Por Daniel Seixo
«I don’t know just where I’m going
But I’m gonna try, for the kingdom, if I can
‘Cause it makes me feel like I’m a man
When I put a spike into my vein
And I’ll tell ya things aren’t quite the same
When I’m rushing on my run
And I feel just like Jesus son
And I guess that I just don’t know
And I guess that I just don’t know«
The Velvet Underground – Heroin
«Mirad, mirad bien el camino de la droga antes de viajar por él y liaros con las malas compañías.«
El almuerzo desnudo, William Burroughs
«Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos. Elige la salud, colesterol bajo y seguros dentales. Elige pagar hipotecas a interés fijo. Elige un piso piloto. Elige a tus amigos. Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos un traje de marca en una amplia gama de putos tejidos. Elige bricolaje y preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana«… ¿pero y si ya no puedes elegir algo así o simplemente no quieres elegirlo? cada día más jóvenes en el estado español optan por no seguir el estilo de vida que les pueda proporcionar una sociedad capitalista, deciden elegir otras vías, otros modelos de convivencia alejados del irracional consumismo y la competencia desmedida, optan por alejarse voluntariamente de una existencianetamente centrada exclusivamente en el componente material. Por desgracia, entre las escasas opciones para intentar huir de esa realidad marcadamente materialista, un amplio abanico de drogas –en un mercado ilegal– proporciona cada vez con mayor virulencia una engañosa salida para muchos jóvenes. En muchos casos ajenos ya a la plaga que supusieron lo opioides para toda una generación en la década de los ochenta en el estado español, el coqueteo con la heroína no supone hoy sino una evolución lógica del desapego con el neoliberalismo más salvaje, un paso más en el consumo de drogas de cara a lograr romper con una realidad que no responde a las verdaderas necesidades sociales.
En la actualidad y según datos de los propios organismos comunitarios, más de 92 millones de personas en la Unión Europea, han probado drogas ilegales lo largo de de su vida. No busquemos romanticismo o razón en aquellos que hoy se abandonan a una carrera maldita en pro de encontrar algo más, algo que se escape de la total mercantilización de nuestro día a día e incluso de nuestros pensamientos y necesidades más básicos. Es el miedo y la sensación de confusión lo que arroja la heroína por sus tabiques, por sus pulmones, por sus venas… El no hay futuro que acompañó en los ochenta la lenta agonía de la juventud española, regresa a la actualidad tras una tortuosa encadenación de precariedad laboral, represión a las libertades y derrotas políticas y vitales continuadas. Hoy son muchos, los que pertenecientes a la generación más preparada de la historia, ya no encuentran sentido a enfrascarse en una cruel competición de cara a adquirir más y mejor. Una carrera sin fin en la que vale todo, únicamente para lograr medrar pisoteándonos los unos a los otros en la búsqueda de las migajas que los de arriba nos arrojan como pan a las desesperadas e inofensivas palomas.
El yonqui ya no es algo lejano para personas que trabajan en una oficina, que han ido a la universidad o que tienen cierto nivel de consumo, el yonqui hoy puede esconderse entre nuestras amistades, entre nuestros compañeros de trabajo o entre esos desconocidos con los que varias noches a la semana compartimos locales de ocio
Pese al aumento del consumo abusivo de otros opioides sintéticos, como la metadona, la buprenorfina y el fentanilo, la heroína sigue suponiendo hoy, con mucha diferencia, el opioide más consumido en Europa. El el estado español y pese al descenso constatado entre 2006 y 2016, el repunte del consumo de heroína parece obvio entre viejos consumidores y por primera vez, entre las personas más jóvenes. Hoy ya apenas queda nada de aquella generación criada con Perros Callejeros, Los Chichos o El Pico, apenas queda ya nada de las consecuencias asociadas al consumo de heroína entre nuestros referentes culturales. Trainspotting, en su versión cinematográfica, rompió con el trasfondo social de la novela de Irvine Welsh y se erigió de la mano de Danny Boyle en un relato icónico para una generación desconocedora de la realidad social asociada a la presencia del jaco en los barrios. El consumidor de heroína no es Ewan McGregor maquillado como un domingo de resaca ligando ingeniosamente a la salida de un pub, ni Sick Boy dando lecciones sobre James Bond vestido con un elegante traje, el consumidor de heroína es ese amigo que poco a poco se va alejando del grupo hasta que solo lo logras ver cuando necesita dinero o cuando finalmente es consciente de que no puede salir del pozo en el que se ha metido. El consumidor de heroína es el hijo cada día menos arrepentido, menos consciente, que roba a sus padres, el apestado del barrio, ese hermano, ese colega o ese conocido que murió muy pronto y que todos decían que vivió demasiado rápido… Os puedo asegurar que ningún consumidor de heroína terminará nunca, con el paso de los años, encarnando brillantemente a Obi Wan Kenobi.
