“Hive” no habla de la guerra, si no de sus efectos sobre la población civil, sobre ese paisaje para después de las batallas, en las que a los supervivientes les toca construir el presente con los escombros del pasado
Por Angelo Nero
“Nací y crecí en Pristina. Entonces vengo del mismo país y tengo conexión con el pueblo debido a mi padre, así que no estaba muy distante. Aún así, me sorprendió. Como nación, hemos pasado por mucho. Primero, no fue solo la guerra sino los muchos años de ocupación. Y realmente mucha gente tuvo que abandonar el país para encontrar un mejor lugar para vivir y luego enviar dinero de regreso. Así que realmente nos ayudamos unos a otros. Realmente somos conocidos por la hospitalidad. Y luego llega esta situación en la que estas mujeres han perdido a sus maridos durante la guerra. Y algunos de ellos, incluso más miembros de la familia, no solo su esposo. Y necesitaban trabajar.”
La que habla es Blerta Basholli, directora de “Hive” (Colmena), basada en una historia real que se desarrolla en su Kosovo natal, donde un conflicto armado enfrentó entre 1988 y 1989, a las fuerzas de la República Federal de Yugoslavia con el Ejército de Liberación de Kosovo, que fue apoyado por el ejército albanés, por tierra, y por la OTAN, desde el aire. La guerra se decidió con los bombardeos de la Alianza Atlántica, y Kosovo pasó a ser un protectorado de esta, hasta que en 2008, con el apoyo de EEUU y la UE, declaró su independencia.
Pero “Hive” no habla de la guerra, si no de sus efectos sobre la población civil, sobre ese paisaje para después de las batallas, en las que a los supervivientes les toca construir el presente con los escombros del pasado. Y si los hombres fueron los que empuñaron las armas, los que mataron y murieron, los que demolieron puentes y bombardearon mercados y casas, corresponde, casi siempre, a las mujeres reconstruir ese mundo en ruinas, donde todavía están abiertas las heridas y se escucha el eco de las bombas. Fahrije es una de estas madres coraje, sobre la que gravita esta historia, interpretada de forma magistral por la actriz Yllka Gashi (una suerte de Hiam Abbass kosovar), que tiene que sacar a su dos hijos adelante, y cuidar a su suegro minusválido, mientras espera noticias de su marido desaparecido.
Fahrije vive en un pequeño pueblo, donde el patriarcado no se ha relajado ni tan siquiera después de la guerra, y cuestiona cada paso que da la mujer protagonista para salir a flote en medio del naufragio, ya sea por trabajar fuera de casa, o por quitar el carnet de conducir, y donde el conflicto se desatará cuando decida crear una pequeña cooperativa con otras mujeres del pueblo para producir ajvar, una pasta de pimiento típica de los Balcanes, y venderla en un supermercado de la ciudad.
“No es principalmente que elijan defender su libertad. Lo hicieron después de encontrar obstáculos, pero no era la idea inicial. Pero creo que es porque es una sociedad patriarcal. Es porque en este tipo de pueblos, realmente, esperan que las mujeres sean amas de casa. (…) Pero si piensas que por ser mujer debo quedarme en casa, entonces estás completamente equivocado. Y creo que eso es lo que esperaban de estas mujeres.” Declaraba la directora Blerta Basholli.
Y es que, realmente, además de hablar de los efectos de la guerra sobre la población civil, y en esto trata un tema universal, de lo que habla la película es de la resistencia al cambio por parte de sociedades donde el patriarcado está tan arraigado que le asusta más que una mujer decida ponerse al volante de un coche o montar una pequeña empresa, que la reanudación de la guerra. A pesar de los desaparecidos, de las dificultades para la reconstrucción material, política y social, de su comunidad, a los hombres de la colmena, que parecen dirigir el pueblo desde el bar, parece que solo les preocupa mantener sus sacrosantas tradiciones.
Sea cual sea tu postura acerca del conflicto de Kosovo -un conflicto, por otra parte, que no se ha cerrado todavía-, recomiendo esta película honesta y sencilla, en la que la mirada triste de Yllka Gashi te puede llevar a la triste realidad que miles de mujeres viven en lugares como Palestina, Artsakh o Tigray, donde son ellas las que, todavía con las heridas de la guerra abiertas, logran que la vida continue.
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