La era Biden comienza con la toma de Kabul por parte de los herederos del terror que su propio país ayudó a desatar y el serio riesgo de que Afganistán vuelva a convertir en un apetecible refugio para organizaciones terroristas de todo tipo.
Por Daniel Seixo
“Ayudando a construir un Afganistán que sea libre del mal y un lugar mejor para vivir, estaremos siguiendo el ejemplo de [el secretario de Estado que puso en marcha el plan de recuperación de Europa tras la Segunda Guerra Mundial] George Marshall”.
Georg W. Bush
“El Emirato Islámico está comprometido con los derechos de las mujeres dentro de los límites de la sharia“
Zabihullah Mujahid, portavoz Talibán
“Basta con que 20 mil ó 30 mil hombres utilicen métodos inteligentes de guerra irregular, los mismos que quiere emplear Estados Unidos, y esa lucha puede durar 20 años”.
Fidel Castro
“Ustedes tienen los relojes, nosotros el tiempo”
Proverbio afgano
“En Afganistán, cada hogar es una fortaleza.”
James Michener
La primera ocasión en que los talibán avanzaron sobre Kabul, aparentemente ofrecían al mundo la imagen de un movimiento fundamentalista en busca de la purificación de la sociedad afgana según los preceptos de una interpretación del islam sumamente rigorista. Un ejército compuesto por huérfanos de guerra que sin un futuro por el que poder luchar en su país, ni un pasado que recordar para su nación, decidieron abandonarse a la creencia de un islam mesiánico que quizás pudiera otorgarle un sentido a sus vidas. Fue de ese modo que lograron conquistar numerosas ciudades en pocos meses, sin la necesidad de efectuar un solo disparo.
Los múlas paquistaníes les habían enseñado a luchar por su religión dando la vida por esa causa si resultaba preciso, los preceptos básicos eran el compañerismo entre soldados de dios y la sumisión absoluta de la mujer como un ser impuro, capaz de desviar al hombre de la senda de una lucha justa. Cuando esta visión integrista de la sociedad entró en las ciudades afganas, sumiendo en el absoluto oscurantismo la vida de las mujeres y de amplias minorías del país, lo hacía sin olvidar que durante el paso de los siglos el pueblo afgano había sufrido los intentos de invasión de diversos imperios. Todos ellos se encontraron sin excepción alguna con un territorio difícil de controlar por su orografía y una población que nunca ha visto con buenos ojos la más mínima injerencia extranjera en sus propios asuntos.
Los afganos pudieron resistir los intereses para su país del Imperio Británico y el soviético durante el Siglo XX, pero lo hicieron pagando un alto precio. Más de un millón y medio de muertos, millones de refugiados, contaminación, pobreza, destrucción total de la economía y una fatiga social generalizada que facilitó a los talibán establecer su visión política y social como una especie de liberación ante el caos y la muerte provocado por los intereses imperialistas en suelo afgano a lo largo de la historia.
Para comprender como el diablo talibán puedo ser invitado a hacerse con el poder en Afganistán, debemos comprender en la medida de lo posible la historia de este país, pero también nuestra propia historia como parte de las fuerzas imperialistas que a lo largo de la historia han intentado ejercer su dominio sobre el país. La entrada triunfante en Kabul de las tropas talibán durante el pasado mes de agosto, supone un nuevo capítulo de un largo juego geopolítico para dominar no solo el destino de Afganistán, sino también el tablero de intereses que se desarrollan en la actualidad en Asia Central. Intentaré por tanto en el presente trabajo, poder analizar con perspectiva amplia y un contexto básico, los pasos que nos han llevado a ver como de nevo se cierne la sombre de un gobierno integrista sobre la sociedad afgana.
Sangre británica
El primer ejemplo moderno de la dificultad para lograr imponer con éxito una empresa miliar sobre Afganistán lo podemos encontrar en las tres intervenciones británicas en el país (1838-42, 1878-80 y 1919), dado que sin lugar a dudas supusieron un fracaso sin paliativos para el Imperio del Viejo Continente. Con la intención de frenar la creciente influencia rusa por Asia Central y de ese modo lograr evitar que esta pudiese expandirse hasta las fronteras de por aquel entonces joya colonial británica de La India, Londres decidió durante el invierno de 1841 enviar a cerca 16.000 soldados del ejército de la Compañía Británica de las Indias Orientales para ocupar Kabul con el propósito de obligar a las autoridades afganas a retirar a los delegados rusos del país y someterse de ese modo a los designios geopolíticos del Imperio británico.
Pese a que los compases iniciales de la primera guerra anglo-afgana fueron favorables a la vieja potencia europea, llegando a conquistar rápidamente los feudos de Kandahar y Ghazni ante una oposición menor y aparentemente poco organizada, pronto las tornas cambiaron y las tropas anglo-indias que ocupaban el país vieron como un levantamiento de resistencia local las obligaba en diciembre de 1842 a abandonar el país. Pese a ello, los británicos consiguieron establecer un acuerdo con los afganos para que les permitiesen evacuar Kabul y desplazarse hasta Jalalabad, mediante una ruta de 100 km por pasos montañosos. De los más de 16000 soldados que emprendieron esa ruta, solo uno pudo sobrevivir al rigor de la montaña y los ataques continuos de los pastunes.
La relativa paz tras la derrota británica duraría de la mano de la familia del antiguo emir Dost Mohammed, hasta que en 1878 los británicos decidieron volver a invadir el país con la idéntica intención de su última expedición: atajar la posible expansión del Imperio ruso hacia La India. En esta ocasión las tropas de La India británica lograrían finalmente la victoria en su campaña militar, consiguiendo obligar a los afganos a firmar la paz en el Tratado de Gandamak, en el que los británicos otorgaban cierta independencia en la soberanía interna del país a los afganos, siempre y cuando las relaciones internacionales de Afganistán estuviesen totalmente bajo el control de Londres.
De este modo, los británicos se aseguraban evitar cualquier posible acercamiento afgano a posiciones que pudiesen propiciar la expansión rusa en la región y Afganistán pasaba a ejercer el papel de estado tapón que desde un primer momento habían buscado las ropas británicas. Con la llegada al trono afgano del “Emir de Hierro”, Abdur Rahman Khan, los británicos deciden retirarse en 1881, convencidos de que la situación del país permanecería en un futuro bajo control en favor de sus propios intereses. Claramente, se equivocaron.
Realmente los británicos nunca lograron mantener el control sobre el país, sus continuas expediciones militares simplemente lograron aislar y controlar a los políticos y la diplomacia afgana, pero no pudieron aplicar un control real sobre el país. “El gran juego” se reanuda cuando el 6 de mayo de 1919 estalla la tercera guerra afgana, cuando hartos del dominio colonial sobre su destino, los afganos deciden declarar su independencia aprovechando el cansancio británico tras la Primera Guerra Mundial y la aparentemente desaparición de la amenaza rusa sobre La India, tras la revolución rusa de 1917.
