La propaganda negadora del hambre en el primer franquismo

Tras el final de la Guerra Civil, no llegó la Paz prometida, llegó el hambre y la pobreza, que durante más de 15 años conformaron el horizonte vital de millones de ciudadanos.

Por Lucio Martínez Pereda | 3/02/2024

El hambre es el principal elemento de violencia estructural que existe. Durante el franquismo fue empleada como una circunstancia apropiada para conseguir que los comportamientos de los trabajadores que la padecieron se ajustasen a los patrones de conducta considerados aceptables por la dictadura, sirvió para que la supervivencia silenciosa actuase como instrumento des movilizador de las protestas contra la dictadura. Como elemento de violencia estructural creó lo que podríamos hablar sin temor a ser exagerados: cultura de la sumisión por hambre. Tras el final de la Guerra Civil, no llego la Paz prometida, llegó el hambre y la pobreza, que durante más de 15 años conformaron el horizonte vital de millones de ciudadanos. La prensa oficial de la dictadura franquista recibió el encargo de negar con distintos recursos lo que estaba sucediendo. Las críticas vertidas por las «plañideras de siempre» y «chistosos mal nacidos» por las dificultades económicas y la falta de suministros, eran falsas. No se correspondían con la «cómoda existencia» que vivía el país. Según el editorial del diario falangista Arriba:

“Si las plañideras de siempre o los chistosos mal nacidos tuvieran coraje para meditar un poco sobre la misión cumplida en doce meses de victoria, se les esponjaría algo la mezquindad del alma. El reconocimiento exterior de la reconstrucción de España podría enorgullecernos si Franco y su Falange fueran asequibles a cualquier fácil manera de darse por satisfechos”

La acusación de derrotismo —uno de los elementos definitorios del enemigo interno— había sido dirigida durante la guerra contra los comentarios sobre las operaciones militares; se amplió después de la contienda a nuevos protagonistas, encajados en el esquema del enemigo Antipatriótico. La negación del hambre y la pobreza estaban dando los resultados buscados. Los informes provinciales de los servicios de falange destacaban que la población responsabilizaba de las privaciones al nuevo régimen. Para hacer frente a este estado de opinión se puso en marcha todo el aparato de control sobre los medios de difusión. Desde la Dirección General de Prensa se iniciaron diversas campañas con el objetivo de hacer culpable de la escasez y carestía de alimentos, de los bajos salarios y el hambre, a la política bélica republicana, a sus saqueos de guerra, al abandono de la agricultura en «territorio rojo», a la destrucción de la cabaña ganadera y al mítico «saqueo del oro de Moscú». «Cuando pase escasez de pan o falta de carne, ya sabe el pueblo español cuales son las causas», se decía en uno de estos argumentarios semanalmente enviados para ser publicados en todos los periódicos. Si las expresiones de malestar continuaban, ello se debía- así se decía en estos textos- a que los quejosos habían olvidado rápido el sacrificio que había supuesto la guerra y mostraban su disgusto por futilezas. En julio de 1943 se emitía por radio el siguiente discurso: «¡Ah¡ memorias fáciles al olvido, españoles sin vertebras, fofos de espíritu, que apenas queréis mirar hacia la sangre y la gloria de aquel verano del 36 ¡Recordad, recordad sin miedo (…), pensando en aquello, no os quejéis demasiado si escasea el tabaco o faltan taxis, si el tranvía va lleno o encontráis cara la comida».

El carácter patriótico del español- acuñado en una psicología nacional de largo recorrido que atravesaba los distintos cambios históricos sin perder sus características- también fue usado para intentar neutralizar los efectos de disgusto que producían las carencias vitales de esta etapa. Los habitantes sometidos al hambre y las enfermedades fueron adoctrinados en la idea de asumir su suerte como condición para llegar a un futuro mejor. El auténtico español, debido a ese “carácter nacional” aceptaría con resignación la nueva situación y reprimiría con patriótica vocación de sacrificio cualquier crítica o rumor, sobre todo porque estos formaban parte de un oscuro pacto entre los adversarios extranjeros del régimen y la anti- España interna. Los rumores, presentados como un tipo de comportamiento políticamente dirigido para hacer daño a la patria, constituyeron uno de los asuntos del discurso radiofónico leído por Franco el 31 de diciembre de 1939, con motivo del Año Nuevo:

“La derrota de los marxistas habría forzosamente de dejar en el cuerpo nacional fermentos de disolución y rebeldía entre los enemigos vencidos (…) no por pequeños hemos de despreciar a nuestros enemigos (…) y a ellos han de unirse para el ataque los enemigos internos de nuestra nación con la eterna anti-España, entre los que destacan esos pequeños grupos de cretinos que pasean su miseria física y moral alternando las tertulias frívolas con los lugares de crápula para verter en ellos las consignas que desde el extranjero les remiten (…) es la falta eventual de pan en algún pueblo o la escasez de artículos el motivo explotado para sus torpes maquinaciones”.

