Tanto en los campos principales, como en los kommandos, se crearon organizaciones clandestinas con motivo de intentar –de la manera que fuese-, prestar el auxilio o socorro a los internos pero, sobre todo, para ir ayudando de la mejor manera posible y hasta donde los soldados SS se lo permitieran a los prisioneros nuevos que iban llegando
Por Pepe Sedano
XXII.- LA SOLIDARIDAD ENTRE LOS DEPORTADOS EN UN KL.
En este nuevo capítulo que ahora comenzamos a redactar para los lectores de NR vamos a tratar un tema que, aunque parezca mentira, se dio en la mayoría de los casos entre los propios prisioneros a pesar que podían pagar con su vida cualquier gesto de ayuda o compañerismo con un prisionero, igual que él, que estaba necesitado de asistencia, de auxilio, puesto que él –por sí mismo- ya no podía. Estamos hablando de la solidaridad entre los deportados prisioneros, como hemos dicho, en cualquiera de las decenas de campos de concentración que el Tercer Reich levantó, tanto en Alemania como en todos y cada uno de los países que ocupó con motivo del desarrollo de la II Guerra Mundial, sin olvidarnos de sus correspondientes kommandos –en este caso fueron miles-.
Para ello nos vamos a centrar, principalmente, en el campo de concentración austríaco de Mauthausen, el llamado “campo de los españoles” y no porque hubiese más españoles que de otras nacionalidades en su interior, sino porque, como hemos visto en algún capítulo anterior, fueron los republicanos españoles los primeros que colgaron una pancarta –en castellano- saludando a las tropas libertadoras que, en el caso de Mauthausen, fueron los americanos. Lo vamos a hacer porque en este lugar fue donde más españoles fueron deportados y pertenecían a diversos colectivos que en España habían tenido protagonismo durante el curso de la guerra de 1936 a 1939. Me estoy refiriendo al colectivo de prisioneros comunistas, anarquistas, socialistas, a gentes que habían luchado bajo las siglas de la FAI, del POUM, de la UGT, de la CNT… de tantos grupos como hubo y que lamentablemente las circunstancias les llevaron a este infame campo nazi en el norte del país austríaco, en Centroeuropa.
De todos los que nos hemos acercado, de alguna manera, al estudio del exilio y la deportación española a estos campos, es conocido las malas relaciones existentes, en el interior del campo y de sus correspondientes kommandos, entre estos colectivos de prisioneros. Cada uno quería ir por libre. Unos no soportaban a otros, aunque en realidad, con el transcurrir del tiempo, se fueron acercando las posiciones puesto que todos estaban en el mismo lugar, todos sufrían las mismas consecuencias y no tenía sentido enfrentarse en un sitio como ese cuando lo prioritario –entre ellos mismos- era prestarse la mayor ayuda posible e intentar, de alguna manera, que todos pudieran salir, algún día, libres de ese antro de dolor, sufrimiento y muerte o, mejor dicho, de esos sitios porque no era solo uno. Eran demasiados lugares donde estaban trabajando en unas condiciones pésimas e insalubres donde la muerte era la reina y señora de esos lugares.
No obstante estas diferencias de pensamiento político, cuando hubo que echarle una mano a un compañero que lo necesitaba se le echaba, bien en el trabajo, bien en las literas –había deportados, por ejemplo, que dormían en la parte de arriba de la litera (algunas tenían hasta tres alturas) y su flaqueza les impedía llegar hasta su lugar. En esos casos eran ayudados, tanto para subir a dormir como para bajar por las mañanas. En fin, en multitud de ocasiones se mostró esa parte que salía desde el mismo corazón para ayudar al necesitado. En esos lugares de muerte y desesperación cualquier ayuda, por pequeña que pareciera o realmente lo fuera, era una grandísima ayuda. Llevarle un trocito de pan a un enfermo al Revier (enfermería) era, para él, un manjar exquisito. Lo mismo pasaba si en vez de pan eran las mondas de una patata o de más de una. Eso suponía un banquete para el que estaba en ese lugar que, por el simple hecho de estar allí, eso significaba estar a un paso de ir al mundo oscuro donde no hay retorno. Cualquier ayuda, por nimia que fuera, era muy grande para quien la recibía.