Para comprender como el diablo talibán puedo ser invitado a hacerse con el poder en Afganistán, debemos comprender en la medida de lo posible la historia de este país, pero también nuestra propia historia como parte de las fuerzas imperialistas que a lo largo de la historia han intentado ejercer su dominio sobre el país
El 8 de agosto de 1919 el tratado de Rawalpindi pondría fin a las hostilidades, reconociendo finalmente la independencia de Afganistán. Pese a la derrota británica, la Línea Durant, una línea fronteriza que separaría en dos partes amplios territorios controlados por los pastunes, permanecería en la región como una herencia colonial capaz de provocar una eterna inestabilidad en Afganistán y recurrentes conflictos fronterizos entre este país y Pakistán, en un territorio que nunca ha podido ser controlado por ninguno de los dos estados.
La experiencia socialista
El 27 de abril de 1978 el Partido Democrático Popular de Afganistán parece encaminar una nueva senda para el pueblo afgano tras lograr protagonizar con éxito la revolución Saur, la revolución de abril. En una sociedad en la que el 97% de las mujeres y del 90% de los hombres eran analfabetos y alrededor del 5% de los propietarios poseían más del 50% de las tierras fértiles, los retos del nuevo gobierno socialistas de Afganistán eran realmente titánicos.
La unión soviética insistía a sus potenciales socios en la paciencia necesaria para llevar a cabo una experiencia de este calibre en un escenario semejante, pero pese a ello, el nuevo gobierno pronto dio lugar a medidas de amplio calado. La primera de ellas fue la reforma agraria, que pretendía repartir la tierra en manos de los grandes propietarios entre los pequeños agricultores. Las propias tropas comunistas tomaron tierras y las repartieron entre el pueblo. Se liberaron a miles de presos políticos, se suprimió la práctica de la dote que el marido debía realizar a la familia de la novia para evitar la compra de mujeres, a su vez se prohíbe la práctica de la poligamia, se aprueba una ley del divorcio –un año antes que en el estado español-, se decreta por ley la igualdad entre hombres y mujeres, se legalizaron los sindicatos, se estableció por ley un salario mínimo.
Se iniciaron amplias campañas de alfabetización que incluían por primera vez la presencia de mujeres y la educación mediante lenguas locales, se potenció el trabajo femenino y su participación en los estudios universitarios, se eliminó la usura, se prohibieron las plantaciones de opio y además se avanzó de forma significativa en la separación entre la religión y el estado. Todo ello mientras se garantiza el acceso a servicios sanitarios al 80% de la población urbana, la esperanza de vida pasaba de los 33 años a los 42 en apenas dos décadas y se aumenta significativamente el número de médicos, camas de hospitales y se logran crear por primera vez jardines de infancia y casas de reposo para los trabajadores.
Pese a ello, pronto Estados Unidos decide poner fin a la experiencia socialista en Afganistán y comienza a preparar a insurgentes y establecer campos de entrenamiento y propaganda en Pakistán, con la firme intención de debilitar a la revolución Saur y a ser posible hacer entrar en este escenario de forma más o menos directa a la URSS.
Las relaciones entre la Unión Soviética y Afganistán habían sido cordiales a lo largo del tiempo, siendo el gobierno soviético el primero en reconocer la soberanía afgana cuando aún luchaba por su independencia contra el Imperio británico. Pese a que en 1978 Nur Muhammad Taraki visitó la Unión Soviética y su gobierno firmó el Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la República Democrática de Afganistán, lo que propiciaba la ayuda militar y económica de la URSS a Afganistán, lo cierto es que en Moscú no gustaban los tiempos de las reformas, las formas y el radicalismo del gobierno afgano y se optaba por patrocinar opciones más moderadas en el país.
Durante el verano de 1978 comenzarían en la ciudad de Nurestán violentas protestas contra el gobierno afgano que pronto se sucederían seguidas de atentados terroristas por todo el país. Con el apoyo directo de Estados Unidos, Reino Unido, Pakistán y Arabia Saudí –Incluso China e Irán participarían en esta empresa-, los insurgentes pronto consiguieron desestabilizar al gobierno afgano. Según declaraciones del Consejero de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski, la ayuda de la CIA a los muyahidines en Afganistán fue aprobado en julio de 1979 y continuo bajo la administración de Carter y en un nivel mucho mayor con la llegada al poder del profundamente anticomunista Ronald Reagan.
En una sociedad en la que el 97% de las mujeres y el 90% de los hombres eran analfabetos y alrededor del 5% de los propietarios poseían más del 50% de las tierras fértiles, los retos del nuevo gobierno socialista de Afganistán eran realmente titánicos
Todo ello con la intención de provocar la intervención soviética en el país. El 7 de diciembre de 1979 finalmente Estados Unidos logra su objetivo, acorralado por los insurgentes islamistas financiados desde el exterior y en medio de un río de sangre fruto de incontables atentados terroristas, el gobierno afgano no tiene más remedio que pedir ayuda militar a Moscú. La URSS en virtud al Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación entre ambos países y pese a las profundas reticencias iniciales, no tiene más remedio que aceptar. La campaña militar que Moscú consideraba posiblemente solucionada en un par de semanas, se alargaría convirtiéndose en un verdadero callejón sin salida para los soviéticos.
La misión de la URSS en Afganistán duró nueve años, pese a lograr ocupar con tanques las ciudades, dominar la capital y realizar numerosas operaciones de castigo en zonas rurales contra los muyahidines, tal y como le había sucedido en el pasado al Imperio británico, en ningún momento la URSS logró controlar la situación y decantar la balanza de la guerra de forma favorable a la revolución afgana.
La entrega de los misiles antiaéreos Stinger por parte de Estados Unidos a los insurgentes, provocó que el final de aquella guerra fuera un auténtico baño de sangre para la Unión Soviética. Tras perder la superioridad en el aire y encerrados en una orografía que hacía imposible el control efectivo del territorio, los soviéticos se retiraron de Afganistán en 1989 después de la firma de los Acuerdos de Ginebra entre Pakistán y la República Democrática de Afganistán. La República socialista afgana logra sobrevivir durante varios meses sin ayuda frente a los muyahidines, hasta que finalmente Kabul cae.