La lucha contra los rumores de disgusto social por el hambre y otros, llevo incluso a la creación en diciembre de 1942 de un Servicio de Auscultación de Rumores, con sus correspondientes delegaciones provinciales, un servició que inicialmente fue incluido dentro de la Delegación Nacional de Propaganda y cuyos abundantes informes sirvieron para detectar cuales serían los contenidos sobre los que tendría que aplicarse la acción propagandística.

Pero este no fue el único argumento manejado para encubrir las graves privaciones de la autarquía. La negación de las causas políticas que explicaban la falta de aprovisionamientos se hacía disparando hacia arriba, apuntando hacia la voluntad divina. Dios se valía del sufrimiento para castigar a una nación culpable por haber desviado su historia del «recto» camino de la religión. En un discurso pronunciado en Jaén, Franco lo expresaba con las siguientes palabras: «No es un capricho el sufrimiento de una nación en un punto de su historia; es el castigo espiritual, castigo que Dios impone a una nación torcida, a una historia no limpia».

En otras ocasiones la responsabilidad sobre el hambre se endosaba a un enemigo difuso, puesto en parangón con la figura del republicano derrotado durante la Guerra. Se repetía de muchas formas y en contextos distintos; la guerra no había finalizado: «La guerra nuestra no terminó el 1 de abril, y si ahora nos hundiéramos en la paz creyendo que iba a ser perpetua, traicionaríamos a los que cayeron en la guerra por una España grande y libre. La empresa que comenzó el 18 de julio no debe detenerse nunca». Los enemigos no tenían rostro, recibían el nombre de “ Enemigo Enmascarado”, eran «actitudes y hábitos», un conjunto indefinido y sindrómico; cambiante según las circunstancias, «sectores sociales» se decía en 1939-1940. En el caso del problema del hambre, eran estraperlistas y capitalistas que negociaban con el hambre del pueblo, presentados como «desleales y traidores».

Es muy ilustrativa en ese sentido la campaña efectuada en Vigo al poco de entrar en vigor el racionamiento. La detención de estraperlistas locales fue aprovechada por el gobernador Gómez Cantos para publicar una serie de artículos en el verano de 1939 en el diario falangista El Pueblo Gallego. Según el gobernador, los detenidos se valían del mercado negro como instrumento económico para perjudicar a la patria. La idea del «enemigo interno» —constituido por marxistas y masones— tan abusivamente empleada durante el conflicto bélico, sirvió para engrosar este “ enemigo enmascarado” y para justificar el alza de los precios de los productos alimentarios una vez la guerra finalizó:

“Resultaba necesaria una batalla contra los especuladores: tenemos que comenzar la lucha contra las gentes agazapadas de la retaguardia que son capaces de vender el porvenir y la seguridad de la Paz. Es demasiado ingenuo suponer que nuestros enemigos, el Marxismo y la Masonería, se resignen sin más a su derrota y enturbiar a las masas españolas. Ya que no pueden hacerlo directamente por el mitin o el periódico, lo harán más sutilmente, sembrando el descontento ¿qué mejor arma para amotinar voluntades que hacer imposible la vida elevando el coste de las cosas(…) Es preciso denunciar a los culpables, tan traidor como los que ocultan o venden caro son los que se marchan sin denunciar a los especuladores”.

El Inspector Nacional de Sindicatos mandaba en octubre de 1940 un informe al gobernador civil de Lugo sobre el estraperlo, afirmando que el mercado ilegal” persigue un fin político para desacreditar y entorpecer las Organizaciones del Movimiento y del Régimen actual». Otros informes apuntaban a una intencionada exageración de los problema de abastecimiento creada por los «enemigos del Movimiento.» La Policía prevenía en enero de 1942 sobre la opinión pública ferrolana: “ el ambiente de la población civil de El Ferrol del Caudillo deja bastante que desear, en lo que a afección al Régimen de Economía dirigida, se refiere (…) Siendo el régimen de abastos una consecuencia de la escasez de materias primas y sobre todo en lo que a la alimentación se refiere (…) cualquier fallo, cualquier irregularidad, ha de servir de pretexto para que los enemigos del Movimiento, no solo la comentan sino que la exageran». En Lugo, en 1942, los rumores sobre la deficiencia de aceite y trigo —achacada a las exportaciones a Alemania e Italia— fueron interpretados como un intento político por desprestigiar al régimen. En abril de 1946 —año de gran estrechez alimentaria— Faro de Vigo llegaba a afirmar sin ningún reparo: «se come más y mejor en España que en otros países dentro de las limitaciones derivadas de las circunstancias actuales. No obstante, algo más pudiéramos tener a nuestro favor si no existieran los egoístas y malvados antiespañoles (…) Estos son los que vienen retrasando el acercamiento a la normalidad en lo que afecta a abastos y precios».

