Por María Torres
La imagen que acompaña este texto corresponde a la portada del Diario ABC de 11 de mayo de 1945. Al pié de la misma se lee: «LIBERADOS. Llenos de alegría por su liberación, prisioneros de un campo alemán de concentración llevan en hombros a un soldado norteamericano».
Esta fotografía de Juan Miguel Pando Barrero fue captada unos días antes, y corresponde al campo de concentración de Mauthausen, liberado el 5 de mayo de 1945 por la 11 División Acorazada del Ejército norteamericano. Ese día las banderas republicanas habían sustituido a las esvásticas y en la puerta principal colgaba una pancarta con la frase: «Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas libertadoras».
Ni en la portada del periódico ni en su interior, se hace alusión a los 7.500 españoles que allí fueron confinados condenados al trabajo esclavo y al exterminio. Los únicos presos políticos que recibieron como distintivo el triángulo azul de los apátridas con una «S» de red spanier en su interior, en lugar del triángulo rojo. Tampoco se habla de los casi 5.000 que perecieron.
Pero lo que si podemos leer en la página 3 de la publicación es un texto de Torcuato Luca de Tena en el que aconseja inclinar la frente, doblar la cintura y barrer el suelo ante Alemania, los vencidos. Lástima que no tuviera la misma benevolencia con sus propios compatriotas, también vencidos, seis años antes.
«(…) Hoy, que han sido vencidos los vencedores de ayer, reconocemos que el heroico pueblo alemán, no es por eso inferior ni a las hordas asiáticas que rompieron su frente, ni a la tradicional y culta Inglaterra, ni a los jóvenes y deportistas Estados Unidos de Norteamérica.
Proclamar lo contrario sería tanto como medir el valor de los pueblos por el número de sus hombres y sus cañones; sería privar a los propios aliados del principal argumento que emplearon contra la Alemania triunfadora de los años 40 y 41.
Su Santidad el Papa nos recuerda, en su mensaje de la Paz, la profecía de Ezequiel: «Yo les daré un corazón y pondré en ellos un nuevo espíritu; y sacaré de su pecho el corazón de piedra y les daré un corazón de carne para que puedan seguir mis mandamientos…»
En este espíritu nuevo, en este corazón dispuesto a acatar los mandamientos del Señor, es quizá donde reside el índice que marca la superioridad de los pueblos. O lo que es lo mismo: en la victoria de una Paz que aspira a ser cristiana y duradera más que en la victoria de una guerra que es siempre cruel y transitoria.
El nacionalsocialismo, al dar su paternidad a la doctrina racista, defensora de la superioridad de la raza aria sobre los demás pueblos del globo, cometió un pecado de soberbia. ¡Que sirva de ejemplo su humillación, presente para el resto de los pueblos!
Alemania ha sido vencida. Totalmente vencida. Su doctrina, su ejército, sus ciudades, sus campos han sido arrasados y pasará mucho tiempo antes de que vuelva a crecer el trigo entre la chatarra de los tanques deshechos y abandonados. Mal abono para la tierra el del hierro y la metralla… Alemania ha sido vencida, pero puede proclamar sin sonrojo y con la frente muy alta en su último parte oficial que «las fuerzas armadas alemanas han sucumbido con honor ante una aplastante superioridad»
No todos los pueblos, que en el ir y venir del péndulo cambiante de la fortuna fueron vencidos, pueden justificadamente decir lo mismo. Con honor lucharon contra Alemania y se abatieron contra su fuerza los pendones polacos, griegos, belgas… Con honor lucharon y perecieron Finlandia, Hungría… Con honor puede hoy Alemania lanzar su último parte de guerra y nosotros, como en aquellos tan lejanos tiempos de hidalguía y caballerosidad que simbolizó Velázquez en la rendición de Breda, inclinar la frente, doblar la cintura y barrer el suelo ante los vencidos con nuestro chambergo emplumado.»
Se el primero en comentar