La cárcel de los clientes: un poema de Jorge Guillén

El poema de Guillén, en definitiva, se inserta en esa contra corriente que en los años sesenta analizaba críticamente el consumo de masas.

Por Paco Sanz | 17/08/2024

Entre 1966 y 1973 Jorge Guillén compuso su libro “Y otros poemas”. En su segunda parte, titulada “Sátiras”, el poeta de Valladolid entró de lleno en la realidad histórica y social de su tiempo. Desde las aceradas críticas a la situación política de España, la guerra en Vietnam o las revueltas raciales de EE.UU. hasta la mirada ácida que arroja sobre una sociedad de consumo donde, como dice uno de sus poemas “Todo es trivial. A nuestro alcance”. Estos apuntes crudos del natural contrastan con el optimismo de “Cántico”, su primera y más conocida obra, y demuestran que, pese a los más de 70 años de edad con que contaba el poeta al comenzar este diario poético, Guillén no era indiferente a su contexto vital.

A este respecto, conviene apuntar que en 1964 se había promulgado en España el Estatuto de la Publicidad; al año siguiente existían ya cuatro escuelas para formación de publicitas y que en 1968 se habían invertido en nuestro país 15.000 millones de pesetas en publicidad. Datos que revelan el escenario en que se mueve la poesía crítica de Guillén en aquellos años.

Una poesía en evolución

Llama la atención cómo una lírica tan ligada en sus comienzos a la poesía de Juan Ramón Jiménez, sea capaz no ya de evolucionar hacia el testimonio social, sino a centrarse en temas tan aparentemente superficiales, o al menos tan poco atractivos desde el punto de vista de la composición lírica, como la sociedad consumista o la publicidad. Sin embargo, no podemos olvidar que el propio Juan Ramón en “Diario de un poeta recién casado” tomó ya buena nota de los brutales contrastes entre realidad y ficción que conlleva un determinado grado de desarrollo económico:

Brodway. La tarde. Anuncios mareantes de colorines sobre el cielo. Constelaciones nuevas (…)

¡La luna!-¿A ver?-Ahí, mírala entre esas dos casas altas, sobre el río, sobre la octava, baja, roja, ¿no la ves?

Deja, ¿a ver? No…¿Es la luna, o es un anuncio de la luna?”

Esta mixtificación de la realidad es el fruto más genuino de una sociedad productora y destructiva por igual. Quizá por ello el consumismo constituya la metáfora perfecta para definir una realidad amañada tras unas relaciones de producción que ocultan desigualdad, engaño y banalidad. Corresponde por tanto al poeta mediante la palabra desbrozar la maraña del fraude y descifrar el significado exacto que la realidad esconde.

Falsear la realidad

En el poema “Consumo” Jorge Guillén pondrá en evidencia estas mixtificaciones:

¡Qué poco abril en este abril!

Es falsa aún la primavera.

En el cemento, no el marfil,

De esas torres se desespera

Ya la “sociedad de consumo”.

Todo me sabe al humo

Contaminado de negocio.

¿Qué fue de aquel zumo

Del ocio?

Consumo: soy víctima y socio.

Pocos versos condensan mejor y con más gracia la esencia de la sociedad consumista que volvía a despuntar en Europa desde los años cincuenta y que en España llegaba muy tímidamente a determinadas capas sociales.

El poema se abre con un verso-eslogan que nos remite al empleado por unos conocidos grandes almacenes y del que el poeta hace burla con no poca carga crítica. El hecho de que el lector sea capaz de reconocerlo y entender la ironía revela los efectos uniformadores del lenguaje publicitario.

Los ciclos de la naturaleza, nos dice el poeta, son ahora asunto de incumbencia comercial. Guillén muestra enseguida el primer desajuste entre la realidad (“Es falsa aún la primavera”) y la nueva semiótica publicitaria que pretende convertirnos en personajes de un relato sin contexto, llevándonos hacia una verdad de cartón piedra. No puedo dejar de mencionar, a modo de curiosidad, cómo esta referencia a la primavera se replica en sentido parecido en un poema de Eugenio Montale de la misma época, titulado “Huelga”: “Qué pasará con la producción me pregunto / La misma primavera tarda mucho en producirse

El fraude del individualismo capitalista

El centro comercial (“En el cemento, no el marfil”) no es el templo de la diferencia, de la pretendida individualidad evocado por la referencia al “marfil”, sino una argamasa (“cemento”) que masifica y homogeneiza: si se produce en serie y de forma deshumanizada, el consumo debe responder a los mismos patrones. Queda desvelada así la ideología del individualismo capitalista. La lógica de esta modernidad se desentiende del individuo pues sólo manufactura cómplices (“Consumo: soy víctima y socio”) de un negocio que ha colonizado nuestro tiempo libre hasta disolvernos, paradójicamente, en la carencia, lo insustancial, la ignorancia (Todo me sabe al humo/Contaminado de negocio./¿Qué fue de aquel zumo/Del ocio?).

El poema de Guillén, en definitiva, se inserta en esa contra corriente que en los años sesenta analizaba críticamente el consumo de masas: “espejo de una sociedad sin historia, salvo cuando arde” (Jean Baudrillard).

 

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