La necesidad de la República | Especial Segunda República

Por Rafael Silva | Ilustración de MA-HI-NA

“A la izquierda de los republicanos no hay ni puede haber nada. Ninguna aspiración revolucionaria o progresista pasará de ser una utopía infecunda, si no se apoya en las cuatro columnas fundamentales del estado republicano: el ser humano libre, la nación independiente, la sociedad justa y solidaria y el pueblo soberano”
(Fernando Valera Aparicio, Ex Presidente del Consejo de Ministros de la República Española en el Exilio) (Fragmento de un Discurso de 1978)

Desde que el Golpe de Estado del General Franco en 1936 interrumpiera abruptamente la Segunda República, nuestra historia entró, pudiéramos decir, en un declive democrático. En una primera etapa, surgida de la dictadura franquista, volvieron a visitarnos los fantasmas del fascismo, de la intolerancia, del exterminio, del genocidio, del exilio, del hambre, de los trabajos forzados, de la represión y de la muerte. La dictadura de Franco fue uno de los períodos más negros de nuestra historia. Pero acabada la misma con la muerte física del dictador, también se vieron truncadas las esperanzas de muchos republicanos que confiábamos en la vuelta de un período de recuperación no sólo del aspecto formal de nuestros derechos y libertades, sino también de un saneamiento democrático de nuestra sociedad, y de la recuperación y protagonismo de las clases trabajadoras de aquél tiempo. Desgraciadamente, no fue así, y lo que se nos vendió bajo el período denominado de Transición no fue más que un lavado de cara de la época anterior, despojándolo de su crueldad y de su autoritarismo, pero en ningún caso retornando a los valores sociales de la breve etapa republicana.

Y así, a más de 40 años de la desaparición del dictador, nuestra sociedad continúa bajo el aparente disfraz democrático, pero sufriendo en realidad las limitaciones de una democracia recortada y aplastada por las élites dominantes, esa poderosa trama de poder económico-mediático (con la complicidad de la Monarquía, la Iglesia y las Fuerzas Armadas) que nos gobierna, aunque no se presente a las elecciones. La necesidad de la República se vuelve, pues, imperiosa. Actualmente, el Grupo Parlamentario de Unidos Podemos se ha instalado en la postura de relegar el tema de la República a un segundo plano, pero muchos pensamos que se equivocan estrepitosamente. Bajo la falacia de que hay que solucionar otros problemas mucho más urgentes para la ciudadanía, el asunto de la República queda postergado ad infinitum, cuando en realidad, es la base de todo nuestro saneamiento democrático, sin el cual, nunca podremos recuperar los valores sociales a los que aspiramos. Sin superar realmente el franquismo (pues los actuales gobernantes son los naturales herederos del mismo, y prueba evidente de ello son las continuas trabas y negativas que ponen para condenarlo y respetar la memoria histórica), la Monarquía nos viene impuesta desde la figura del dictador, sin respetar la voluntad popular ni organizar siquiera un referéndum sobre el modelo que se prefiere por parte de la población española.

Necesitamos la República para desmontar la trama de poder, para bajar de sus pedestales a la casta corrupta que nos gobierna, que dirige los designios del país, que nos expolia y que nos destroza la vida

Y sin República, nuestra sociedad continuará bajo los mismos moldes antidemocráticos que la configuran, y bajo la anacrónica arquitectura que la determina. Porque la República es, básicamente, el cimiento de la democracia. Se podrá argumentar que la forma o modelo de Estado es un detalle menor, pero nosotros discrepamos absolutamente de ese planteamiento. La Monarquía es la base de una estructura de poder que consagra y perpetúa la dominación de la trama político-económica sobre las clases populares y trabajadoras, y por tanto, desde esa perspectiva, sin abolirla nunca se podrá construir una sociedad con completa justicia social. Necesitamos imperiosamente la República, pero tampoco cualquier República nos vale (como no nos vale cualquier modelo de Renta Básica, por ejemplo). Necesitamos una República Socialista, Federal, Laica, Democrática y Participativa. Es decir, necesitamos una República pensada para las clases populares y trabajadoras. Una República que vuelva a recuperar los valores que se extirparon salvajemente con el golpe fascista y  la posterior dictadura, precisamente porque atacaban a los intereses de los grupos fácticos de poder. Una República que sea crisol donde se fundan las más legítimas aspiraciones de justicia, igualdad, fraternidad, cooperación, verdad, reparación, equidad y redistribución. Una República del pueblo y para el pueblo.

