Manifiesto particular o «oficio profano de difuntos»

Galiza está hoy mucho peor que hace cuarenta años, tanto en el plano económico cuanto en el sociolingüístico, en el ecosistémico, en el sociopolítico e incluso en el alarmantemente regresivo demográfico. 

Por Xose Manuel Beiras / SinPermiso

Estamos en una situación límite, como ciudadanos y también como pueblo y nación. Como ciudadanos, en un acelerado proceso regresivo de reconversión en súbditos en lugar de seres humanos libres y titulares de innatos derechos cívicos y políticos. Y como pueblo gallego titular de soberanía política, con identidad, historia y cultura propias y genuinas, en un letal proceso de extinción, que está por ver si resultará reversible.

Las instituciones del actual régimen de autonomía formalizado en el Estatuto de Galicia de 1981, ocupadas durante treinta y cuatro de sus cuarenta años de existencia por fuerzas reaccionarias españolas, equivalentes a las que secularmente negaron y combatieron nuestra existencia como pueblo, en vez de funcionar como una herramienta del autogobierno por el que han venido luchando nuestros antepasados desde la Revolución gallega de 1846 en adelante, así como las generaciones que combatieron bajo el franquismo, han operado en realidad, disfrazadas de autónomas, como seudópodos del poder del Estado opresor al servicio de sus intereses, antitéticos de los de la ciudadanía gallega.

Los resultados de ese proceso, exacerbado durante los dos últimos lustros hasta vaciar virtualmente de contenido las potestades del Estatuto, son palmariamente evidentes: Galiza está hoy mucho peor que hace cuarenta años, tanto en el plano económico cuanto en el sociolingüístico, en el ecosistémico, en el sociopolítico e incluso en el alarmantemente regresivo demográfico. Se ha recrudecido el síndrome colonial y se ha convertido en sistemático espolio de recursos -energéticos, financieros, mineros, marinos, forestales-, de fuerza de trabajo -emigración y sobreexplotación, exterminio del campesinado-, de capital social básico (CSB) -primordialmente en la desertización de la Galiza rural-, además de destrucción o alienación del tejido productivo industrial, ruina del sistema agrario con abandono a monte y/o eucaliptización de las tierras de labradío y pastizal y, por encima, sistemático ecocidio y etnocidio. Lo dicho: un pueblo en proceso de exterminio y una nación en vías de extinción.

Nuestro propio balance

Frente a esa tragedia, las fuerzas políticas propias de nuestro país, que durante los dos postreros decenios del pasado siglo XX les habíamos plantado cara a los poderes coloniales y habíamos proyectado en la instancia política las energías de unas clases populares que no habían dejado de luchar, en cambio, a partir del inicio del nuevo siglo no hemos sabido tampoco estar a la altura. Unas, se acomodaron al perverso juego institucional del régimen autonómico esquirol, dilapidaron el patrimonio político y simbólico anteriormente acumulado y encerraron en un estuche el proyecto estratégico de emancipación nacional y social, que exigía mantener el norte en la superación del régimen español de la IIª Restauración. Y lo hicieron precisamente cuando estaba comenzando el proceso de rebelión cívica frente a ese régimen, que en Galiza había madrugado con la masiva movilización popular de Nunca Máis en el otoño de 2002. Otras, como Anova-IN, que sí que sintonizamos con esa rebelión, operando como motores auxiliares de la lucha protagonizada por la ciudadanía del común, y que formulamos un frente amplio para abarcar la diversidad interna de las clases populares -traducida primero en la AGE, después en las Mareas municipales y al cabo en En Marea- cometimos errores irreparables en la necesaria combinación del combate institucional con la lucha social, calculamos mal la fiabilidad de determinados aliados en cuanto a la asunción del proyecto estratégico, no supimos gobernar adecuadamente la contradicción nacional en la acción conjunta con fuerzas de la izquierda española -al cabo desleales- en las Cortes del estado, y finalmente no fuimos capaces de impedir los desencuentros, primero, y trifulcas, después, entre sectores y cuadros políticos del ‘aparato’ de En Marea y de sus grupos parlamentarios: al cabo perdimos la credibilidad inicial y defraudamos el ilusionado voto de confianza otorgado a nuestro proyecto por más de cuatrocientos mil electores en diciembre de 2015. Es preciso reconocerlo paladinamente, porque no todos los entuertos de raíz política que está padeciendo actualmente el pueblo gallego son culpa de los poderes coloniales que lo maniatan: también las fuerzas políticas gallegas, nosotros incluidos, tenemos responsabilidades en ello.

