«La fuga de Segovia», una epopeya fílmica vasca

El 5 de abril de 1976, 24 miembros de ETA y otros cinco miembros catalanes de diversas organizaciones y partidos se fugaron de la cárcel de Segovia. Cinco años después, se estrenó en Zinemaldia «La fuga de Segovia», su célebre recreación cinematográfica.

Por Koldo Landaluze / Gara

Dirigida por Imanol Uribe y guionizada y producida por Ángel Amigo, “La fuga de Segovia”, figura como un hito del cine vasco y un valioso testimonio de aquellos tiempos convulsos. Con motivo del cuarenta aniversario de su estreno, el Centro Cultural Ernest Lluch de Donostia acoge hasta el próximo 30 de octubre la exposición “Memorias de una fuga. 40 años de La fuga de Segovia”. Esta exposición, impulsada por Ángel Amigo y Carlos Juárez, presidente de la Asociación de Productores Vascos, reúne las fotografías que Jesús Uriarte hizo del rodaje, junto a varios objetos y documentos como el guion y carteles originales, la claqueta utilizada en el rodaje, los dibujos del director de arte Félix Murcia o el premio Fipresci que recibió la película en el Zinemaldia de 1981.

Ángel Amigo es uno de los pioneros de la industria cinematográfica vasca. Con más de cien proyectos a sus espaldas, este productor tuvo su bautismo de fuego creativo con uno de los filmes más emblemáticos del cine vasco, “La fuga de Segovia”. Un testimonio fílmico cuya gestación está ligada a la leyenda y en cuyo reparto figuran Xabier Elorriaga, Mario Pardo, Ovidi Montllor, José María Muñoz, Ramón Balenciaga, Imanol Gaztelumendi, José Pedro Carrión, Álex Angulo, Ramón Barea, Claudio Rodríguez, Klara Badiola, Elene Lizarralde y un Patxi Bisquert que debutaba en el medio y que fue uno de los organizadores de la fuga real. Para Amigo la puesta en marcha del filme se bifurca en dos sentidos: «Por un lado, fue fruto de la inconsciencia y, por otro, de la propia necesidad de contar una historia que lo merecía. ‘La fuga de Segovia’ fue el resultado de una serie de motivaciones en las que también podría incluirse el factor quijotesco. Que un proyecto de estas características pudiera hacerse en aquella época, podría ser tildado hoy en día como algo tan inaudito como disparatado. La película se rodó tan solo cinco años después de los episodios reales y en un contexto político inestable que sería marcado por el intento de golpe de Estado del 23-F. Curiosamente, aquella mañana en la que Tejero acaparó el interés mediático, nosotros habíamos pedido el permiso de rodaje».

En sus apreciaciones, Amigo también resalta que «desde la perspectiva que da el tiempo, siempre mantengo una doble percepción sobre la película. A título personal fue una experiencia que me marcó para siempre porque en sí fue muy impactante, tal vez incluso más que la propia fuga. Por otro lado tengo esa sensación de que no habrá en la historia del cine vasco una película peor producida que ‘La fuga de Segovia’».

Operación Poncho

Los orígenes de este proyecto nacen de las páginas escritas por el propio productor, “Operación Poncho”, en las que relató al detalle los episodios que derivaron en la fuga. El libro cosechó un gran éxito y suscitó mucho interés. Entre las personas que se dirigieron a él para descubrirle dicho interés estaba Imanol Uribe, el cual había debutado como cineasta dos años antes con “El proceso de Burgos”.