Salva Artacho lo ha expresado magníficamente en un reciente artículo: «Debemos afrontar y dejar claro que la grave situación económica que padece la sociedad en general, la corrupción y el trapicheo político, los desahucios, la precariedad laboral, el abuso patronal, los problemas de la educación pública, la sanidad que nos roban para privatizarla y convertirla en el gran negocio, el incumplimiento sistemático de sus leyes, la criminalidad machista sin fin, la fuga de cerebros por falta de cauces para la investigación, la bula fiscal e impositiva de la que goza la Iglesia, la parcialidad de la justicia, la nula atención a la memoria histórica republicana, la burla de la clase dirigente al gobernar sólo para los intereses de las minorías pudientes…deben ser abordados desde un planteamiento radical democrático, o lo que es lo mismo, yendo a la raíz de los problemas y esto sólo se puede hacer desde la República, dejando claro que todo lo que nos proponen los ex-socialistas, la derecha y los nuevos partidos son «agiornamientos» o ligeras capas de pintura para disimular la situación de deterioro en la que está el régimen y de la que ellos son cooperadores necesarios en su sostén». Hay cosas que no se arreglan si antes no se desarreglan del todo, y exactamente eso es lo que necesitamos, que la República sea el instrumento para derribar tanta lacra social de tanto gobierno indecente y de tanta casta corrupta, para levantar sobre ella un nuevo proyecto de país.

Una República, en definitiva, que se base escrupulosamente en la total y absoluta garantía del cumplimiento de los Derechos Humanos, reflejados entre otras fuentes en la solemne Declaración Universal, cuyo artículo 25, sin ir más lejos (para que veamos hasta qué punto estamos lejos de él) dice lo siguiente: «1.- Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asímismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad. 2.- La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los niños, nacidos de matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social». Esto lleva enunciado desde 1948, pero nuestros gobernantes lo siguen ignorando, condenando a la pobreza, a la exclusión social, a la precariedad o a la miseria a millones de personas en nuestro país. Necesitamos una República no sólo para cambiar al Jefe del Estado (que también), sino para que no haya nadie sin ingresos, sin vivienda, sin luz, sin sanidad, sin servicios sociales, sin pensiones o sin alimentación. No se trata de sustituir a un Rey por un Presidente, se trata de construir un nuevo modelo avanzado y solidario de país, basado en la más estricta configuración democrática.

Necesitamos que la República sea el instrumento para derribar tanta lacra social de tanto gobierno indecente y de tanta casta corrupta, para levantar sobre ella un nuevo proyecto de país

Necesitamos la República para desmontar la trama de poder, para bajar de sus pedestales a la casta corrupta que nos gobierna, que dirige los designios del país, que nos expolia y que nos destroza la vida. Necesitamos la República para construir desde los cimientos un país digno y decente, en el que no haya nadie sin derechos. Porque no se trata, como ha explicado Lola Sanisidro en este artículo, únicamente de un debate entre monarquía y república, sino de un debate en profundidad sobre los valores republicanos que determinan la convivencia: la igualdad (ya quebrada desde el instante en que existe una Institución y un monarca por encima de la ley), la libertad (entendida también como la libertad material de poder vivir sin el permiso de otros, es decir, la libertad entendida como la garantía de la satisfacción de las necesidades materiales), la laicidad (como garantía de que ninguna creencia formará parte de las Instituciones del Estado, ni se impondrán liturgias como si fueran actos de Estado), la fraternidad (entendida como todo lo contrario a la competitividad, al egoísmo y al individualismo, es decir, entendida como la solidaridad, la cooperación y la puesta en común de bienes y servicios, redistribuyendo la riqueza), y la defensa de lo público (exactamente lo que significa Res pública) como algo propio y común que garantiza espacios de realización de los derechos sociales, y del resto de derechos y libertades. Por todo ello, y para todo ello, necesitamos la República.

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