En esta pieza nos hacemos eco de cómo se trataba a las lavanderas y planchadoras en Madrid hacia 1919.
Por Eduardo Montagut | 7/06/2025
La Sociedad de planchadoras y lavanderas denunció en el invierno de dicho año la situación que padecían las trabajadoras en una fábrica de la madrileña calle de Abtao, de la que era dueño Teodoro Granado. Al parecer, el patrono presentó a los ojos de las obreras el señuelo de abonar las horas extraordinarias, y por eso, en realidad, las obligaba a realizar jornadas de trabajo de dieciséis y diecisiete horas. La labor empezaba entre las tres y las cuatro de la mañana, y como la mayoría de las trabajadoras vivían lejos, para que pudieran descansar empleaban la ropa sucia como cama, con riesgo para su salud. Eso, al parecer, no importaba al empresario, pero sí el hecho de que sabiendo que se avecinaba una protesta por todo esto, provocó una huelga despidiendo a las planchadoras sin motivo alguno, con el pretexto de que sobraba personal. Además, se hizo con el nombre de la presidenta de la Sociedad. También tendió una especie de emboscada a las huelguistas al citarlas en otro sitio. No se sabía muy bien cual había sido el fin de esta acción.
Por otro lado, la policía y los guardias habían abofeteado y arrojado al suelo a una obrera en el conflicto. Desde las páginas de El Socialista se animaba al inspector de trabajo para que visitase dicha fábrica y viera las condiciones de las máquinas, poleas y demás utensilios con el fin de que pudiera comprobar cómo se infringía la ley.
Hemos trabajado con el número del 5 de febrero de 1919 de El Socialista.
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