«Madres, avisad a vuestras hijas», de Bonnie Jo Campbell

Un conjunto de cuentos salvajes donde las protagonistas son mujeres que han decidido sobrevivir

Por Bestia Lectora

El silencio frente a la violencia. La rudeza de la crianza que se construye de espaldas al mundo. La dificultad de las hijas de acercarse a sus madres. La dificultad de las madres que no saben cómo tratar a sus hijas, a quienes se han preocupado por mantener a una rigurosa distancia. La maternidad feroz. La maternidad inexistente. La rabia frente a los privilegios de los hombres. Los cuentos de Madres, avisad a vuestras hijas de Bonnie Jo Campbell (Dirty Works) nos invitan a viajar a un mundo rural donde todo es salvaje, pero también puede ofrecer algo de luz.

Madres en la infancia rural

Es difícil leer a Bonnie Jo Campbell y no viajar a la infancia, si te criaste en el campo y puedes reconocer el frío, las camionetas desvencijadas, la sensación de que si te pasa algo ni siquiera tus hermanos saldrán en tu defensa. Es difícil leer a Campbell y no quedarte aletargada durante días si tu cuerpo recuerda el dolor que algunas de las narradoras ponen en palabras. Un libro que es un abismo y que representa todo lo que he buscado con desesperación en la literatura. Fue Valeria Correa Fiz quien me presentó a Campbell, con Desguace americano, y me fascinó. Me atrevería a decir que es una de las autoras que más me ha conmocionado en los últimos años. Sin embargo, la fuerza de este nuevo libro superó con creces al anterior. Nunca has leído nada igual, te lo prometo. «Me quedé despierta y vi que los hombres del pueblo se reunían para matar al monstruo».

Todo lo que deseábamos de niñas se frustró, porque hubo hombres pujando por hacerse con ese lugar que era nuestro. La vida nos llevó por otros caminos, pero siempre nos topamos con hombres destinados a ocupar el lugar que nos correspondía. En el campo y en la ciudad. Y seguramente muchas de nosotras hemos sentido aquello que expone una de las narradoras: «Nunca he sabido dónde termina el poder que tiene un hombre sobre una mujer». Sobre todo si hemos vivido en entornos con las normas firmes y el universo inamovible. Si hemos visto que «Todos los hombres juntos formaban el mundo sólido» y las mujeres ocupábamos el espacio sobrante, el espacio intermedio entre padres y hermanos. Leer a Campbell nos recuerda la salvaje forma de tratarnos y seguramente nos obliga a revisarnos en el presente.

«Siempre al límite de mis fuerzas». Así ha sido su vida, le confiesa una madre a su hija. En un diálogo imaginario —ahora que está postrada en una cama y ha perdido el habla descubre cuántas cosas querría haberle contado— recapitula sobre la vida que han tenido, madre e hija, intentando confesar sus miedos y también explicar el porqué de ciertas situaciones. «No me preocupé de vosotros cuando crecíais» porque «estaba demasiado ocupada para andar preocupándome». Uno de los aspectos más impactantes de este y de casi todos los cuentos es el tratamiento del silencio. La vida feroz que pasa deprisa, las palabras que no encuentran un canal de desagote, las mujeres que se creen menos importantes de lo que son, las madres que aguantan por encima de sus posibilidades.

Todas las criaturas de estas historias han experimentado algún tipo de violencia que las ha obligado a endurecer la piel para poder sobrevivir. Mujeres que han decidido superar situaciones infernales como han podido, agostando el límite de sus fuerzas. «Un toro Hereford me aplastó contra la pared del granero, me rompió tres costillas y me dejó sin aliento». Insisto con este cuento, no sólo porque es el que da título al libro, sino porque me ha parecido uno de los más potentes. El silencio en su expresión más salvaje y también más dolorosa. La madre incapaz de hablar con la hija. El silencio repetido de la infancia que se extiende a la adultez marcando una distancia difícil de reducir entre madres e hijas. Un cuento que puede servirnos para entender hasta qué punto el sistema nos quiere solas. Quien haya llegado a odiar a su madre por su abandono sistemático sabrá entender lo que digo y encontrará en este cuento la semilla poderosa de este libro.

Perspectiva y supervivencia

El gran dolor de cabeza de la escritura, lo que punza el miedo, es dar con la perspectiva exacta que pretende nuestra historia. No es un problema para Bonnie Jo Campbell: cada cuento se nos ofrece desde la única perspectiva posible, esa es la sensación que tenemos. Encontramos todas narradoras diferentes y en cada voz podemos hallar las esquirlas del pasado. Como si no fuera posible otra manera de contarse a ellas mismas que ésa.

