Hijos de esta rabia

El golpe final a la movilización obrera en Cádiz ha sido propiciado con nocturnidad y por la espalda de la mano de UGT y CC.OO.

Daniel Seixo

Uno de los grandes errores del sindicalismo con sede en Madrid, fue el de vincular férreamente su lucha únicamente al empleo. Durante las décadas que siguieron a la transición, los sindicatos mayoritarios, CC.OO. y UGT, funcionaron de este modo simplemente como órganos ciertamente ineficaces de presión popular frente a la burguesía española y a los representantes políticos a su servicio en las instituciones de gobierno. Desaparecía con ello cualquier horizonte de transformación social, cualquier posibilidad de lucha unitaria nacida del conjunto de la clase trabajadora y a poco que reparásemos en ello, justo entonces desaparecía cualquier esperanza de victoria.

La acción sindical se transformaba de este modo simplemente en un elemento de atención y consulta para el trabajador. Una mera estructura burocrática en crecimiento que a lo largo del tiempo ha llegado a ofrecer prestaciones tan amplias como vacaciones, representación legal o incluso promociones urbanísticas. Aunque en este último punto, ejemplos como la Promoción Social de Viviendas (PSV) de UGT dejan claro que uno nunca debe fiarse de un sindicalismo que de un modo u otro abandona la senda del socialismo de cara a intentar navegar en las contradicciones de un sistema capitalista que a día de hoy sigue suponiendo el eje central de la miseria del conjunto de los trabajadores y las trabajadoras.

Mientras los delegados de las grandes centrales sindicales españolas sofocaban la rabia de las calles y preferían esperar a que la negociación de traje y corbata consiguiese ciertas mejoras en las condiciones generales del empleo, el estado español se sumía en una espiral de reconversiones industriales, paro creciente, cierres de fábricas, despidos generales, rebajas de sueldo, aumento de la precariedad, cronificación de la siniestralidad laboral y en definitiva todos los puntos presentes entre las consecuencias que comúnmente tuvieron que pagar los trabajadores, durante la aplicación de la agenda que el neoliberalismo logró implantar en nuestros sectores productivos, con la firme intención de hacer pagar a esa misma clase trabajadora los esfuerzos necesarios para entrar en la Unión Europea como país periférico cuyo mayor aporte a ese gran mercado común era únicamente una mano de obra barata y una izquierda institucional con cartel de «se vende».

No nos engañemos, las huelgas generales, el movimiento obrero en su conjunto, sí estuvo dispuesto a plantar cara a todo este guion. Fueron numerosas las luchas en las que trabajadores y trabajadoras de todo el estado consiguieron grandes avances para mejorar su situación. Pero en algún momento del camino, seguramente no muy alejado del propio inicio de la ficticia senda democrática en el estado español, los viejos sindicatos y las nuevas élites de la política profesional en la izquierda, decidieron fusionar sus intereses para terminar con el sindicalismo asambleario y combativo, sustituyéndolo de este modo por un mucho más maleable sindicalismo oficialista, centrado en las subvenciones, el control de los delegados y la íntima convivencia con el poder político y empresarial.

Los cursos de reciclaje profesional organizados e impartidos finalmente por las grandes centrales sindicales, fueron sin lugar a dudas el precio a pagar por el silencio cómplice frente a la represión y violencia que se desataría contra los últimos reductos de un sindicalismo de clase, asambleario y combativo, todavía presente en muchos centros de trabajo en todo el estado español. Muy especialmente en las periferias y bajo las luchas de liberación nacional de las naciones sin estado. Las treinta piezas de plata bíblicas parecieron de este modo excelsas para un sindicalismo que decidió vender sus principios y a los suyos por meras migajas.

Y de aquellos fangos, estos lodos. No debe extrañarnos por tanto ver a ciertos elementos de la nueva izquierda justificando la represión contra los trabajadores del metal en Cádiz, no podemos echarnos las manos a la cabeza viendo a mercenarios de la pluma alabando condiciones de trabajo que a ellos les quedan muy lejos, ni tampoco debemos hacernos los sorprendidos al saber que el golpe final a la movilización obrera en Cádiz ha sido propiciado con nocturnidad y por la espalda de la mano de UGT y CC.OO.

La traición a los trabajadores gallegos durante las huelgas generales del 84, el silencio y desprecio a miles de compañeras en la reconversión del textil, la cobardía ante González en la huelga general del 27E, la renuncia a la movilización, las continuas cesiones, las tarjetas black, las fotos con el poder, la burocracia, la falta de conciencia de clase…

Todo esto es el legado real de una prolongada traición por parte de las grandes centrales sindicales a los trabajadores y trabajadoras del estado español. Y no, no se trata de un discurso contra el sindicalismo. Al contrario, se tratan estas palabras de un discurso contra el caciquismo sindical, contra el clientelismo de unas formaciones que no merecen representar el sudor y la conciencia de clase de los miles de compañeros y compañeras que cada día se dejan la cara y el escaso tiempo libre en duras luchas laborales, para finalmente verse traicionados en los despachos en nombre de la realpolitik y de los intereses de unos judas que en su sede de Madrid hace mucho tiempo que no pisan el barro de las fábricas. Se trata este de un discurso para volver al sindicalismo transformador, comprometido con el cambio social, asambleario, combativo y de clase. Se trata este de un discurso para el fijo, pero también para el eventual, para el trabajador precario, para el falso autónomo, para quienes desarrollan las tareas del hogar, para los migrantes, para todos nosotros y nosotras. Para los hijos y las hijas de la incansable herencia de la lucha obrera. Se trata de un discurso para que nunca más nos dejen vendidos.

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