La propuesta de la vicepresidenta segunda Yolanda Díaz, de fijar un tope en el precio de algunos alimentos, es decir, de establecer límites de precios a una serie de productos que conformen una cesta de la compra «básica», y hacerlo de forma que no entorpezcan la libre de competencia del mercado. El planteamiento de Díaz ha sido tachado por la derecha económica de “soviético-bolivariana”, en el mejor de los casos. Sin embargo, no hace mucho existía en España un organismo de control de precios, la Junta Superior de Precios (JSP). Se creó en 1973 como órgano de trabajo del Consejo de Ministros, mediante el Decreto-ley 12/1973, de 30 de noviembre, sobre medidas coyunturales de política económica.
El título que antecede estas líneas describe a la perfección la filosofía de vida bereber. Es el lema del desierto. Muy lejos de esta máxima, el mundo enloquece en una carrera permanente sin meta definida. El estrés, las prisas y la urgencia por alcanzar resultados nos hacen llevar una existencia subida de revoluciones. Este frenesí por la inmediatez nos impide ser conscientes de lo que pasa a nuestro alrededor, de los pequeños detalles, del momento concreto que vivimos. Estamos siempre imaginando el después, sin ser plenamente conscientes del presente, sin darnos cuenta que lo que realmente se nos está pasando es la vida.
En economía, estamos muy acostumbrados a las previsiones, a las proyecciones, a los escenarios futuribles, a los multiplicadores, a los aceleradores, a los ciclos… La velocidad de las transacciones engrasa el sistema capitalista, siempre en búsqueda de atajos y del camino más corto, en pro del sacrosanto crecimiento económico.
En un escenario económico internacional tan volátil e incierto como el actual, las propuestas para paliar sus efectos (inflación, desabastecimiento energético y de materias primas, probable recesión, paro, etc.) se suceden, y junto a ellas, la negación de las mismas. Todo ello a la velocidad del rayo. Sin análisis, sin reposar las ideas, sin un mínimo desarrollo y exploración de las mismas.
Así, por ejemplo, los planteamientos decrecentistas o poscrecentistas –aunque avalados por científicos y Universidades- quedan restringidos a pequeños ámbitos de discusión y difusión, son acallados en los principales medios de comunicación y evitados en los debates políticos. No interesan sus análisis ceñidos a los datos. Es preferible seguir en los brazos de Morfeo.
Enfrentarse a esta tendencia negacionista de “me opongo a todo con la negación como argumento” requiere una labor ingente. No se trata solo de tomar conciencia de la realidad material —la explotación capitalista y la emergencia climática— y sus consecuencias sobre la vida en el planeta. Depende también, y en mayor medida, de cómo se oriente el discurso imperante, la cultura, los valores y sentimientos predominantes… Eso que el pensamiento gramsciano llamó hegemonía y que requiere la colaboración de una parte mayoritaria de la población. Negar con la actitud del avestruz, es más fácil.
Pero tampoco hace falta irnos a debates de tanto calado para ver la ligereza con la que se miden las iniciativas planteadas.
La propuesta de la vicepresidenta segunda Yolanda Díaz, de fijar un tope en el precio de algunos alimentos, es decir, de establecer límites de precios a una serie de productos que conformen una cesta de la compra «básica», y hacerlo de forma que no entorpezcan la libre de competencia del mercado. El planteamiento de Díaz ha sido tachado por la derecha económica de “soviético-bolivariana”, en el mejor de los casos.
Sin embargo, no hace mucho existía en España un organismo de control de precios, la Junta Superior de Precios (JSP). Se creó en 1973 como órgano de trabajo del Consejo de Ministros, mediante el Decreto-ley 12/1973, de 30 de noviembre, sobre medidas coyunturales de política económica, en su artículo 9.
La JSP sufrió diferentes modificaciones legislativas. Entre ellas, las siguientes:
– Decreto 445/1976, de 5 de marzo, por el que se reorganiza la Junta Superior de Precios, para adecuar la composición de la Junta Superior de Precios a la organización administrativa del momento.
– El Real Decreto 2695/1977, de 28 de octubre, sobre normativa en materia de precios. En sus primeros artículos se establecían anexos diferentes para bienes y servicios autorizados y para otros, comunicados. La elevación de los precios de los bienes y servicios que se relacionan en el anexo uno al presente Real Decreto requerirá solicitud a la Junta Superior de Precios y autorización de la Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos Económicos. El régimen de los precios de los bienes y servicios que figuran en dicha lista se denominará Precios Autorizados.
– Las organizaciones empresariales y las centrales sindicales con mayor Implantación a nivel nacional estaban representadas en la Junta Superior de Precios a partir de 1982, según un real decreto del Ministerio de Economía y Comercio publicado en el Boletín Oficial del Estado. También tuvieron representación en numerosos organismos e instituciones públicas (INEM, INSALUD, INSS, INSERSO, etc.).
La JSP estará vigente hasta 1996, cuando se suprime a través del artículo 16 del Real Decreto-ley 7/1996, de 7 de junio, sobre medidas urgentes de carácter fiscal y de fomento y liberalización de la actividad económica.
Han pasado muchos años y han cambiado muchas cosas, incluida mi afiliación sindical. No recuerdo mi experiencia personal de haber participado en este organismo como algo siniestro, manipulador o inquisidor del mercado. Conviene añadir que nunca recibí ningún tipo de remuneración, dieta o suplido por asistir a las reuniones convocadas. De lo que si me acuerdo es de la puesta en común de ideas, propuestas e iniciativas de diferentes agentes sociales; de la participación, del diálogo y del encuentro en el debate. De un intento por democratizar la economía.
La JSP era un órgano de trabajo del Gobierno al que correspondía informarle en las cuestiones relativas a los precios, analizar periódicamente sobre su evolución, poder fijar los márgenes de distribución o comercialización respecto de los productos o servicios sujetos a control, etc. Quizás, en circunstancias excepcionales como las que vivimos, no estaría de más darle una vuelta a su posible restablecimiento, con todas las cautelas en cuanto a competencia y normativa europea.
Pero volviendo al comienzo de estas líneas: el desierto nos muestra sólo el camino que dejamos atrás, por delante es todo incierto y el futuro se crea a cada paso que das. Pero los caminos, como en el desierto, pueden no existir. Caminante, no hay camino, se hace camino al andar, decía Antonio Machado. Y donde no hay caminos, lo mejor es vivir el viaje, sin prisas.
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