El director Borja de la Vega ha rescatado su historia, en “La última noche de Sandra M”, donde hace una interpretación libre de las últimas horas de la actriz.
Por Angelo Nero
Sandra Mozarowsky era una joven promesa del cine español, en 1977, donde había debutado con solo diez años, en una película de Pedro Lazaga -El otro árbol de Guernica-, en la que interpretaba a Montserrat, una niña de la guerra, de los muchos que fueron enviados al extranjero por el gobierno republicano, para mantenerlos alejados del horror de la contienda -curiosamente la actriz que interpretaba a Begoña, la otra niña protagonista, Inma de Santis, otra joven promesa, murió con solo 30 años en el Sáhara, en un accidente de coche-.
Sandra, hija de un diplomático ruso y de madre española, abandonó los estudios de bachillerato e inicio una fulgurante y dramáticamente corta carrera en el cine, con “El mariscal del infierno”, de León Klimovsky, y con guión de Paul Naschy, con sólo quince años, y protagonizó también, al año siguiente “La noche de las gaviotas” una película española de terror dirigida por Amando de Ossorio. En México rueda “El hombre de los hongos” dirigida por Roberto Gavaldón, basada en la novela de Sergio Galindo.
Pronto empezó a destacar en el llamado cine de destape, películas de alto contenido erótico, que surgieron con la apertura política y social tras la muerte del dictador Francisco Franco, como “Beatriz”, dirigida por Gonzalo Suárez, “Hasta que el matrimonio nos separe”, de Pedro Lazaga, “Call girl: la vida privada de una señorita bien”, de Eugenio Martín -en la que actuó junto a su amiga Bárbara Rey-, “Abortar en Londres”, de Gil Carretero, “Pecado mortal”, de Miguel Ángel Díez, y en la producción colombiana “Ángel negro”, donde hace el papel protagonista, dirigida por el director Tulio Demicheli.
En su corta vida trabajó en más de veinte películas, pero su carrera se cortó abruptamente cuando, un 14 de septiembre de 1977, se precipitó desde el balcón de su casa, y acabó impactando en el techo de un automóvil, tenía sólo 18 años y estaba embarazada de cinco meses. En los círculos madrileños era un secreto a voces que mantenía una relación sentimental con el rey Juan Carlos, que entonces tenía 39, y apenas llevaba dos reinando, tras la muerte del dictador, que lo había designado como sucesor. Sandra murió, después de dos semanas en coma, por las graves lesiones cerebrales que sufrió tras la caída, cuyas causas nunca aclaradas, no se sabe si se cayó accidentalmente, si se tiró o si fue empujada por alguien, aunque la versión oficial se dirigió hacia la primera hipótesis. Su hermana siempre apuntó hacia la tercera. El biógrafo de Lady D, Andrew Morton, en su libro “Ladies of Spain: Sofía, Elena, Cristina y Letizia. Entre el deber y el amor”, publicado en 2013, aseguró también que Juan Carlos había tenido una relación amorosa con la joven actriz.
Un mes antes de su muerte, Sandra había declarado en una entrevista para la revista semana: “Estoy cansada de hacer siempre lo mismo, harta de que sólo me ofrezcan guiones en los que tengo que desnudarme. Me voy a ir a Londres una temporada para perfeccionar mi inglés y hacer un curso de arte dramático. Quiero prepararme, para seguir haciendo lo que más me gusta, que es el cine. No quiero ser un objeto».
El director Borja de la Vega ha rescatado su historia, en “La última noche de Sandra M”, donde hace una interpretación libre de las últimas horas de la actriz, en la que retrata a una joven que siendo todavía una adolescente, había caído en las redes de aquel cine decadente que devoraba una parte de la sociedad que comenzaba a abrir los ojos después de cuarenta años de oscuridad, y lo primero que veía era jóvenes desnudas, victimas de depravados aristócratas o obligadas a abortar en el extranjero, como en algunas actuaciones de Sandra Mozarowsky, que soñaba con hacer otro cine, quizás con otra sociedad que no fuera aquella que aplaudía a un rey que, con el tiempo, quedaría en evidencia que estaba muy lejos de ser el modelo que nos querían imponer en las cenas de nochebuena.
La actriz Claudia Traisac, conocida por su interpretación en la serie Vivir sin permiso, se pone en la piel de Sandra con solvencia, y nos mantiene en vilo durante los 87 minutos del largometraje, en la que la actriz se desnuda, pero por dentro, para mostrarnos sus inquietudes y sus miedos, esos miedos e inquietudes de los que era presa toda aquella sociedad de la Transición, que todavía era menor de edad. En la primera parte de la película el interior de su casa, está inundado de luz, y Sandra está a dos pasos de la libertad, de tomar las riendas de su vida, y así se lo comunica a su madre, a los periodistas de Semana, a su amiga Inma de Santis, pero hay una amenaza, que a través del teléfono o de la puerta, va cubriéndola de sombras, hasta que se da cuenta de que esa libertad está tan lejos como la de aquel pueblo español que todavía la tenía tutelada. Es brillante, en este sentido, la crítica que la película hace a los medios de comunicación, a la propia industria del cine y a los servicios secretos de la época, toda una conjura de los necios para que “todo cambiara sin que cambiara nada”.
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