Tanto en los campos principales, como en los kommandos, se crearon organizaciones clandestinas con motivo de intentar –de la manera que fuese-, prestar el auxilio o socorro a los internos pero, sobre todo, para ir ayudando de la mejor manera posible y hasta donde los soldados SS se lo permitieran a los prisioneros nuevos que iban llegando, día a día, en convoyes interminables con miles de “pasajeros”. Se dio el caso, en la persona de Santiago Raga Casanova, nacido en Egea de los Caballeros, el 22/07/1905, albañil, voluntario (llegado el momento) a la columna Durruti. Formó parte del Batallón “Cinco Villas”, de la 130 Brigada Mixta de la 43 División (“la heroica”) que fue embolsada en Bielsa. Herido en una pierna fue evacuado al hospital de Manresa desde donde se dirigió a Francia como uno de las cerca de 500.000 que cruzaron la frontera durante el primer trimestre de 1939. Estuvo en el campo de Septfonds y en la 33ª CTE (Compañía de Trabajadores Extranjeros), destinado en Alsacia. Fue detenido en junio de 1940, como tantos miles de españoles, y enviado al Stalag V-D en las proximidades de Estrasburgo. De ahí fue enviado a Mauthausen adjudicándose el número 5170 de matrícula. Fue uno de los impulsores para que se creara esa organización clandestina que funcionó en Mauthausen para actuar, como buenos samaritanos, en ayuda de los compañeros que lo necesitaran. Junto con hombres de diferente pensamiento como lo eran Amadeo Sinca Vendrell (autor de “Lo que Dante no pudo imaginar”, el primer libro que habló sobre deportación en 1946, un año después de su liberación de Mauthausen) o Patricio Serrano Sanz, madrileño que también fue a parar a ese campo austríaco asignándole el número de matrícula 5284, entre otros.
Se había oído comentar entre los prisioneros del campo matriz que los republicanos españoles que estaban inválidos iban a ser trasladados al kommando Gusen que se estaba construyendo; éstos lo estaban pasando mal y, de alguna manera, querían ayudarles pero no veían la manera. Santiago Raga se ofreció voluntario para que lo trasladaran a Gusen y ver la manera de poder ayudarles siendo uno de ellos en ese subcampo. Así nos lo cuenta Amadeo Sinca Vendrell: “En el transcurso del mes de enero de 1941, corrió el rumor de que se iba a edificar otro campo en los alrededores de Mauthausen, que los inválidos serían enviados a éste y que, de cualquier forma, el régimen de vida sería menos inhumano allí que en Mauthausen. El nuevo campo se hallaba a 5 km de distancia. Esto era todo cuanto se sabía. Patricio (Serrano) y Santiago (Raga), así como otros muchos, deliberaron entre sí a este respecto y decidieron formar parte de los primeros convoyes siempre y cuando fuese posible, y confiar en su buena estrella (…). Tan solo se sabía que el campo se llamaba Gusen, y que también estaba situado en el margen izquierdo del Danubio. Y nada más. El 17 de febrero se debía formar un nuevo destacamento. Santiago y Patricio tomaron la decisión de hacerse incorporar a éste (…). Para comprobar su mal estado físico, el comandante les hacía desfilar ante él a paso de carga. Santiago, que disfrutaba entonces de buena salud, simuló cojear (…).
