El contundente testimonio de Jamie Reed, una ex trabajadora de una clínica transgénero en Estados Unidos.
Por Oriol Sabata
Jamie Reed explica en un artículo publicado en The Free Press su experiencia trabajando en una clínica pediátrica de género en Estados Unidos. «Hay más de 100 clínicas pediátricas de género en los EE.UU. Trabajé en una. Lo que les está pasando a los niños es moral y médicamente espantoso».
Reed trabajó durante cuatro años en el Centro Transgénero de la Universidad de Washington en el Hospital Infantil de St. Louis. Según cuenta, el centro consideraba que «cuanto antes se trata a los niños con disforia de género, más angustia se puede prevenir más adelante», una premisa al parecer compartida por los médicos y terapeutas del centro.
«Trabajé en la clínica como administradora de casos, era responsable de la admisión y supervisión de pacientes», explica Reed, que asegura que durante ese periodo en el que estuvo allí atendieron alrededor de 1.000 jóvenes que llegaron angustiados. «La mayoría de ellos recibió recetas de hormonas que pueden tener consecuencias que alteran la vida, incluida la esterilidad», denuncia.
Jamie reconoce que decidió abandonar la clínica en 2022 «porque ya no podía participar de lo que allí sucedía» y que lo que está sucediendo con los adolescentes es «moral y médicamente espantoso».
«Poco después de mi llegada al Centro Transgénero, me llamó la atención la falta de protocolos formales para el tratamiento», señala. Reed narra sorprendida como en un momento determinado, en el centro se comienza a producir un aumento dramático de adolescentes (mayoritariamente chicas) que se declaran transgénero y que exigen un tratamiento inmediato con testosterona. «A veces llegaban grupos de chicas de la misma escuela secundaria», describe.
La ex trabajadora de la clínica muestra la facilidad con la que los pacientes comenzaban el tratamiento de transición: para empezar, se necesitaba una carta de apoyo de un terapeuta, generalmente uno recomendado por el propio centro, con el que se visitaban una o dos veces para tener el visto bueno. Las cartas de apoyo de los terapeutas terminaron siendo una plantilla realizada por la misma clínica. El segundo y último paso era una sola visita al endocrinólogo para una prescripción de testosterona.
«Cuando una mujer toma testosterona, los efectos profundos y permanentes de la hormona se pueden ver en cuestión de meses. Las voces caen, las barbas brotan, la grasa corporal se redistribuye. El interés sexual estalla, la agresividad aumenta y el estado de ánimo puede volverse impredecible. A nuestros pacientes se les informó sobre algunos efectos secundarios, incluida la esterilidad. Pero después de trabajar en el centro, llegué a creer que los adolescentes simplemente no son capaces de comprender completamente lo que significa tomar la decisión de ser infértil cuando aún son menores de edad», dice Reed.
Efectos secundarios
La ex trabajadora considera que la clínica minimizaba las consecuencias negativas y enfatizaba la necesidad de una transición. Entre algunos ejemplos, habla sobre como el centro recetaba bicalutamida, un medicamento que se usa para tratar el cáncer de próstata metastásico y que se estaba ofreciendo como bloqueador de la pubertad y agente feminizante para los niños. No se tenía en cuenta la larga lista de efectos secundarios.
Reed explica el caso de una paciente de 17 años que tomaba testosterona y llamó de urgencias porque le estaba sangrando la vagina. Al parecer había tenido relaciones sexuales. La testosterona adelgaza los tejidos vaginales y su canal vaginal se había abierto. Tuvo que ser sedada y operada para reparar el daño.
«Otras chicas se sintieron perturbadas por los efectos de la testosterona en su clítoris, que se agranda y crece hasta convertirse en lo que parece un microfalo o un pene diminuto», dice Reed.
Jamie advierte que los tratamientos de por vida con dosis importantes de testosterona o estrógeno terminan afectando a todo el cuerpo e implican tener que tomar otro tipo de medicamentos, por ejemplo, para la presión arterial, para el colesterol, para la apnea del sueño o la diabetes.
En 2022, los médicos de la clínica advirtieron a Jamie y a otro compañero de trabajo que «tenían que dejar de cuestionar la medicina y la ciencia» y su autoridad. De manera implícita los estaban invitando a asumir los criterios y el modus operandi del centro o irse. En el mes de noviembre de ese mismo año Jamie abandonó el Centro Transgénero. Desde ese momento, la ex trabajadora comenzó a escribir su experiencia en el centro.
«Dado el secretismo y la falta de estándares rigurosos que caracterizan la transición de género juvenil en todo el país, creo que para garantizar la seguridad de los niños estadounidenses, necesitamos una moratoria en el tratamiento hormonal y quirúrgico de los jóvenes con disforia de género», apunta Jamie.
En su artículo informa que «en los últimos 15 años, según Reuters , EE.UU ha pasado de no tener clínicas pediátricas de género a tener más de 100», y hace un llamamiento a «realizar un análisis exhaustivo para averiguar qué se ha hecho con sus pacientes y por qué, y cuál es el resultado a largo plazo».
Como siempre, el aspecto económico está por encima de la ética y la dignidad. La falta de valores en la sociedad americana hace que los jóvenes, sin criterio y sin modelos sociales válidos, adopten decisiones sin la preparación ni la madurez apropiada. Y los padres y madres forman parte de ese sin sentido. Desgraciadamente, ese, es el modelo de sociedad que nos han impuesto.