Las siete vidas de Gonzalo Boyé

La lista de sus clientes es realmente notable, pues a todos estos casos hay que añadir la defensa de Tania Sánchez, Sito Miñanco, Carles Puigdemont, Valtônyc, y, recientemente la de Alberto Rodríguez, expulsado del Congreso por una supuesta agresión a un policía.

Por Angelo Nero

Las vidas que ha vivido Gonzalo Boyé seguro que son más de siete, y darían más que para una película, para una de esas series en las que la trama se retuerce con cada capítulo, bastante más entretenida que muchas de las que forman la parrilla interminable de las plataformas digitales, donde, por suerte, también se pueden encontrar joyas como el documental que Santiago Arabia dirigió en 2016.

Pero, ¿quién es Gonzalo Boyé?. Para los que aún no lo conozcan, decir que nació en Viña del Mar, una localidad turística costera a cien kilómetros de Santiago de Chile, en 1965, en el seno de una familia acomodada, su padre es el periodista chileno Gustavo Boye, y su madre, licenciada en derecho, tiene ascendencia catalana. Tras estudiar el mejor colegio de Valparaíso, The Mackay School, se traslada a Heidelberg, de donde es su familia paterna –de hecho Boyé tienen doble nacionalidad, alemana y chilena- para estudiar Economía y Ciencias Políticas en su universidad, aunque no llega a finalizarlas. Viaja a España en 1987, donde abre una consultoría.

En 1992 la vida de Gonzalo Boyé da un giro inesperado, ya que es detenido en una operación anti-terrorista, acusado de pertenencia a un comando del MIR, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria chileno, acusado de servir de apoyo a ETA en los secuestros de Diego Prado y Colón de Carvajal, y de Emiliano Revilla, algo que negará siempre. Boyé es encarcelado y, en 1996, condenado por la Audiencia Nacional a 14 años de prisión por el secuestro del empresario cárnico y ex alcalde franquista de Ólvega, pese a que la única prueba en su contra fue la declaración de un testigo que no se presentó a juicio.

Durante su permanencia en prisión, otra vida más, y con una larga condena por delante, comenzó a estudiar derecho, ocho horas al día de estudio hasta que consiguió quitar la carrera. Aquí se forjó un nuevo Boyé, que crecía ante la adversidad, como narró en un artículo Carles Porta en La Vanguardia: “Gonzalo Boye crece cuando le quieren pegar. Lo aprendió en prisión un día que le dejaron solo, en un patio, con un psicópata de 150 kilos. «Nos han dejado solos, eso es que quieren que te mate» le dijo el psicópata, condenado por asesinato. Boye lo invitó a tabaco y se hicieron amigos.”

Ocho años después, tras su liberación, en 2002, comenzó a ejercer de abogado, y a partir de aquí, comienzan varias vidas más con una extensa y polémica carrera plagada de juicios muy mediáticos, que principia en 2006 defendió a Rodrigo Lanza, acusado de agredir a un guardia urbano en Barcelona, hechos que quedaron recogidos en el documental Ciutat Morta, en el que se denuncia un montaje policial; en 2007 como abogado de la acusación popular en el juicio por los atentados del 11M en Madrid, llevando el caso de una víctima chilena; y continúa con 2009 con una querella muy sonada contra el ex ministro de Defensa de Israel, Ben-Elezier, y seis militares más, por el bombardeo del barrio palestino de Al Daraj; ese mismo año demanda también a seis de los asesores jurídicos del presidente George W. Bush, por diseñar el soporte jurídico de la prisión de Guantánamo; en 2010 vuelve a querellarse contra Israel, por el ataque a la flotilla de solidaridad con Gaza, en el que la Marina del estado sionista mataría a once personas; en 2013 se querella contra Luís Barcenas, tesorero del Partido Popular, por financiación irregular, soborno, falsedad contable y delito fiscal; en 2014 se incorpora al equipo jurídico que defiende a Edward Snowden, antiguo analista de la CIA, acusado por EEUU de revelación de secretos oficiales…

La lista de sus clientes es realmente notable, pues a todos estos casos hay que añadir la defensa de Tania Sánchez, Sito Miñanco, Carles Puigdemont, Valtônyc, y, recientemente, la del diputado de Podemos, Alberto Rodríguez, expulsado del Congreso por una supuesta agresión a un policía.

Pero las vidas de Boyé no se circunscriben al ámbito judicial, ya que además es cofundador de la revista satírica Mongolia –los que lo conocen dicen que es un hombre dotado de un gran sentido del humor-, y editor del blog Contrapoder, dentro del medio digital eldiario.es, del que formó parte de su consejo de administración.

Cómo no podía ser de otro modo, un personaje tan mediático tenía que tener su presencia también delante de las cámaras, y así lo pudimos ver en los documentales “The Guantanamo Trap” (2010), “Ciutat Morta” (2015), “Citizenfour” (2014), y, finalmente, en el documental que me ha animado a escribir estas líneas, el espléndido trabajo dirigido por Santiago Arabia, “Boyé”, en que da cuenta de sus muchas vidas.

La película no solo se sumerge en la historia de Gonzalo Boyé, sino también en las cenagosas aguas de la justicia española, unas aguas conectadas, en muchas ocasiones, con las cloacas del estado, con los montajes policiales y mediáticos, y es un reflejo de esta democracia vigilada, de este estado en el que la corrupción es endémica y en la que el corrupto, cuando es descubierto, encuentra siempre una vía de salida, o una puerta giratoria, mientras se condena a raperos y se cierran periódicos, mientras se fabrican tramas contra políticos de izquierdas y donde, incluso, el presidente de la Generalitat tiene que buscar refugio en el extranjero.

A pesar de las más de dos horas de metraje y de que este lo forme, mayoritariamente, una entrevista a corazón abierto del propio Boyé, el documental se hace muy ameno, jalonado con las imágenes de archivo de algunas de las causas en las que el chileno ha,  participado, de un modo u otro, desde el secuestro de Emiliano Revilla, pasando por los atentados del 11M, los ataques a Gaza, la financiación ilegal, el Procès, Guantanamo… Sin duda son muchos los motivos, para ver este documental y escuchar a Gonzalo Boyé hablando de sus siete vidas.

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