Consiguió, a través de la amistad con alguno de los “Prominenten” –prisioneros que trabajaban en las oficinas donde se confeccionaban toda clase de listas-, que le enviaran allí. Conocemos que Gusen era el “cementerio de los españoles” como algún autor lo ha denominado porque morían por decenas a diario, sobre todo en el invierno del año 1941 y en el de 1942, pero se sentía fuerte y quiso correr ese riesgo. Sintió, como todos, lo que significaba estar en ese lugar de trabajo. Estuvo algún tiempo en la cantera de Kastenhofen y después volvió a lo suyo, alarife como hemos visto anteriormente; desde luego que consiguió ayudar al compañero más necesitado. Pasados unos meses y viendo que, por aquellos momentos, no necesitaban más de su ayuda, se valió de sus contactos –que los tenía, como hemos visto, entre los “Prominenten”-, y solicitó su vuelta al campo madre de Mauthausen. En febrero de 1942 consiguió volver al campo principal donde permaneció hasta el día de la liberación, el día 5 de mayo de 1945. Terminó sus días en la localidad francesa de Millau, desde donde recibí una carta suya contándome brevemente su experiencia en Mauthausen, fechada el 12 de septiembre de 1982. Me decía, entre otras cosas, lo que sigue: “… Yo no sé la búsqueda que Vd. hace sobre la Deportación; yo mismo estoy sorprendido que un Profesor (de EGB. NA) en España se ocupe de una cuestión tan importante e histórica, como fue aquella Terrible Tragedia de la Deportación.”
Junto a los republicanos españoles en Mauthausen también se juntaron otros tantos conocidos, de diversos países, que habían estado luchando en la guerra de España (1936-1939) con las Brigadas Internacionales. Mariano Constante y Manuel Razola, autores del libro “Triángulo azul. Republicanos españoles en Mauthausen.Gusen”, fueron de los primeros españoles en movilizar a otros tantos republicanos, como ellos, en una especie de organización clandestina a la que se fueron incorporando luchadores de otras nacionalidades –como hemos dicho-; poco a poco esta lista se fue incrementando y daría lugar a lo que en aquel momento se llamó el Comité Internacional de Mauthausen –que hoy en día continúa con el mismo nombre ocupándose y preocupándose porque la llama de los luchadores de todos los países que fueron a parar a ese campo siniestro y dejaron su vida allí nunca se apague y sus nombres sean siempre recordados-.
Personas como Filip Weísz, Bercu Lozneanu, Israël Diamant, Mihail Leb, Saia Abramovici, Sigmund Sommereich. José Gardonyi, que formaban parte de esa primitiva organización fueron asesinadas el 11 de octubre de 1940. Habían cantado la Internacional –como hacían cuando eran Brigadistas en España-, y eso les costó la vida pero… siguieron haciéndolo cada vez que el momento lo requería a pesar de que les iba la vida en ello. Poco a poco se fueron incorporando más y más. “La dirección española clandestina decidió ampliar las relaciones ya existentes entre los responsables comunistas de los deportados de diversas nacionalidades. Nuestra organización designó delegaciones para tomar contacto con ellos y proponerles oficialmente nuestra ayuda moral y material, revelándoles que estábamos organizados desde hacía tiempo, que podían y debían proceder de igual forma y que teníamos que llegar rápidamente a la constitución de un comité internacional que tendría por cometido el dirigir todas las actividades del campo. Todos los grupos nacionales excepción hecha de algunos alemanes, nos dieron su adhesión incondicional”.
Y… efectivamente. El Comité Internacional de Mauthausen quedó al fin constituido con personajes como Kohl, por parte de los austríacos, Hoffman, por parte de los checos, Dahlem, por parte de los alemanes y Rabaté, por parte de los franceses. Más tarde se incorporarían los checos Artur London y Jacques Gunzig, muerto en 1942 por disparos de los vigilantes nazis, el alemán Heinrich Rau, y el búlgaro Marín Chúrov.
Para la redacción de este artículo han servido de documentos de consulta la bibliografía y webs que siguen:
SEDANO MORENO, Pepe. El Infierno y sus puertas. Mis conversaciones con el deportado Amadeo Sinca y con Dante Alighieri. Almería: Editorial Círculo Rojo, SA. 2017.
https://www.brigadasinternacionales.org/2014/04/22/brigadistas-mauthausen/
https://amical-mauthausen.org/wp-content/uploads/2018/12/2e82ceb0db5e49b809c1a0769ea8736d-1.pdf
Se el primero en comentar