Un millón de afganos fueron asesinados, cerca de seis millones tuvieron que exiliarse y todo ello para que finalmente el islamismo radical se hiciese con el poder poniendo fin a la experiencia socialista y a los numerosos avances que durante ese periodo había vivido el país. De nuevo el supuesto invasor era expulsado de Afganistán, aunque quizás en esta ocasión considerar a la URSS una potencia meramente invasora por su papel en Afganistán, sea algo así como si aplicásemos esa misma lógica con el papel de Cuba en Angola. Simplemente un despropósito totalmente ajeno al contexto internacional y las intenciones estadounidenses para la región.
A raíz del conflicto entre la URSS y Estados Unidos desarrollado en plena guerra fría en el tablero afgano, nacerían dos monstruos que pronto jugarían un papel de vital importancia en la historia. En 1988 en plena guerra contra los soviéticos nacía Al-Qaeda de la mano de guerrilleros musulmanes que contaban con el apoyo logístico de Pakistán desde Peshawar y que eran financiados mediantes ONG por los Estados del Golfo Pérsico y Arabia Saudí. Mientras que una vez finalizado el conflicto y fruto de los desmanes, la violencia y la falta de orden por parte del gobierno títere que Estados Unidos situó al frente del país, la facción más radical de los islamistas representada por los talibanes y apoyada por parte de la propia población afgana y Pakistán, lograría hacerse con el poder tras una cruenta guerra civil que termina en 1996, cuando el Emirato Islámico de Afganistán toma Kabul.
Los talibán proceden del grupo étnico mayoritario en Afganistán, los pashtunes, que representaban cerca del 40% de la población afgana y habían gobernado el país durante siglos. Desde su bastión en Kandahar, sus tropas compuestas en gran meida por jóvens estudiantes del Corán procedentes de las madrasas de los campamentes de refugiados afganos en Paquistán, habían logrado mantener una relativa paz y seguridad en el territorio bajo su control, conteniendo a los grupos tribales en conflicto y finalmente ejecutando a los líderes más beligerantes. La población había sido desarmada, las carreteras reabiertas y mediante la imposición de una interpretación profundamente radical de la sharia, la ley islámica, habían logrado imponer una especie de macabro orden sobre una población sumida en el caos durante demasiado tiempo.
La entrega de los misiles antiaéreos Stinger por parte de Estados Unidos a los insurgentes, provocó que el final de aquella guerra fuera un auténtico infierno para la Unión Soviética
A su entrada a la capital, los talibanes asaltaron el edificio de la ONU en el que se encontraba en aquel momento refugiado el ex gobernante afgano del Partido Democrático Popular de Afganistán Mohammad Najibulá y tras torturarlo y exhibirlo frente a las masas, finalmente es asesinado junto a su hermano al día siguiente como clara advertencia del severo nuevo poder que gobernaba sobre el país. Se cuenta que Najibulá recibió una última oferta para evitar su destino frente a los radicales, llegando a ofrecerle el puesto de presidente del nuevo régimen si se comprometía a firmar un tratado para reconocer la «línea Durand», lo que hubiera supuesto una grave traición a su pueblo y a su país. Al negarse, firmó definitivamente su sentencia de muerte.
Su propia creación, sus propios muertos
“Desde 1989, Estados Unidos y Occidente vienen dando la espalda a la prolongada guerra civil de Afganistán. El 11 de septiembre de 2001, el mundo dejó de ser el mismo cuando Afganistán se mostró ante el mundo de una manera brutal y trágica. Los diecinueve terroristas suicidas que secuestraron cuatro aviones, y luego se lanzaron contra las Torres Gemelas del World Trade Center, en Nueva York, y contra el Pentágono, en Washington, pertenecían a la organización Al Qaeda, dirigida por Osama bin Laden, que tiene su base de operaciones en Afganistán, país gobernado por los talibán. Su objetivo era golpear tres cosas a la vez: el mundo heredero de la guerra fría, el punto neurálgico de la globalización y los supuestos esfuerzos por hacer de la tierra un lugar más seguro y mejor.
A las pocas horas de estos espantosos atentados, el presidente George W.Bush dijo que Estados Unidos se hallaba en guerra con los terroristas internacionales. “los que hacen la guerra a Estados Unidos han elegido su propia destrucción”, dijo el 15 de septiembre tras declarar el estado de emergencia nacional. Asimismo, precisó que la repuesta de Estados Unidos sería “un ataque sin campos de batalla ni cabezas de puente” y que “el conflicto será largo”. Y terminó comprometiéndose a crear una alianza internacional, centrada en torno a la OTAN y a otros aliados, para castigar a Al Qaeda y a los talibán.” (Rashid, 2001)
Pronto los «freedom figthers» afganos a los que Estados Unidos había apoyado económica y militarmente durante el conflicto con los comunistas, se convertirían en el enemigo público número uno de Washington. Tras los atentados del 11 de Septiembre de 2001 que costaron la vida de cerca de 3000 ciudadanos y ciudadanas estadounidenses, George W Bush decide lanzar la operación “Libertad duradera” con la intención de castigar al régimen fundamentalista talibán que dominaba el país desde la toma de Kabul en 1996 y que en ese momento protegía en su territorio a Osama bin Laden, líder de Al Qaeda, al que se negaban a entregar a las autoridades de Estados Unidos, para poder evitar la inminente invasión estadounidense como castigo por su convivencia con la organización terrorista que había llevado a cabo el ataque del 11-S. Desde la guerra contra el gobierno socialista y su socio soviético, Afganistán se había convertido en un auténtico nido propicio para el fundamentalismo islámico, en el que convivían grupos extremistas procedentes de Paquistaní, Irán, Rusia, China, Birmania, Asia Central o el Lejano Oriente. La Al Qaeda surgida en 1988 destacaría durante esa década entre todos ellos, aunque no sería la última o más cruel amenaza del fundamentalismo islámico contra occidente, surgida de la guerra que se avecinaba.
Ese crisol de potenciales amenazas terroristas había terminado dando lugar a un golpe terroristas “inesperado” en el corazón del propio Imperio estadounidense y del nuevo mundo económico surgido tras la caída del muro de Berlín y el avance sin aparente oposición de la globalización capitalista. Quizás el atentado suicida perpetrado por Al-Qaeda en Khvajeh Ba Odin el 9 de septiembre de 2001, dos días antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001, contra Ahmad Shah Massoud líder de las FU, coalición opositora a los talibanes, tuvo relación directa con la inexplicable negativa de los talibán a entregar a un solo hombre, puede que los extremistas afganos creyesen que podrían derrotar a Estados Unidos y sus socios, tal y como lo habían hecho poco antes con la URSS, o simplemente el carácter de la población afgana, poco propicio a ceder a las exigencias de los Imperios extranjeros, hiciese inevitable aquel conflicto. Fuese como fuese, el 7 de octubre de 2001 da inicio la operación ‘Libertad Duradera’ con bombardeos de las fuerzas del ejército de Estados Unidos y apoyo británico a las posiciones de los talibanes.
