En las calles, muchos antifascistas y colectivos vulnerables se juegan la vida para luchar contra ellos. Saben que ponen su cuerpo para luchar contra su impunidad, para defender a la gente, defender las calles.
Por Isabel Ginés | 6/06/2024
En la actualidad, la libertad de expresión, un pilar fundamental de las sociedades democráticas, se encuentra en una encrucijada peligrosa. En teoría, este derecho debería permitir la libre circulación de ideas y opiniones, fomentando un debate saludable y constructivo. Sin embargo, en la práctica, hemos observado cómo se manipula al antojo de intereses particulares, distorsionando su verdadero propósito.
Uno de los ejemplos más preocupantes es cómo se justifica la violencia en nombre de causas que, en apariencia, son incuestionablemente, como la protección de la infancia. Este fenómeno no es nuevo, pero ha cobrado fuerza estos días, donde actos de represión son presentados como necesarios para salvaguardar a los más vulnerables. Así, cualquier crítica o disentimiento es rápidamente silenciado bajo el pretexto de proteger a los niños, convirtiendo una causa justa en una herramienta de control.
La ironía es palpable: en nombre de la protección y el bienestar, se permite la violencia y la represión. Esta manipulación de la libertad de expresión crea un ambiente donde el miedo y la autocensura prevalecen, debilitando la democracia y fortaleciendo la autoridad de quienes ostentan la fuerza o medios.
Centrándonos en la violencia, los comentarios y la lucha en las calles.
Como dice Miguel Ramos en una entrevista en El Diario.es: “Estos colectivos son el objetivo principal actualmente de la extrema derecha, sobre todo el colectivo LGTBI, el feminista y las personas migrantes racializadas. Claro que ellos son hoy en día una fuerza de choque imprescindible contra la extrema derecha. Pero creo que es un error pensar que parar al fascismo es sólo la labor de los antifascistas. Yo creo que quien no entienda al fascismo como una amenaza y se considere a sí mismo demócrata, no es consciente de que algún día igual le toca a él también. Creo que es importantísimo el papel que hacen estos colectivos. Están en primera línea de combate contra el odio y la extrema derecha, porque además ellos se sienten interpelados directamente, pero no se les puede dejar solos.”
Entendemos y se entiende que hablamos del cómico al que un nazi le ha pegado dos hostias mientras hacía un espectáculo y luego de eso el cómico ha sido quien le ha pedido perdón. El cómico tiene miedo: tiene miedo de que le vuelvan a agredir en un espectáculo o en la calle, tiene miedo de que lo increpen, boicoteen o que reciba más golpes. Es entendible su miedo, pero no comprensible.
Me explico: como cito arriba, hay muchos colectivos que se han partido la cara, literal y metafóricamente, muchos han sido asesinados por confrontar a estas personas con esta ideología. Un cómico pensaba que lo de Twitter es solo Twitter y no traspasa la pantalla, que jugar con fuego es eso, un juego simple en una red social. No conoce a los fascistas, su fuerza, organización, su envalentonamiento, su poder.
Muchos colectivos vulnerables, colectivos de izquierdas, lo saben y no juegan, no hacen esos juegos o ese baile porque saben lo que hay en juego. Los antifascistas saben que llevan años en las calles luchando contra estos grupos. No es humor o libertad de expresar un comentario; ellos toman el comentario y lo usan como legitimidad para la violencia. Ellos usan la violencia.
En las calles, muchos antifascistas y colectivos vulnerables se juegan la vida para luchar contra ellos. Saben que ponen su cuerpo para luchar contra su impunidad, para defender a la gente, defender las calles. Han puesto sus vidas y cuerpos en juego para detenerles. Los conocen, saben cómo actúan y saben que no son una broma o un juego; aquí se juega la vida, la violencia y la seguridad.
La víctima pidió perdón y eso está mal. Debe ir a comisaría y denunciar, debe denunciar la agresión. No se puede legitimar la violencia, no dar alas. La agresión se denuncia. Una víctima de una agresión no puede pedir perdón pese a que tenga miedo; debe denunciar, confrontar como muchos hacen y hacemos día a día en las calles, medios o zonas. Se enfrenta, se confronta, se denuncia.
Aquí vemos las consecuencias del sistema y lo que avala. Lo hemos visto en los seis condenados de Zaragoza, en la muerte de Guillem Agulló o en Carlos Palomino. Estos casos nos muestran la realidad de la lucha contra la extrema derecha y la necesidad de no ceder ante la violencia y la intimidación.