Me ha interesado mucho, por ejemplo, el uso de la segunda persona en historias como «Cuéntate», que nos traduce la violencia del mundo y el miedo de una madre. ¿Cómo defender a nuestras hijas adolescentes de los monstruos que esperan en la calle?, parece la gran inquietud que incuba este cuento. Y que nos ofrece frases brutales, pasajes inolvidables como éste: «—¡Joder! —gritas al fin—. ¿No te das cuenta? Estoy muy preocupada por ti. Me preocupa que todos los cabrones del mundo quiera liarse contigo y tocarte con sus sucias manos». O en el cuento «El Mayor Espectáculo del Planeta, 1982. Lo que estaba», donde la protagonista recorre las cicatrices de su novio para descubrir las consecuencias de la segregación de clase, de la violencia racista y la falta de oportunidades; marcas que parecen conducir a un futuro difícil de esquivar.

La maternidad es uno de los temas principales de los cuentos. La madre que huye, la madre que soporta, la madre que escucha, la madre que calla. La madre como un «pájaro que se consume cantando hasta la muerte». También, la que decide asesinar porque el dolor es muy grande y no está dispuesta a que sea dios quien decida el destino de los culpables. Como Mary, que se pregunta quién es dios «para perdonar lo que Carl Betcher le ha hecho».

Las madres de este libro, sin embargo, no son frágiles: todas han decidido sobrevivir a sus maltratadores y al mundo hostil que no ha cesado de arañarlas. En medio de la batalla sangrienta que supone la vida como mujer rural, estas personas han decidido no ser vulnerables, no comerse el cuento de que son víctimas. O, mejor dicho, han sabido encontrar la fuerza interior para que su condición de víctimas no las aplaste, no marque el futuro con un contorno de imposibilidades. Y esa perspectiva, que se repite en todos los relatos, me parece uno de los grandes hallazgos de esta lectura.

El salvaje mundo del silencio

La violencia del silencio después de una violación o una humillación es otro tema reincidente. La violencia causada por hombres a los que hemos amado, a los que hemos querido como a nuestra sangre. Toda esa rabia que provoca soledad por «no ser capaz de decirle a nadie lo que pasó anoche». Esa soledad del campo, de las familias que deciden tapar las violaciones de las hijas, de los hombres que creen que no decir salva la memoria. La soledad violenta que extrapolan los hombres que son capaces de roer el cuerpo de las mujeres, sin pararse a pensar lo que esas mujeres están pensando en el preciso instante en que ellos las hieren: «Puede que no sea vuestra madre o vuestra hermana, pero soy la madre de alguien, soy la hermana de alguien»

Y aquí viene lo más interesante: una idea sobre la que quiero volver. No es éste un libro de víctimas sino, de supervivientes. Creo que eso es lo que todas las mujeres deberíamos aprender: a pararnos en un lugar desde el que tengamos la seguridad de que no pueden aplastarnos. Nos dañarán pero, al menos, tendremos un cerebro y un cuerpo preparados para el combate. Y daremos guerra. Creo que eso es lo más hermoso que podemos aprender de estas historias. Ahí está la luz de estos cuentos, de estas protagonistas: en la valentía y las ansias feroces de vivir una vida según los deseos, independientemente de la brutalidad con la que se nos haya tratado.

Avisad a vuestras hijas. No tengáis hijas. Salvad a vuestras hijas. Escondedlas en un búnker —«Al dejar de estar conectada a la tierra, Bebé estará a salvo incluso de los rayos»—. Advertid a vuestras hijas. No permitáis que nadie sepa sus nombres. Cuidad a vuestras hijas. La distancia entre los pensamientos de las narradoras es muy diverso. La violencia de los hombres que han sido violentados. La rabia del dolor de ver a un ser querido masacrado por el mundo. El desconcierto que provoca la falta de empatía en un mundo salvaje. Todo eso encontramos en los cuentos de Bonnie Jo Campbell. Un libro insólito. Imposible. Un libro que aunque leeremos de forma incansable, no llegaremos a comprender cómo ha sido escrito. Que nos va a obligar a escuchar en bucle a Dolly Parton en «The House of the Rising Sun», que fue una de las canciones que inspiraron el título y acompañaron la escritura de este libro extraordinario. El luminoso movimiento de esa canción tiene mucho que ver con la actitud de las fabulosas mujeres de estos cuentos.

Y vuelvo a la confesión de la madre, porque me parece de una brutalidad y de una riqueza literaria imposible. «Me ves poderosa en mis pecados, pero la verdad es que yo estaba agotada». Los cuentos de Bonnie nos obligan a pensar la vida desde otro lugar, a replantearnos nuestra relación con nuestras hermanas y a exigirle a la literatura una calidad que no nos está ofreciendo. Que me lean a Bonnie es todo lo que voy a pedirles, porque no han leído ni leerán nada parecido. No podremos proteger a nuestras hijas, porque «No existe tal ley que proteja a las hijas del Reino Animal», pero podremos enseñarles a ser fuertes y a sobrevivir a la violencia del mundo que nos golpea como el cabezazo de un toro Hereford.

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