La era Biden comienza por tanto con una retirada precipitada, la toma de Kabul por parte de los herederos del terror que su propio país ayudó a desatar y el serio riesgo de que Afganistán vuelva a convertir en un apetecible refugio para organizaciones terroristas de todo tipo
En apenas un par de meses los talibán se retiraban a la frontera con Pakistán y el 5 de diciembre, Kabul caía definitivamente en manos de la coalición liderada por los Estados Unidos. El 9 de diciembre cae la antigua capital talibán de Kandahar y el Mullah Oma huye del país. Hamid Karzai es nombrado líder interino del país y pese a los intentos por dar caza a Osama bin Laden, su captura parece alejarse por momentos entre las montañas de la frontera afgana con Pakistán. Un territorio de nadie mantenido indefinidamente en ese statu quo por influjo directo de la lejana política británica del “divide y vencerás”.
Pese a las comparaciones con el famoso Plan Marshall desarrollado por los Estados Unidos en una Europa en ruinas tras la Segunda Guerra Mundial, la reconstrucción de Afganistán estuvo desde el inicio marcada por la constante corrupción del gobierno de Hamid Karzai, electo en octubre de 2004, y por el desvío de la atención estadounidense a Irak que conllevó un brusco cambio de estrategia de Washington sobre el terreno, pasando de una intervención directa contra los insurgentes a la formación de tropas afganas para combatir a los rebeldes talibanes y otros grupos islamistas, que habían comenzado a multiplicar sus ataques terroristas sobre objetivos militares y civiles del nuevo gobierno afgano.
La debilidad institucional, la falta de servicios básicos y la escasez de fuerzas de seguridad propias, unidas a la continua retirada de contingentes internacionales, lleva a Afganistán a encarar de nuevo una senda directa al caos y el terror del fanatismo islamista del que hace poco parecían haberse librado para siempre. Pese a que en mayo de 2007 una operación conjunta entre las tropas afganas, EE.UU. y la OTAN logra abatir al líder de los talibanes en el sur, el comandante talibán Mullha Dadullah, al despliegue de tropas adicionales para lograr controlar el terreno y al asesinato del responsable del atentado a las Torres Gemelas en Nueva York, Osama bin Laden, en una operación de las fuerzas especiales estadounidenses en Pakistán, ya con Barack Obama en el poder, el calendario para la transición que pretendía poder traspasar la plena responsabilidad de la seguridad de Afganistán a las fuerzas locales a finales de 2014, se encontró constantemente con una notable resistencia por parte de fuerzas insurgentes que arrojaron serias dudas acerca de si las fuerzas afganas podrán mantener la seguridad o incluso el poder sobre el territorio afgano. 1.800 bajas entre las tropas estadounidenses y 444.000 millones de dólares después, seguían mostrando a los talibán como una fuerza indispensable para lograr plantearse un futuro para Afganistán.
Puede que pocas figuras representan tan bien el fracaso estadounidense en Afganistán como David Petraeus. El general de cuatro estrellas, experto en contrainsurgencia y cabecilla del planteamiento militar que logró combatir a la resistencia iraquí, intentó a su vez llevar a cabo en Afganistán la misma táctica que había logrado ejecutar con éxito en Irak, pero los recursos humanos, logísticos y económicos con los que había contado anteriormente, resultaban ahora escasos en unos Estados Unidos sumidos en una profunda crisis económica. Petraeus pierde poco a poco la batalla ante los talibán ahogado por la falta de recursos y una orografía que hace del país una auténtica ratonera, con ello será relegado en la estrategia para el país de un Barack Obama que ya solo piensa en una retirada ordenada y por ello ordena limitar la intervención estadounidense a la ejecución de operaciones especiales y el ataque con drones. El triunfo de Ashraf Ghani en junio de 2014 en medio de acusaciones de fraude y el anuncio de la OTAN de poner fin a su misión de combate en Afganistán el 31 de diciembre de ese mismo año, hace que los talibán ocupen el vacío de poder existente tras la retirada de la coalición internacional y que poco a poco logren hacerse con un mayor territorio en el país.
Las era Trump vendría marcada por conversaciones de paz entre los talibanes y Estados Unidos, que el 29 de febrero de 2020 rematan con el compromiso de la retirada completa de las tropas extranjeras para mayo de 2021, pese al continuo aumento de los atentados y la represión directa contra destacadas figuras públicas del gobierno afgano. Tras la partida de los últimos 2.500 soldados estadounidenses y los 7.000 de la OTAN en mayo de 2021, enseguida estallan en el sur del país los combates entre el gobierno afgano y los talibán, al tiempo que en el Norte los fundamentalistas se hacían con el poder en el distrito de Burka, provincia de Baghlan. El 6 de agosto los talibanes se hacen con la capital provincial, Zaranj y el 8 cae Kunduz. El 15 de agosto los talibán lograr cercar Kabul y se hacen de nuevo con el poder en Afganistán.
Biden hereda por tanto una retirada precipitada del Afganistán, la toma de Kabul por parte de las tropas fundamentalistas que su propio país ayudó a desatar y el serio riesgo de que Afganistán vuelva a convertirse en un apetecible refugio para organizaciones terroristas de todo tipo, además de establecer un reino del terror en el que la versión más radical de la ley islámica de la sharia suma a las mulheres y la amplias minorías del país en un oscurantismo más propio del feudalismo.
El dolor afgano
Según datos proporcionados por la ONU, cerca de 800 niños han sido asesinados en Afganistán desde 2016 a 2020 debido a los bombardeos de la coalición y el Ejército afgano. Desde que en 2017 la administración Trump decretó una rebaja en los criterios de sus reglas de combate para poder efectuar ataques aéreos sobre suelo afgano, la expansión de las operaciones del ejército estadounidense vino acompañada de un aumento masivo de víctimas civiles por todo el país. Las víctimas llegaron a triplicarse entre 2017 y 2019, lo que dio lugar a un efecto devastador sobre la población civil y la absoluta perdida de la poca legitimidad que la coalición internacional liderada por Estados Unidos podía tener en el país.
La retirada de tropas terrestres y el cambio en la táctica de combate frente a los talibán, hizo que se produjesen varios sucesos como el que tuvo lugar en Chahar Dara durante julio de 2018, cuando durante una operación terrestre del ejército afgano, un misil de la Fuerza Aérea de Estados Unidos impactaba contra un complejo residencial causando la muerte de 14 mujeres y niños de la misma familia.
