción del IVA. De hecho, la reducción del IVA ha vuelto a ir a la bolsa de los beneficios empresariales, mientras que los precios de los bienes básicos no han bajado.

No estamos, por tanto, ante un problema exclusivo de tipos de interés. El sacrosanto mercado no puede soportar que nadie le tuerza el brazo, que alguien le lea la cartilla, que los nadies juzguen sus acciones, sus reglas, su ritmo de vida, sus beneficios amañados, su competencia desleal, figurada, pactada. Su usura.

Ninguna cultura, ninguna religión, ha visto con buenos ojos la obtención de beneficios desmesurados, riquezas injustificables, ganancias exageradas, a costa de sangrar a las personas. Ni los romanos, ya en su República, ni los judíos, ni los cristianos, ni los musulmanes, ni aún los hindúes en los más lejanos tiempos, aceptaron de buen grado los abusos de la usura y de los usureros.

Han pasado los siglos y puede parecer que los usureros han tomado el poder en el mundo y amenazan con imponer sus designios en la faz toda de la tierra. Sin embargo, parece que, en estos tiempos modernos que corren, la sociedad y hasta la propia Iglesia comienzan a reaccionar ante la locura económica que amenaza con destruir cada rincón del planeta donde habite la vida humana.

El Papa recuerda a su pueblo que la usura es una plaga que humilla y mata que seguirá emponzoñando la economía hasta que la serpiente termine estrangulando a sus víctimas. No exageran quienes, en nuestros tiempos, exigen control social sobre el mercado, sobre las subidas desproporcionadas de los precios.

No andan desencaminados quienes plantean que los beneficios empresariales deben tener sus límites. Quienes demandan control de los precios, especialmente de los bienes básicos y alimentos. Quienes consideran que los salarios justos son una condición esencial para exigir un consumo responsable.

En esas andamos. El respeto a los derechos humanos, la erradicación de la pobreza, la justicia social serán imposibles sin que, por las buenas, o por las malas, las grandes fortunas y sus servidores políticos, renuncien a la usura y acepten un reparto más equitativo de la riqueza disponible.

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