La mujer del Eternauta: la memoria del horror de los Oesterheld

La historia de Héctor Germán Oesterheld está ligada para siempre con su creación más universal, El Eternauta, que dibujó Francisco Solano López, con una trama ciertamente visionaria, que puede interpretarse como una metáfora de la dictadura que asolaría su país

Por Angelo Nero

La historia de Héctor Germán Oesterheld, hijo de un judío alemán y de una vasca, es una de las historias más dramáticas de la Argentina contemporánea. En 1919 se cumplió el centenario de su nacimiento, pero se desconoce la fecha de su muerte, fue uno de los más de 30.000 desaparecidos del Proceso de Reorganización Nacional, como se denominaba la dictadura cívico-militar argentina, que desde 1976 a 1983, bajo la presidencia de siniestros militares como Videla, Viola, Galtieri y Bignone. Al primero se le atribuye la frase: “No están vivos ni muertos, están desaparecidos”, y fue uno de los estrategas de la creación de cerca de quinientos centros de detención clandestinos, dónde secuestraron, torturaron y asesinaron a los ciudadanos que, de algún modo, se resistieron al golpe militar, o que se habían significado por su militancia en organizaciones de izquierda, o simplemente habían participado en alguna protesta, como los adolescentes que protagonizaron la terrible “noche de los lápices”.

Oesterheld, un guionista y escritor de renombre, especialmente en el género de la ciencia ficción, creador de personajes como Bull Rocket, Sargento Kirk, Ray Kitt (en colaboración con Hugo Pratt), o el que le dio fama mundial: El Eternauta, desapareció la nochebuena de 1977, cuando se encontraba en la clandestinidad, debido a su militancia en la organización guerrillera peronista Montoneros. Antes de su secuestro, ya habían desaparecido sus cuatro hijas: Beatriz, Diana, Estela y Marina, de entre 18 y 24 años, también militantes montoneras, dos de ellas embarazadas, de las que se tiene constancia de que fueron torturadas y asesinadas, aunque solo el cuerpo de una de ellas, Beatriz, fue entregado a su madre. También fueron secuestrados y desaparecidos los cuatro yernos de Oesterheld: Raúl Mórtola, Raúl Araldi, Alberto Seindlis y Carlos Della Nave. De su familia solo supervivió Elsa Sánchez, su mujer, y sus nietos, Fernando y Martín.

Pero la historia de Héctor Germán Oesterheld está ligada para siempre con su creación más universal, El Eternauta, que dibujó Francisco Solano López, y que entusiasmó al mismísimo Borges, con una trama ciertamente visionaria, que va más allá de la ciencia ficción y puede interpretarse como una metáfora de la dictadura que asolaría su país. En esta novela gráfica se narra una invasión alienígena del planeta, mediante una tormenta de nieve tóxica que acaba con la mayor parte de la humanidad, centrándose la historia en una bolsa de resistencia situada en Buenos Aires, donde su protagonista, el Eternauta, le narra lo sucedido ante Oesterheld, tras materializarse en su casa después de un viaje en el tiempo. La segunda parte de El Eternauta fue escrita con el guionista ya en la clandestinidad, dicen que dictada desde cabinas telefónicas, y tuvo varias secuelas, dibujadas por Solano López.

La historia de Oesterheld, aun sumándole la historia de El Eternauta, estaría incompleta si no se contara la de Elsa Sánchez, que sobrevivió a la tragedia de su familia, y luchó sin descanso por su memoria hasta su fallecimiento en 2015, no sin antes contar con todo detalle los años de lucha y de perdida, de búsqueda de los verdugos y de los nietos que le fueron arrebatados a sus hijas durante el secuestro, en una larga conversación con las periodistas Alicia Beltrami y Fernanda Nicolini, reflejada en el libro “Los Oesterheld”.

En el libro, Elsa cuenta los terribles años de la dictadura, en la que tuvo que sacar adelante a sus dos nietos huérfanos, en medio de constantes amenazas de los esbirros de la dictadura, y su voz es acompañada por otras doscientas voces, testimonios directos y cartas sacadas de polvorientos archivos, para contarnos las vidas de los desaparecidos, de sus vidas militantes, de sus sueños truncados, para darnos una idea de que la tragedia de las chicas Oesterheld fue la tragedia de toda una generación, de todo un país.

También en el libro Elsa recuerda los años previos al golpe militar, recordando a aquel país que se perdió, en el que fue feliz, junto al creador del Eternauta. Elsa vivió la ausencia de su marido rodeado de bocetos y de guiones del Eternauta, visiones de un futuro que se había hecho presente, viviendo en el mismo edificio que muchos de esos militares que habían desaparecido a su familia.

Solano López dibujó a Héctor Germán Oesterheld, escribiendo en su buhardilla y escuchando la historia del viajante perdido en la eternidad, pero el no pudo volver, media hora después, como su protagonista, con su mujer y con sus hijas. La nevada mortal ya había caído sobre Buenos Aires y los Ellos ya habían ordenado la invasión a los Cascarudos y a los Manos, para convertir a los supervivientes de la raza humana en unos robots obedientes, sin capacidad para resistirse a su gobierno, la memoria se transfiere en El Eternauta al guionista, y este la transfirió a Elsa, para que nos llegara a nosotros.

Manuel Rivas, que también participó en “La mujer del Eternauta”, relataba en un artículo escrito en el diario El País: Elsa Sánchez de Oesterheld me cuenta otra historia que la dejó sin habla. Hace unos años, en 2002, al término de un acto, se le acercó una mujer que había estado detenida-desaparecida en la Esma (Escuela de Mecánica de la Armada, desde donde se calcula que se hicieron desaparecer cerca de 5.000 personas) y que había sobrevivido al cautiverio. Era médica de profesión y le contó que un día Alfredo Astiz, oficial de la Esma, conocido como El Ángel de la Muerte, sacó de un cajón de su mesa un libro y le dijo, más o menos: «Toma, lee esto. Es el mejor libro de Argentina». Se trataba de El Eternauta. Allí, uno de los personajes se lamenta: «Todos desaparecidos, como si no hubieran existido nunca».

Elsa Sánchez, aunque nació en Buenos Aires, era descendiente de emigrantes gallegos, cuyos orígenes estaban en una pequeña aldea cerca de Santiago de Compostela, Loño, que visitó en 1983, donde, al ver el hórreo en el que se fijaban las nostalgias de su padre, le preguntó a su tío, porque estaba despintado, a lo que este le respondió: “Es que tu abuela no quiso que lo tocaran. Que lo dejaran como lo había pintado tu padre.” Ahora son otros los que escriben y dibujan la historia de El Eternauta, pero es imprescindible volver a pintar la historia de los Oesterheld, de los que sucumbieron a la dictadura, y de los que, como Elsa, la sobrevivieron, para que olvidáramos el horror: el suyo, el nuestro.

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