Con varios miembros de la coalición internacional retirando sus efectivos sobre el terreno y un ejército estadounidense pendiente a su vez de una retirada sin víctimas, la debilidad de las fuerzas armadas afganas frente al talibán se hizo patente. Sucesos como el de Chahar Dara comprometían la misión estadounidense, muy comprometida ya por la larga lista de los crímenes de lesa humanidad cometidos por soldados de la coalición internacional en el país.
Los delitos cometidos en Maiwand, provincia de Kandahar, entre junio de 2009 y junio de 2010, por tropas estadounidenses que llegaron a coleccionar partes de los cuerpos de las víctimas afganas como trofeos o los cerca de cuarenta asesinatos ilegales cometidos por las Fuerzas de Defensa de Australia, son solo algunos de los ejemplos de la absoluta violencia imperialista desatada sobre la población afgana en lo que pretenden convertirse en una guerra eterna para someter al control occidental los recursos afganos, tal y como señalaba Julian Assange, fundador de WikiLeaks, actualmente en prisión tras denunciar los crímenes de guerra de las tropas estadounidenses y sus aliados en Afganistán.
El gran juego
“No solo respaldamos todos los proyectos nacionales que sean de interés para nuestro pueblo y resulten en el desarrollo y prosperidad de la nación, sino que estamos comprometidos a protegerlos”
Comunicado del nuevo gobierno talibán
Sin lugar a dudas la abrupta retirada de Estados Unidos de Afganistán, va a traer de nuevo aparejada amplios movimientos de peones económicos y militares en un Gran juego iniciado en esta región por el imperialismo moderno de la mano de los británicos en su ciega obsesión por evitar la posible expansión de la influencia rusa hasta sus más preciados dominios coloniales de La India.
En estos momentos de nuevo la influencia externa disputa en territorio afgano una crucial batalla geopolítica ante la firme resistencia de un país a dejarse someter por los intereses imperialistas. Con más de siete grandes proyectos gasísticos indefinidamente paralizados en su objetivo de poder llegar a conectar mediante gaseoductos las necesidades e intereses de diversas potencias mundiales, la presencia de amplias reservas de minerales estratégicos para la transición energética y climática todavía sin explotar, entre los que se encuentra una ingente cantidad de reservas de litio, con un mercado de opiáceos permanentemente en alza desde la intervención estadounidense y situado en un enclave fundamental para el control de Asia Central y la posibilidad de establecer un cerco estratégico sobre China e Irán por parte de Washington, debemos tener muy presente en nuestros análisis que lo que sucede en Afganistán no es un conflicto que pueda ser olvidado en una región montañosa del mundo, sino que se trata de un punto clave en la inmediata y mediata disputa por la gobernanza global.
Entre las enconadas disputas por la conexión gasística en la región, debemos prestar especial atención al Gaseoducto Transafgano, con el que Estados Unidos pretende lograr exportar el gas turkmeno hacia el Indico, evitando cualquier participación de Irán en este apetitoso mercado y transformando de este modo el escenario del actual del abastecimiento de energía en Asia y en cierta medida también en el mundo.
Con la finalización y control efectivo de un megalómano proyecto de cerca de 1.800 kilómetros de longitud por un escenario geopolítico eternamente inestable y con un valor estimado de más de 10.000 millones de dólares, los intereses energéticos de Estaos Unidos en Asia Central se han jugado durante décadas en una descarnada competencia entre el holding de petróleo y gas con sede en Argentina Bridas, desde marzo de 2010 propiedad al 50% de la compañía petrolera China National Offshore Oil Corporation, y la estadounidense Union Oil Company of California, hoy fusionada en Chevron Corporation.
La incertidumbre política hace que resulte complicado aventurar si China podrá seguir contando con su posición estratégica en Afganistán de cara a lograr seguir produciendo el 40% del cobre, casi el 60% del litio y más del 80% de las tierras raras que a día de hoy se explotan en el mundo
Tras asumir los Talibán el gobierno afgano en 1996, el empresario argentino Alejandro Bulgheroni y la gigante californiana Unocal, decidieron negociar los recursos afganos directamente con los fundamentalistas islámicos que en ese momento ejercían el poder con mano de hierro en el país, llegando diversas delegaciones talibán a visitar Buenos Aires y Houston para poder intentar cerrar un acuerdo que permitiese el desarrollo del apetecible gaseoducto Transafgano. Pese a la visita de los talibán a la NASA y al Zoo de Houston y la insistencia de Bulgheroni para cerrar un proyecto que había visto como los estadounidenses le intentaban arrebatar de las manos, la presión internacional por la estricta ley de la sharía aplicada por los talibán en Afganistán especialmente contra las mujeres, sumado a los atentados contra las embajadas de Estados Unidos en Nairobi, Kenya y Yemen, a manos del Al Qaeda, que en aquel momento encontraba refugio en suelo afgano auspiciados por los talibán, provocaron que el proyecto se paralizase definitivamente a finales de los años 90.
Pese a que actualmente y ante la reiterada imposibilidad de abrir el corredor sur de Asia, Estados Unidos parece haber apostado por el Cáucaso meridional para transportar gas de Turkmenistán a Turquía a través del Mar Caspio, la nueva situación en Afganistán y la posibilidad de que otros actores deciden redoblar sus esfuerzos para completar un megaproyecto iniciado hace décadas, hace que no debamos perder de vista la posible disputa por un Gaseoducto Transafgano que continuara siendo una pieza codiciada por diversas empresas petroleras, con el respaldo de sus respectivos gobiernos.
Tampoco debemos olvidar en este análisis que hoy encaramos el peso económico del mercado de minerales estratégicos y el tráfico de opiáceos del que Afganistán se ha convertido en un punto clave desde la entrada de la misión de la OTAN en el país bajo liderazgo estadounidense. Con la popularización del coche eléctrico en medio de una campaña para la transición energética mundial, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha estimado recientemente que la demanda mundial de litio se multiplicará de aquí a 2040 por 40. En la actualidad, el subsuelo afgano posee amplias reservas de litio sin explotar, así como reservas de bauxita, cobre, hierro y diversas tierras raras, una riqueza en recursos estratégicos cifrada en más de tres billones de dólares incluyendo los combustibles fósiles. Estos recursos resultan a día de hoy básicos para que diversas potencias puedan avanzar en el desarrollo de la industria que les permita transportar y almacenar electricidad.
Así el cobre utilizado para la fabricación de cables eléctricos, el litio esencial para el almacenamiento de energía en baterías y la muy generosa geología del país, que lo sitúa con un enclave prioritario en la posible explotación en medio de una escasez de semiconductores vitales de cara obtener ventaja en la actual guerra por el dominio de la tecnología mundial, hace que tanto China, que actualmente monopoliza el 97% de las explotaciones activas de minerales estratégicos activos en el país, como Estados Unidos, se jueguen mucho en el futuro gobierno afgano.