En Zaragoza, seis jóvenes fueron condenados a prisión tras ser acusados injustamente por manifestarse contra la ultra derecha. Este caso evidencia cómo, en ocasiones, la justicia puede estar sesgada y no reconocer el contexto de violencia extrema al que se enfrentan quienes combaten el fascismo en las calles.
Guillem Agulló, un joven activista antifascista y miembro de Maulets, fue asesinado en 1993 por un grupo de neonazis en Montanejos, Castelló. Aunque el autor material del asesinato fue condenado, la sentencia fue considerada extremadamente leve, y el resto del grupo fue absuelto, lo que generó una gran indignación. Este caso se ha convertido en un símbolo de la lucha antifascista en España y evidencia la impunidad con la que, a menudo, operan los grupos de extrema derecha.
Carlos Palomino, un joven antifascista, fue asesinado en 2007 en Madrid por un neonazi en el metro. Palomino se dirigía a una manifestación contra el racismo cuando fue apuñalado mortalmente. Este asesinato conmocionó a la sociedad española y subrayó la brutalidad y el peligro real que representan los grupos neonazis. A pesar de que el asesino fue condenado a prisión, la tragedia de Carlos Palomino sigue recordándose como una muestra de la violencia extrema a la que se enfrentan los antifascistas.
Estos casos reflejan las consecuencias trágicas de un sistema que, a menudo, no protege adecuadamente a quienes luchan contra la extrema derecha. La impunidad y las sentencias leves para los agresores neonazis envían un mensaje peligroso: la violencia política puede quedar sin castigo.
La lucha contra la extrema derecha no es solo la batalla de los antifascistas; es una responsabilidad colectiva. No podemos permitir que el miedo y la intimidación silencien a quienes defienden la justicia y la igualdad. Debemos reconocer y apoyar el valor de aquellos que, en primera línea, arriesgan sus vidas para combatir el odio y la intolerancia. Es fundamental que la sociedad y el sistema judicial tomen una postura firme contra el fascismo, garantizando que la violencia y la discriminación no queden impunes. Solo así podremos construir una sociedad más justa y segura para todos.
Mientras un cómico hace sus shows sin pensar en las consecuencias y vuelve a su teclado para jugar insultando a nazis o fascistas, estos últimos planifican cuidadosamente sus acciones. El fascista no solo busca venganza, sino también hacerse promoción y salir como «héroe». Observa los shows, elige el más adecuado, compra entradas, llama a sus colegas para que lo apoyen y graben todo si ocurre algo. Sabe que mensaje dar, como golpear, como transcurrirá todo. Piensa en cómo difundirlo, cómo dar el mensaje adecuado para justificar su violencia. Algo tipo «No es violencia, defiendo a mi gente o familia. No quería hacer esto, pero me provocó.»
Mientras el cómico usa Twitter para insultar y jugar, los fascistas utilizan estas provocaciones como pretexto para sus acciones violentas. Esto crea un mensaje peligroso que los medios luego fomentan, dando alas a la justificación de la violencia y a la permisibilidad de estas acciones.
Al no denunciar y pedir perdón, estás reconociendo implícitamente que cometiste un error y que merecías las agresiones, dándole la razón al agresor y validando su mensaje. Esto deja expuestas a miles de personas que, a diferencia de un simple juego en las redes, ponen su cara y su cuerpo en la lucha real en las calles y redes, defendiendo sus derechos y combatiendo el odio sin propagarlo.
Ha pedido perdón a alguien que celebra ese acto de perdón con una cita de Goebbels, quien fue el ministro de propaganda de Adolf Hitler y uno de los principales arquitectos del régimen nazi, conocido por su habilidad para manipular la opinión pública y su ferviente antisemitismo. Este mismo agresor celebró la muerte de Carlos Palomino, llamando «camarada» y «compañero» a su asesino.
La violencia solo fomenta más violencia. No frenar y denunciar el fascismo permite que estos grupos actúen con impunidad y se fortalezcan. Cada acto de violencia no denunciado y cada perdón dado sin justicia refuerza el mensaje de que el odio y la intimidación son aceptables. Para proteger nuestra sociedad y nuestros valores democráticos, es crucial confrontar y denunciar el fascismo en todas sus formas.
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