En el contorno estatal, el malnacido régimen de la IIª Restauración -borbónica, una vez más- está podrido de todo, como estadio culminante del involutivo proceso de descomposición iniciado a propósito desde las instituciones del propio régimen durante el período del aznarato (1986-2004), acelerado desde abajo por la presión de la rebelión cívica durante los tres primeros lustros del nuevo siglo, agravado por la gran recesión desencadenada por la crisis del sistema financiero mundializado en 2008 y convertido de facto en dictadura oligárquica y corrupta por una mayoría absoluta reaccionaria durante el mandato de Rajoy (2011-2018). Se le dio la vuelta por el forro a la Constitución fundacional del propio régimen, se cancelaron en la práctica sus primordiales contenidos garantistas de derechos democráticos, sociales y laborales, se redujo a cenizas la mayoría de las normas de sus fundamentales Títulos I (derechos y libertades de los ciudadanos) y VIII (autonomías políticas), e incluso se amputó la soberanía de las Cortes con la alevosa reforma del art. 135, convirtiendo al estado español en un ente más semejante a un protectorado de la UE que a un estado soberano miembro de ella. La aplicación a la Generalitat de Catalunya de una retorcida y abusiva interpretación del art. 155 consumó la imposición de un enmascarado ‘estado de excepción’ al pueblo catalán y el aberrante procesamiento y condena de líderes independentistas precisamente por el cumplimiento de sus compromisos democráticos contraídos con sus electores.

Un estado fallido

En la actualidad, se puede considerar que el estado español es un auténtico estado fallido, inmerso en un proceso de fascistización que infecta con gangrena a la propia sociedad civil. La cúpula del poder judicial es golpista, la ideología y las prácticas fascistas proliferan en los cuerpos encargados del ‘orden público’, el partido de las derechas alternante en los gobiernos españoles durante el largo período del bipartidismo (1982-2015) practica una forma sibilina de sedición continuada, en cópula incestuosa con potentes segmentos de los poderes mediáticos, y entre todos ellos alientan y proveen de recursos, estupefaciente y megafonía al resistible ascenso de(l) Arturo Uí de hoy en día, encarnado en el partido neonazi que ya es tercera fuerza en el Congreso y controla los gobiernos de varias autonomías, a empezar por las muy importantes de Andalucía y Madrid.

Frente a esa sórdida tarea de sistemática subversión del supuesto Estado democrático y social de derecho enunciado en la letra de la Constitución de 1978, el gobierno de coalición PSOE-UP, nacido de la moción de censura de 2018 y corroborado en las elecciones de 2019, con el generoso y sacrificado apoyo de los partidos autóctonos de las naciones-sin-estado, se halla en virtual ‘estado de sitio’: no tiene arrestos para plantarles cara a la plutocracia y demás oligarquías económicas, domésticas y transnacionales, ni para poner en su sitio al Poder Judicial, ni para depurar de saboteadores antidemócratas los cuerpos de la alta administración, ni para procesar ni siquiera investigar en las Cortes por delitos comunes al corrupto monarca entronizado en la jefatura del estado por el franquismo, de nombre Juan Carlos de Borbón, actualmente huido y refugiado en un emirato reaccionario ad hoc.

Los avances logrados así todo por ese gobierno, mayormente por iniciativas de UP y de los nacionalismos emancipadores ‘periféricos’, con normas y medidas beneficiosas para el común ciudadano y las clases trabajadoras en derechos democráticos, sociales y laborales, son con frecuencia saboteados por las fuerzas fascisto-reaccionarias, con la decisiva e ilegítima colaboración de las altas instancias de un poder judicial echado al monte, o por gobiernos autónomos desleales con su ciudadanía, e incluso en estos últimos tiempos resultan a veces enervados por los poderes acorazados de una plutocracia y unas oligarquías económicas que no reparan en provocar fenómenos como la inflación para reducir a cenizas las mejoras acordadas por la acción del gobierno en las condiciones materiales y sociales de vida de las clases populares.

  La Historia no se repite, mas reproduce intermitentemente situaciones y episodios análogos a otros anteriormente acontecidos, de los que sería necesario que aprendiésemos para evitar errores también análogos a los de otrora, y las gentes de izquierda y de los nacionalismos emancipadores debiéramos prestar más atención a lo acontecido durante el curso de la República de Weimar alemana, y asimismo de la IIª República española, y sus trágicos desenlaces. Mas la cultura cívica antifascista está virtualmente borrada de nuestro actual mapa ideológico y político, y la ciudadanía que durante tres lustros había protagonizado los combates propulsores de la quiebra del bipartidismo y la caída del obsceno gobierno Rajoy, está mayormente desmovilizada, o alienada por el consumo masivo de hediondo estupefaciente ideológico, o confinada en movilizaciones fragmentarias, sectoriales e inconexas, como islas de un archipiélago en un océano social contaminado e infectado: algo tendrá que ver con ello el auto-encierro de las fuerzas progresistas en el gueto institucional del régimen y la paulatina conversión de las inicialmente rupturistas en una a modo de nueva casta política, metamorfosis de la otrora denunciada por ellas mismas.