Desde un principio, Pekín ha catalogado la industria de las llamadas “tierras raras” como una inversión clave en la estrategia actual del país. Con una política centrada en las negociaciones con el poder vigente en el país, el gobierno chino no ha entrado en el juego cínico occidental de condenar de cara a la opinión pública un resultado cantado que la propia intervención estadounidense ha provocado en Afganistán.
La metalúrgica china MCC fue de las primeras interesadas ya en 2007 por establecer relaciones de ganancia mutua con el gobierno afgano, estrategia ya aplicada en el continente africano, de cara a garantizarse a largo plazo yacimientos de cobre al suroeste de Kabul a cambio de diferentes inversiones en industrias auxiliares e infraestructuras. En medio de un clima inestable en el país, la inversión del gigante asiático ha llegado a suponer cerca del 10% del PIB afgano.
La victoria de los talibán, no tiene porque cambiar las cosas. Pekín se ha propuesto extender el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC) al territorio afgano con la construcción de diversas autopistas, corredores férreos y oleoductos. Esta inversión que podría multiplicar considerablemente el flujo de la Nueva Ruta de la Seda y arrojar suculentos beneficios económicos y en materia de infraestructuras para Afganistán, pasa prioritariamente porque los talibán logren evitar que tal y como sucedió en el pasado, Kabul se pueda convertir en un refugio seguro desde el que los numerosos combatientes islamistas de la etnia uigur puedan atacar a Pekín.
La incertidumbre política hace que resulta complicado aventurar si China podrá seguir contando con su posición estratégica en Afganistán para seguir produciendo el 40% del cobre, casi el 60% del litio y más del 80% de las tierras raras que a día de hoy se explotan en el mundo. Pekín ha jugado sus cartas a la hora de negociar una posibl estabilidad comercial con diversas facciones talibán, pero tal y como saben los pakistanís o los estadounidenses, los fundamentalistas que hoy ejercer su dominio sobre Kabul, se caracterizan por saber sacar un alto rendimiento económico a la hora de negociar sus alianzas y por un inestable carácter que los hace reacios a la influencia extranjera. Solo el tiempo nos dirá si Estados Unidos y Europa han perdido definitivamente la delantera en la competencia por los recursos minerales afganos en favor de China.
No podemos tampoco desdeñar el papel primordial jugado por el opio en el desarrollo de los acontecimientos en la victoria talibán. Pese a la propaganda de una guerra sin cuartel supuestamente librada por Washington contra cultivo de flores de amapola en Afganistán, incluso con amplios despliegues en este sentido bajo la operación Tempestad de Acero, como supuesta prueba de la lucha de los Estados Unidos por erradicar el negocio de la heroína en Afganistán, lo cierto es que desde la entrada de la colación internacional liderada por Washington a Kabul, el negocio del narcotráfico ha permanecido permanentemente en alza en la región y ha supuesto una muy lucrativa fuente de financiación que ha permitido a diferentes facciones militares desarrollar sus campañas militares, entre ellas las que más éxitos han obtenido por esta vía son el Estado Islámico, al Qaeda y por supuesto, los talibán.
Pese a que en su primer gobierno llegaron a prohibir durante un breve período las plantaciones de flores de amapola por atentar contra la ley islámica, las necesidades económicas para poder engrasar la maquinaria militar que les permitiese hacerse de nuevo con el poder en el país, ha llevado a que la expansión de la producción de drogas vaya inexorablemente de la mano con el proyecto de instaurar un Califato islámico en Afganistán por parte de los fundamentalistas talibán.
Cuando en octubre de 2001 los Estados Unidos decidieron invadir Afganistán, los cultivos de amapolas ocupaban no más de 74.000 hectáreas en todo el país, pero poco a poco, estas cifras se han incrementado hasta cuatro veces durante estos años, hasta superar las 350.000 hectáreas dedicadas al tráfico de drogas por todo el país.
Agricultores, transportistas, fuerzas de seguridad, políticos, integristas, todos participan de un lucrativo negocio que ha arrojado más de 120.000 millones de dólares de beneficios en los casi 20 años durante los que se ha prolongado la presencia de la coalición internacional en el país y que a día de hoy supone cerca del 60% de la financiación del grupo integrista talibán. En la actualidad, más de 900 toneladas anuales de opio rompen cada año los récords de producción mundial a la vez profundizan en el caos que se cierne sobre el propio Afganistán y sobre las calles de Estados Unidos, Rusia o Europa. Países en los que una auténtica epidemia de nuevos adictos arroja un reto social difícil de encarar.
En la actualidad el subsuelo afgano posee amplias reservas de litio sin explotar, así como reservas de bauxita, cobre, hierro y diversas tierras raras, una riqueza en recursos estratégicos cifrada en más de tres billones de dólares incluyendo los combustibles fósiles
El crecimiento de la producción de las plantaciones de amapola, ha venido de la mano de un aumento drástico en el número de adictos a los opioides en occidente. Especialmente en Estados Unidos, país que desde 2007 vive inmerso en una guerra interna contra los perniciosos efectos de la droga sobre su población, llegando a convertirse en la principal causa de muerte en el país y teniendo que ser declarada por la Casa Blanca como una emergencia nacional de salud pública, cuando se superan ya los dos millones de estadounidenses que han llegado a ser catalogados como adictos a los opioides.
A la espera de ver la realidad tras las promesas de los talibán para erradicar los cultivos de amapola durante su mandato que pudiese producir una disminución en el tráfico de drogas a escala mundial, lo cierto es que a día de hoy, tal y como sucedió tras los atentados del 11 de septiembre, cuando el conflicto armado afgano empujó a los integristas a buscar financiación en el tráfico de drogas, resulta difícil imaginar que los integristas puedan renunciar a su principal fuente de financiación, mientras el mundo occidental se prepara para establecer nuevas y duras sanciones contra su gobierno. Especialmente, cuando las rutas del opio suponen un floreciente negocio que arroja suculentos beneficios en demasiados estados, en plena inestabilidad económica global
¿Derrota o repliegue estratégico?
Difícil poder dar ahora mismo respuestas absolutas en este sentido. Resulta innegable que la abrupta huida estadounidense de Afganistán, deja a Washington sin una ubicación estratégica en su prolongada estrategia para lograr cercar a Irán y China, mediante la instalación de complejas bases militares en la región. Así como también supone un duro golpe a la hora de poder observar de primera mano los movimientos de otras potencias nucleares como Rusia, India y Pakistán.