La existencia del hambre no solamente era negada; se presentaba como realidad virtual, fruto de una percepción psicológica errónea, calificada, incluso como categoría patológica. La prensa falangista la denominaba «alucinación alimentaria». El Pueblo Gallego en marzo de 1947:

“El peor inconveniente es una especie de alucinación alimenticia de mucha gente. Es una obsesión buscar alimento, es una enfermedad acaparar productos(…) Estos males más un afán desmesurado de ganancias ilícitas ejercen una sugestión en la multitud que hace que nada sea suficiente, que todo reparto o distribución sea mezquino, que toda abundancia nos parezca escasa. No es tanta la necesidad como el complejo que en torno a ella se forma(…) se espera un momento de déficit en cualquier producto para que una multitud, ávida de lucro se lance al mercado ilícito y suscite un problema que en realidad existe muy amortiguado, pero que se exalta un problema irreal que lo proyecta como pavoroso”.

La realidad de la pobreza diaria incluso se sublimaba con interpretaciones fantásticas sobre un esperanzador futuro radicalmente distinto:”Futura grandeza de España según notables profecías, se titulaba un libro publicado en 1941 en A Coruña por Enrique López Galua, o mediante la propuesta de formas de religiosidad ascética que pregonaban la renuncia a los bienes materiales como forma de enriquecimiento espiritualLa existencia del hambre no solamente era negada; se presentaba como realidad virtual, fruto de una percepción psicológica errónea, calificada, incluso como categoría patológica. La prensa falangista la denominaba «alucinación alimentaria».

Pero no solo había que ocultar la dimensión del hambre y sus problemas reales sino aquellas situaciones que potenciaran indirectamente su percepción social. Las noticias o anuncios que sugirieran abundancia en medio de un ambiente dominado por las privaciones fueron objeto de censura periodística sistemática. Las consignas cursadas a todos los periódicos durante los años 1940 y 1941 prohibían la publicación de la palabra «banquete» y los anuncios de fiestas, cotillones, verbenas y cenas de navidad que incluyeran la minuta de las comidas y bebidas, especialmente si estas se referían a comidas oficiales o actos de relevancia social. El empeño se trasladó a los organismos encargados de regular el abastecimiento: una orden de 1941 de las Jefaturas provinciales de abastecimientos y transportes prohibía la «ostentación en escaparates de artículos alimenticios» que pudiera constituir «un alarde de abundancia».

Pero la documentación interna del estado franquista demuestra que existió una enorme disparidad entre el discurso canalizado a la sociedad y el relato interno que se hacía circular por el interior del aparato de falange. Desde la Secretaría General se pidió a las delegaciones provinciales de falange, la redacción de propuestas con soluciones para mejorar el problema del creciente desempleo y el abastecimiento, pero tal petición no tenía otra finalidad que rebajar el descontento falangista con los efectos de la política económica. Se consideraba útil, sobre todo porque la falange hacia la que iba dirigida aún se cohesionaba políticamente en torno al interes por resolver cuestiones de índole social, esta mezcla de simulación e hipocresía forma parte de lo que algunos historiadores del fascismo han llamado la «doble verdad de los regímenes totalitarios» (Gentile).

Pero en paralelo a esta falsaria preocupación, el Caudillo pronunciaba ante el Consejo Nacional en 1945 un discurso que continuaba negando la incapacidad de la política autárquica para resolver el problema de las carencias materiales: «este orden, esta paz y esta alegría, que hace que en esta Europa atormentada seamos uno de los poquísimos pueblos que aún puede sonreír». Los beneficios espirituales, siempre superiores a los materiales, explicaban esa alegría. El Ministro de Agricultura, Miguel Primo de Rivera, se dirigía por Radio a los «labradores españoles» en 1944 en animándoles a ejercitar: «esa virtud de saber esperar con alegría, ya que si en cierto modo nos va a faltar algo de lo que esperábamos, hemos recibido, en cambio, por la bondad de Nuestro Señor y a través de nuestro Caudillo, beneficios que superan con mucho a los bienes materiales perdidos».