Para Amigo, aquel encuentro fue determinante: «Imanol Uribe me contagió su entusiasmo. Lo mío siempre había sido escribir. Había trabajado como periodista en ‘Punto y Hora’ y ‘Egin’ y Uribe me dijo que en ‘Operación Poncho’ había una historia que merecía ser filmada. Sobre el papel parecía descabellado porque este tipo de películas siempre son asociadas a filmografías como la estadounidense donde hay una gran tradición en torno al ‘cine de fugas’. Uribe tiene una percepción cinematográfica muy especial y veía en la historia muchos puntos de conexión con filmes como el clásico de John Sturges ‘La gran evasión’. La idea de que yo, además de escribir el guion, ejerciera como productor también fue de él. Uribe tuvo la capacidad de aportar los arreglos que requería el guion y de convencerme para que fuera el ‘irresponsable’ productor de algo que cambió para siempre mi vida». “La fuga de Segovia” también requirió del visto bueno del Ministro del Interior Juan José Rosón. En relación a este episodio, Amigo recuerda que «Rosón fue ya de por sí un personaje cuanto menos singular. No puso objeción alguna a lo que queríamos contar en la película y de él partió el permiso de que pudiéramos utilizar uniformes de la Guardia Civil y armas, y a sabiendas de que en el rodaje participamos muchos ex-militantes. El propio Rosón asumió personalmente todas las gestiones para el filme pudiera hacerse. Fue algo extraño, bastante anacrónico porque en la filmación también participaron guardias civiles».

Sobre ello, Amigo añade que «se estableció un entendimiento cordial entre el equipo de rodaje y la Guardia Civil. Ellos sabían en qué película estaban participando y nunca mostraron reparo alguno. Hay múltiples anécdotas en torno a esta situación. Por ejemplo, un día Amaia Zubiria estaba tomando un café durante el descanso de unas tomas y se encontraba rodeada de guardias civiles. A Amaia le gusta mucho cantar coplas andaluzas y arrancó con una de ellas. De inmediato, los guardias civiles comenzaron a acompañarla con sus palmas y, según dijo ella, lo hacían muy bien y sin romper el ritmo. En otra ocasión, hubo una discusión sobre las gorras y Gaztelu les indicó que esas no eran las que llevaban y el responsable del equipo de guardias civiles le respondió que eran las reglamentarias. Visto que cada cual seguía aferrado en su posición, llegó el teniente al mando y, tras enterarse del motivo del desencuentro, dijo: ‘Si Gaztelu dice que no son esas, es que no lo son’. Cuando finalizó el rodaje, los guardias civiles nos agradecieron el trato y respeto que les habíamos dispensado. Realmente, fue una situación muy singular si se tiene en cuenta que muchos de los que extras que aparecen en la película, eran exmilitantes».

De toda esta situación, el productor del filme extrae una conclusión «no es nada habitual que dos bandos enfrentados, de repente, colaboren conjuntamente en una película. Creo que algo similar ocurrió en la película colombiana de Sergio Cabrera ‘Golpe de estadio’ y en la escena de la manifestación que rodó Antxon Ezeiza en ‘Ke arteko egunak’».

Emociones de un túnel

Recreada en el colegio de los Escolapios de Tolosa, la prisión volvió a reactivar las emociones de un equipo de rodaje que, según Ángel Amigo: «No pudo evitar la emoción de retornar a un escenario y situación vividos con gran intensidad. La recreación de los escenarios fue muy meticulosa, de una exactitud que provocaba que en muchos de casos parecía que habíamos regresado a la cárcel de Segovia. Las película también es una suma de pequeños detalles. Tenía muy presente el escenario real y cómo se desarrollaba nuestra vida entre aquellas paredes. La boda que se organiza en el interior, nuestros paseos apresurados por el patio. Esos detalles son los que aportan una gran verosimilitud al relato».

Otro de los aciertos radica en captar la tensión vivida durante los preparativos de la fuga. Para el productor y guionista, «era necesario mostrar esas secuencias de duda y tenacidad. Un año antes, en 1975, la policía –con la ayuda del infiltrado Mikel Lejarza, ‘El Lobo’– se hizo con los planos y las fotografías del alcantarillado que se iban a utilizar en la primera fuga y de inmediato se orquestó un segundo plan que seguía la línea inicial de excavar el túnel, pero esta vez en las letrinas y no en las duchas. Recuerdo que durante la filmación de estas secuencias, se apilaron un montón de emociones. Esa sensación de atravesar un túnel lleno de porquería y ratas y ser consciente de que sobre tu cabeza se encuentra ese muro que da paso a la libertad, es algo que no se puede explicar con palabras».

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