Las dinámicas de la andadura del sistema-mundo en este mismo período, y en particular de la kafkiana UE, lejos de favorecer a las luchas del común ciudadano frente a la descomposición y deriva involucionista de las instituciones del régimen español, tanto en el eje de los conflictos de clase, cuanto en el de las no resueltas cuestiones nacionales, todavía han venido a empeorar las condiciones en las que estaban desarrollándose esas luchas. De los dos desenlaces antitéticos que podían tener, es decir, que la presión ascendente de la lucha del común diese lugar a una ruptura democrática del régimen borbónico, o bien que los poderes oligárquicos, tanto domésticos como internacionales y situados tanto dentro como fuera de las instituciones políticas estatales y supra-estatales, ahogasen la rebelión cívica e impusiesen formas despóticas y subrepticiamente neofascistas de opresión sobre la ciudadanía, todo parece indicar que es el segundo de ellos el que actualmente está imponiéndose.

El primer indicio lo fue la reacción de los poderes políticos de la metrópolis imperial y de sus satélites a raíz del ‘infarto de miocardio’ del corazón del sistema circulatorio del Minotauro global en 2008, que en vez de sancionar a los desaprensivos culpables del desastre y proteger a la ciudadanía víctima de ellos, hicieron lo contrario: claudicaron ante el poder financiero ‘globalizado’ y cargaron la losa de la crisis a las espaldas de las gentes todas del común del sistema. La consecuencia fue el advenimiento de una gran depresión exacerbada por políticas reaccionarias que aceleraron la hiper-concentración del capital y sus desmesuradas rentas, y agravaron hasta el paroxismo el empobrecimiento y desamparo de las clases trabajadoras y de todo el común ciudadano. Todavía no habíamos conseguido salir de ese inmenso pantano cuando una mortífera pandemia acabaría de poner patas arriba ese mundo distópico del capitalismo salvaje mundializado, y la amenaza del cambio climático se tornaría en peligro inmediato de un desastre ecosistémico universal anunciado por la voracidad depredadora de su irracional barbarie cultural armada de tecnologías ‘futuristas’.

Y en esas estábamos cuando el agresivo expansionismo belicista de la OTAN -que debe de considerar que el Atlántico Norte alcanza hasta los confines del Báltico e incluso del Mar Negro- acaba de provocar una reacción simétrica, e igualmente belicista, del actual gobierno de Rusia, abriendo en el corazón de Europa un sangriento conflicto armado del que la primera víctima es el pueblo ucraniano, más que nos pone en peligro a todos, incluida la amenaza de un apocalipsis nuclear, recrudece la hegemonía yanqui sobre una UE que muda de satélite en sierva, y desencadena en sus instituciones políticas un belicismo suicida y una deriva inquisitorial en la que cualquier análisis racionalmente objetivo nos convierte en indefensos reos de herejía que solo podemos optar entre el destino de un Giordano Bruno quemado vivo en la hoguera o el musitado eppur si muove de un Galileo Galilei.

Érguete

Nada puede tener de sorprendente, por lo tanto, que ante ese tenebroso panorama y la virtual inanidad de las organizaciones políticas dominantes entre las autodefinidas como izquierdas, las gentes del común sean presa del vértigo del nihilismo, que históricamente ha sido, y sigue siendo, la ponzoña vehicular del nazi-fascismo en las masas alienadas -como tan lúcidamente mostrara hace ya algunos años el profesor Francisco Sampedro en magistral ensayo sobre la ‘violencia excedente’: he ahí sus pestilentes y desazonantes metamorfosis actuales -que en la pell de brau celtibérica son en rigor metástasis de un mortífero cáncer nunca hasta ahora erradicado de los órganos vitales de la sociedad política. Y he ahí, al cabo, el vértigo del que tenemos que evitar ser presas y, antes bien, combatir con la lucidez, la valentía y la audacia de ciudadanos y ciudadanas dispuestas a plantarle cara a la bestia con la tenaz resolución de los imprescindibles brechtianos.

Solo la reactivación y reorganización de una rebelión cívica, generosamente solidaria y clarividentemente orientada hacia la meta da la propia emancipación, podrá hacer pedazos los muros de cristal blindado de las prisiones de la miseria, en palabras de Loïc Wacquant, en las que los ignaros exterminadores nos tienen encerradas a las gentes todas del común. Y me viene en este punto a la memoria la estampa de Castelao en la que un buitre está posado sobre una figura humana tumbada en el suelo, y la frase al pie que, integrando en ella una famosa consigna de Brañas, decía así: Érguete, pelengrín!: o paxaro da morte está enriba de ti. Como en Irlanda, érguete e anda! (1).

Reboraina de Aguiar, 25 de abril de 2022, cuarenta y ocho aniversario de la Revoluçâo dos Cravos portuguesa.

Nota:

(1) «Levántate, peregrino!: el pájaro de la muerte está encima de ti. Como en Irlanda, levántate y anda!».

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