La autosuficiencia fue más, bastante más que un programa económico. La autarquía, además de económica, fue un producto ideológico y cultural apoyado por un discurso político de sublimación de la realidad. Manifestación del nacionalismo económico; aspiraba a producir los bienes necesarios para garantizar la independencia de un entorno internacional hostil hacia la dictadura. La autarquía fue presentada, como un medio para afirmar la independencia política, en un momento en el que; siguiendo el ejemplo del fascismo italiano y el nazismo alemán; las cuestiones de la plenitud de la soberanía económica y el poder del estado tenían mucha importancia.

Los panegiristas de la dictadura se dedicaron durante los años cuarenta a insistir en su componente nacionalista y cantar las loas de la «economía corporizada». Algunos fueron más lejos y la presentaron como una política económica totalitaria guiada por la Providencia divina, capaz de proteger a la nación del liberalismo y el materialismo ateo extranjerizantes. Hubo incluso un célebre escritor santiagués que en una conferencia titulada «la interpretación espiritual de la economía» de corte netamente fascista, se refería al racionamiento como la: «luz alumbradora de una espiritualidad nueva» (Castroviejo, 1940) Los problemas del día a día tendrían poca importancia si las masas los entendían a la luz de la transcendencia: «para el católico la vida temporal ha de estar subordinada a la eterna». La autosuficiencia; solución de «calidad españolísima«; encarnaba la esencia del patriotismo económico y religioso: «poco se lograría si solamente se atendía a fundir lo patriótico y lo social y se olvidaban los principios espirituales, sin los cuales la sociedad se corrompe y se desmorona.» Estos mensajes precisaron de la acción combinada de una piedad religiosa que transformase la vivencia de la escasez en vía ascética con la que alcanzar el perfeccionamiento de la resignación patriótica. La pobreza y las precariedades materiales se sublimaron bajo la forma del sacrificio:” La paz hemos de ganarla también en son de guerrear. La paz no se nos da para disfrutarla, sino para merecerla por la obra y el esfuerzo de cada jornada». La dureza de la vida fue una referencia constante en los discursos del dictador durante los primeros años cuarenta: «hemos hecho un alto en la batalla, pero solamente un alto en la batalla (…) queremos la vida dura, la vida difícil, la vida de los pueblos viriles», dice Franco en julio de 1940 ante la cúpula militar. «La vida es una lucha, la paz es solo un accidente. Los pueblos que duermen y se abandonan a la vida burguesa están condenados a morir», repite en 1942. La nacionalización patriótica de las masas debía hacerse mediante el sacrificio y el sometimiento: la nación se fortalecía con la estrechez y se regeneraba con el sufrimiento. En un artículo titulado «La vida difícil» publicado en el verano de 1941 por el periodista Juan Carlos Villacorta en el diario El Pueblo Gallego, se podía leer:

“La felicidad no consiste en el confort sensual del estómago (…) el abaratamiento de la vida en España nos vendrá solamente por el camino del sacrificio, de la moralidad, de la renunciación» el mayor motivo de pena para nosotros no ha de ser que el pueblo sufre mucho o poco, ni que se encuentra quieto o inquieto sino el de saber que sufre por cosas inferiores (…) apretemos los vínculos que nos unen al mando que dirige y sabe las razones que a nosotros nos son oscuras».

Para finalizar: Creo necesario traer esta historia hasta el presente. Al hilo de la crisis económica del 2007 los comedores sociales no dieron a basto en España para alimentar a ciudadanos que se veían obligados a hacer largar colas ante sus locales.

Aún siguen activas algunas prácticas de ocultación de la pobreza, si nos trasladamos desde la dictadura a la democracia actual veremos que el negacionismo aún forma parte de una historia abierta, esa crisis económica puso de relieve que hay costumbres propagandísticas que empiezan en el pasado pero se mantienen en el presente. Los sufrimientos del hambre aún forma parte de las realidades que no pueden ser mostradas en las sociedades democráticas ya que su evidencia desprestigia al poder: en septiembre del 2012 el New York Times publicaba un reportaje titulado «España retrocede mientras los hambrientos rebuscan su próxima comida en el cubo de la basura”, el texto se acompañaba con la foto de un hombre rebuscando en un contenedor, el mismo día de la publicación, el telediario de la 1 , a las 3 de la tarde, en su edición de máxima audiencia se refería a unas declaraciones de Juan Carlos I calificando el reportaje como demasiado pesimista y ajeno a la realidad. El diario ABC, de dos días más tarde decía que las informaciones sobre las consecuencias de la crisis formaba parte de una campaña de difamación dirigida por los “medios anglosajones”.

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