La ubicación en el propio corazón de Asia de Afganistán, permitía a Estados Unidos mantener sobre Irán en caso de conflicto una doble amenaza en la frontera iraquí y afgana, además de entorpecer gravemente la proyección de la revolución iraní en la región y sus posibilidades de expansión política y económica. Por tanto, el transcurso de los acontecimientos no solo permite a Irán aliviar la amenaza limitar sobre sus fronteras, sino que abre nuevas perspectivas políticas para que Teherán pueda ampliar su ámbito de influencia ahora que Estados Unidos ha mostrado señales de debilidad en la región.
Por todo ello, pese a la inseguridad e inestabilidad de las futuras decisiones en la región de los talibán, resultaría sumamente osado que las fuerzas integristas decidiesen iniciar hostilidades contra un país que ha dado sobradas muestras de contundencia a la hora de devolver militarmente los golpes, tal y como el propio Estados Unidos puedo comprobar en la campaña de represalias lanzada por Irán contra objetivos estadounidenses en Bagdad tras el asesinato de Qasem Soleimani. A la espera de como evoluciones el nuevo gobierno afgano, lo cierto es que en estos momentos, Teherán respira más tranquilo sobre el terreno tras la retirada de las tropas de Washington.
En el caso Ruso, Moscú ha sabido leer el tablero y lleva varios años preparando el actual escenario en previsión de la posibilidad de una creciente inestabilidad sobre el terreno. Respaldada por su papel durante las negociaciones de paz de 2019 entre la administración Trump, los talibanes y oposición afgana, en la que Moscú apostó por la integración de los talibán en un futuro gobierno de coalición, y tras su amplia experiencia en el combate contra el terrorismo internacional tras el conflicto en Siria, la reacción del Kremlin ante el regreso de los talibán al poder, ha sido cuanto menos fría y expectante. El enviado presidencial ruso a Afganistán, Zamir Kabulov, ha dejado claro recientemente que Rusia puede llegar a entenderse de forma más adecuada con los talibán que con un gobierno títere en manos de Estados Unidos. Pese a ello, el reciente envío de efectivos militares a la provincia uzbeka de Surjandaria de cara a participar en misiones dirigidas a garantizar la integridad territorial de los países de Asia Central, suponen un aviso anticipado ante cualquier intento por desestabilizar lo que en Moscú consideran su patio trasero.
Una Rusia siempre crítica con el ya expresidente Ashraf Ghani y con el modelo de gestión occidental para Afganistán, enfrenta esta nueva situación geopolítica dispuesta a garantizar a toda costa su objetivo primordial, que no es otro que lograr garantizar la seguridad en las repúblicas exsoviéticas de Tayikistán y Uzbekistán en sus fronteras con Afganistán. Lo que permitiría al Kremlin seguir manteniendo totalmente aislada a la guerrilla del Cáucaso Norte y por tanto mermar su capacidad para desestabilizar internamente a Moscú. Sin duda el fracaso de la Casa Blanca en la misma ratonera que habían preparado para la URSS, supone algo que celebrar en Rusia. Pero si existen dos vencedores en el actual escenario afgano, sin duda esos son China y Paquistán.
Siempre con un ojo en la larga frontera con su vecino afgano, a día de hoy no supone ningún secreto la influencia de Islamabad en el nacimiento, la financiación, supervivencia y éxitos de los talibán. Refugio histórico, centro médico y campo de repliegue estratégico de los líderes talibanes y sus combatientes, el regreso al poder de los estudiantes de las madrasas paquistaníes de los años ochenta, supone una nueva ventana de oportunidad para que Islamabad logre ejercer mayor influencia sobre las decisiones que en un futuro pueda tomar Kabul. Imran Khan y los clérigos paquistaníes han celebrado la victoria talibán y la retirada de tropas estadounidenses como un éxito para los musulmanes y una indiscutible liberación para el pueblo afgano.
La localización en el propio corazón de Asia de Afganistán permitía a Estados Unidos mantener en caso de conflicto con Irán una doble amenaza en su frontera iraquí y afgana, además de entorpecer gravemente la proyección de la revolución iraní en la región y sus posibilidades de expansión política y económica
El eterno doble juego de Islamabad de cara a la comunidad internacional se apoyará ahora sin duda alguna en el grupo fundamentalista para conseguir aislar todavía más a una India que ha visto desaparecer su creciente influencia en territorio afgano, al mismo tiempo que observa como su principal rival encuentra un punto de apoyo para forjar firmes alianzas bajo los valores de un islam radical. A la espera de poder desbloquear proyectos de infraestructuras largamente postergados y que sin duda alguna resultan vitales para reactivar una economía regional en vía muerta, los paquistaníes no deberían olvidar pese a todo que cualquier desestabilización en el escenario afgano repercutiría de manera sumamente inmediata en su territorio. No solo cercenando las nacientes esperanzas de esas nuevas inversiones regionales, sino también en forma de una nueva crisis de refugiados que afectaría al país de forma directa en su economía y su equilibrio político.
¿Afganistán hoy, Taiwán mañana?
De esta forma abrían sus cabeceras algunos de los medios más importantes del gigante asiático. Está claro que la derrota estadounidense en Afganistán deja ver las debilidades de un imperio que poco a poco ha tenido que presenciar como China ocupaba su espacio económico, científico e incluso militar, sin que pareciese poder hacer nada para evitarlo.
Afganistán es ya desde hace tiempo un foco importante de las inversiones chinas. El intercambio de recursos materiales por infraestructuras que tan buen resultado está dando a China en su posicionamiento sobre el tablero mundial, abre ahora para Pekín nuevas perspectivas de futuro en suelo afgano. La posibilidad de conectar nuevos ejes de transporte a través de Eurasia, así como las nuevas vías de acceso a importantes recursos materiales que le permitan sostener y fortalecer su ventaja en esta nueva carrera tecnológica, fruto de la actual revolución industrial que la humanidad está llevando a cabo con el vital objetivo de evitar el calentamiento global, suponen para el gobierno chino ejes estratégicos de su política inmediata. China ofrece a cambio a los talibán el pragmatismo frente al cinismo y la doble moral occidental. Sin la intención de mantener una presencia militar estable en el país y con la firme promesa de participar activamente de la reconstrucción y el desarrollo de Afganistán, tal y como ha declarado Hua Chunying, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, el gobierno chino se sitúa a día de hoy como un socio fiable y discreto, frente a la política romana de Washington. La estabilidad y la garantía de que el suelo afgano no vuelva a convertirse en un santuario para los grupos extremistas de la etnia uigur, supondrán también sin lugar a dudas un punto central en las relaciones entre los talibán y el gobierno de Pekín.
Para concluir
Sin duda alguna, todos los países que hemos enumerado con anterioridad, han visto como su situación geopolítica en la región mejoraba de algún modo con la salida de Estados Unidos de Afganistán. Dicho esto, a día de hoy todavía resulta excesivamente aventurado poder señalar esta derrota de Estados Unidos en Asia Central, como un hecho que pueda marcar su inminente caída como primera potencial mundial.
Debemos no obstante asegurar que la desordenada y apresurada retirada de las tropas estadounidenses y la sensación de improvisación absoluta en la evacuación de las embajadas de la OTAN en Kabul, han dado muestra de un escenario en el que el avance talibán ha logrado sorprender a las potencias imperialistas, que únicamente han podido llegar a acuerdos con los integristas para evacuar a sus colaboradores más cercanos de cara a paliar el caos producido por la derrota. Pese a que realmente parecía complicado, Washington ha conseguido en esta ocasión que las imágenes de la columna de blindados BTR-80 atravesando tres décadas antes la frontera entre Afganistán y Uzbekistán, parezcan hoy una derrota mucho más digna en comparación desbandada estadounidense.
2 billones de dólares después, incluidos 800.000 millones en costos directos de guerra y cerca de 85.000 millones para entrenar a unas fuerzas afganas, que ante el avance talibán han preferido rendirse sin plantar batalla o incluso llegando a entregar sus posiciones y equipamiento a los talibán, tal y como también había sucedido en muchas plazas durante el primer avance talibán a Kandahar en octubre de 1994. En aquel entonces, los sobornos y la pericia de los integristas a la hora de negociar en el mar de intereses del país, habían facilitado el éxito de sus campañas iniciales, hasta encontrarse una feroz resistencia en Herat y Kabul.
Sin embargo, esta ocasión, un país sumido largamente en la corrupción ante los intereses imperialistas y la imagen de Washington negociando el futuro del país tête à tête con los integristas, ha provocado que gran parte de las tropas interpretasen que no podían vencer una guerra sobre la que los intereses estadounidenses ya habían dictado sentencia. Al contrario de lo que Joe Biden ha dado a entender en declaraciones recientes, la responsabilidad inicial de la debacle afgana, no debe tener otro culpable que la política norteamericana.
Estados Unidos y la OTAN abandonan un país en el que apenas han sufrido derrotas, pero el precio de la resistencia en suelo afgano hace tiempo que resulta demasiado caro para las sociedades occidentales implicadas en esta guerra. En ningún momento se ha buscado apoyar la reconstrucción de la sociedad afgana, nunca se ha pretendido conocer la idiosincrasia del país de cara a poder ejercer políticas adecuadas al mismo, ni tampoco se han realizado intentos serios para establecer un proceso de construcción nacional real. La desconexión entre Kabul y el resto del país ha sido una constante durante estos años de ocupación, que ha provocado que la mayor parte del territorio afgano no haya podido encontrar un sentido por el que luchar frente al avance talibán.
Durante los últimos veinte años de ocupación de la OTAN en Afganistán, la situación económica, sanitaria o los derechos sociales de los afganos, apenas han variado lejos de la capital. Las mujeres afganas seguían sin conseguir acceder a una educación digna, seguían siendo encarceladas por mostrar un comportamiento indecoroso y su esperanza de vida apenas superaba los 40 años. La huida estadounidense ante la imposibilidad de mantener el esfuerzo bélico en medio de una crisis económica constante agravada por los efectos de la pandemia, ponen fin a un proyecto imperialista sobre Afganistán, un proyecto ajeno a su sociedad, diseñado únicamente para el expolio y la conquista de sus recursos naturales.
Atrás quedan cerca de 16000 contratistas estadounidenses sobre el terreno, cerca de 1000 soldados de los que Washington parece no queer informar y cerca de un millón de piezas de material militar estadounidense en manos de los talibán, entre los que se encuentran equipos de inteligencia, vigilancia y reconocimiento, helicópteros Black Hawk, rifles M16 e incluso un avión de ataque A-29 Super Tucano. Todo ello en manos de un grupo insurgente que cuenta entre sus filas con más de 200.000 miembros comandados por Haibatulá Ajundzad, jefe de Justicia del gobierno talibán entre 1996 y 2001.
Estados Unidos y la OTAN abandonan un país en el que apenas sufrieron derrotas, pero el precio de la resistencia en suelo afgano hace tiempo que resulte demasiado caro para las sociedades occidentales implicadas en esta guerra
Un avispero capaz de provocar una alta inestabilidad en toda Asia Central y favorecer de este modo los intereses estadounidenses al quizás arrastrar con el tiempo a China, Rusia o Irán a un conflicto regional con difícil solución. Solo el tiempo nos dirá si esta aparente derrota estadounidense y el nuevo poder militar talibán suponen un desequilibrio definitivo para el poder imperial de los Estados Unidos o si por el contrario funcionan como una nueva ratonera en suelo afgano para sus potencias rivales.
Por el momento, solo podemos señalar que su posición estratégica en Asia Central queda realmente tocada, dotando de una valiosa oportunidad a sus rivales para ocupar el espacio que ha dejado vacante Washington. Todo ello mientras los afganos se preparan para encarar un escenario inmediato quizás más similar a la Somalia de 1993 que a la derrota estadounidense en Vietnam.
Algunos decretos talibán relativos a la mujer y otros aspectos culturales tras la toma de Kabul (1996)
- Mujeres, no debéis salir de vuestra residencia. Si salís de la casa, no debéis ser como las mujeres que llevan vestidos elegantes y muchos cosméticos y que se presentaban delante de todos los hombres antes de a llegada del Islam
- Las mujeres no deben crear oportunidades de atraer la atención de gente inútil que no las mirará con buenos ojos
- En caso de que las mujeres tengan que salir de la residencia, deberán cubrirse de acuerdo con la regulación de la sharia islámica
- Si las mujeres salen con ropas elegantes, ornamentales, ceñidas y encantadoras, serán maldecidas por la sharia islámica y no podrán esperar ir al cielo jamás
- Solicitamos a todos los jefes de familia que mantengan un control rígido de sus familias y eviten estos problemas sociales. De lo contrario estas mujeres serán amenazadas, investigadas y castigadas severamente por las fuerzas de la Policía Religiosa (Munkrat)
- Prevenir la música. Se prohiben los casetes y la música. Si se encuentra cualquier casete de música en una tienda, se encarcelará al tendero.
- Evitar el afeitado de la barba. Al cabo de mes y medio, todo hombre del que se observe que se ha afeitado o cortado la barba, será encarcelado
- Evitar el vuelo de cometas
- Evitar que se lleve el pelo al estilo británico o norteamericano. Las personas que lleven el pelo largo seran detenidas para que se les corte el pelo
- Evitar la música y baile en bodas
- Evitar que un sastre cosa ropa de señora y tome medidas del cuerpo femenino. Si se ven mujeres o revistas de moda en la sastrería, el sastre será encarcelado
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