El cambio en las pautas de consumo de población drogodependiente nos arroja dos versiones muy diferenciadas del regreso de la heroína a nuestras calles: por un lado la realidad de barrios como San Diego en Madrid o el Raval en Barcelona, agujeros negros en los que las grandes ciudades arrojan a los despojos de esta sociedad de consumo, nidos de heroinómanos buscando entre el hurto y la mendicidad unas monedas que les ayuden a superar un día más, un intercambio monetario que les ayude a superar el mono. Ocultas entre narcopisos y inmuebles en los que se consume heroína, son muchas las viejas caras que regresan al caballo, personas siempre a remolque del sistema, parias, pero también con mayor asiduidad, son muchas las nuevas caras que se dejan caer por los extremos del sistema para conseguir una papelina. Ya no se trata en este caso del típico yonqui cadavérico, con pinta de vivir sus últimos golpes, sino que en esta ocasión son consumidores recreativos los que se dejan ver por el barrio en busca de una dosis.
El regreso de la heroína debiera suponer una problemática a atajar antes de que toda una generación caiga de nuevo en la trampa de una droga que ya ha sesgado en el pasado demasiadas vidas en nuestro país
La imagen del yonqui compartiendo jeringuilla todavía queda muy lejos para la mayoría de los barrios, aunque no para todos, como todo en la vida, esta realidad, también se divide en clases sociales. Hoy la heroína abandona momentáneamente la «exclusividad» de los barrios más desfavorecidos para adentrarse silenciosamente en aquello que hemos dado en llamar clases medias. El yonqui ya no es algo lejano para personas que trabajan en una oficina, que han ido a la universidad o que tienen cierto nivel de consumo, el yonqui hoy puede esconderse entre nuestras amistades, entre nuestros compañeros de trabajo o entre esos desconocidos con los que varias noches a la semana compartimos locales de ocio.
Este es el problema, vivimos inmersos en una sociedad líquida, despersonalizada, en la que nuestros estudios o nuestras esperanzas no valen nada cuando uno ha nacido en un barrio obrero. Una sociedad desencantada, perdida en un mundo ni de izquierdas, ni de derechas, pero siempre dividido entre los ganadores, cada vez menos, y los perdedores. Nos falta futuro, nos falta valor y nos sobran excusas para dejar de escapar y finalmente luchar como tantos otros lo hicieron antes. Al compás del espectacular aumento de la producción de opio en Afganistán tras la invasión Estadounidense en 2001, los alijos en el estado español han ido aumentando en importancia, pasando de los típicos 5 – 10 kilos, a operaciones que pueden llegar muy fácilmente a duplicar esas cifras. Sin llegar a alcanzar las dimensiones de «epidemia» que afectan a algunas ciudades de EEUU, sí parece obvio que ante el aumento constatado por fuentes policiales del tráfico de heroína en el estado español y a la alarma lanzada por ciertos barrios de nuestras ciudades, el regreso de la heroína debiera suponer una problemática a atajar antes de que toda una generación caiga de nuevo en la trampa de una droga que ya ha sesgado en el pasado demasiadas vidas en nuestro país.
Hastiados del mundo, curiosos, inconformistas, fruto de un revés sentimental, abocados tras quedarse en el paro, rebeldes, demasiado tímidos para adaptarse o simplemente nihilistas empedernidos, cada día son más los que hipotecan su futuro y su energía encadenándose a un estilo de vida que requiere y exige dedicación absoluta.
El no hay futuro que acompañó en los ochenta la lenta agonía de la juventud española, regresa a la actualidad tras una tortuosa encadenación de precariedad laboral, represión a las libertades y derrotas políticas y vitales continuadas
Cuando Deltoya –nombre ficticio– me confeso que había comenzado a consumir heroína, no puedo decir que la noticia me sorprendiese realmente. Nos conocíamos desde hace tiempo, habíamos hablado antes durante todos estos años y uno y otro conocíamos perfectamente nuestros respectivos puntos de vista sobre las drogas y los límites que habíamos establecido como mecanismo de protección frente a la posibilidad de perder el control, en lo que por otro lado era una experiencia vital más. Deltoya ha consumido a lo largo de estos años muchos tipos de drogas: grandes cantidades de alcohol, salvia, hachís marihuana, cocaína, MDMA, Ketamina, speed, LSD, setas… Pero el salto a la heroína había sido fácilmente identificado por muchos de los amigos que compartíamos noches con él. Habíamos visto a otros antes, pero su caso era distinto, no se trataba de un joven de clase obrera, ni mucho menos, simplemente la heroína había llegado a él en un momento en el que eran pocas las certezas que lo atarán a un proyecto vital viable, a un futuro real.
El día que decidió contármelo, los dos estábamos dentro de la furgoneta en la que ahora vive de forma habitual y que esa noche se encontraba aparcada delante de uno de los últimos bares en cerrar de la ciudad. Abrimos unas cervezas y casi sin intercambiar palabras sobre el asunto, decidió sacar el papel de aluminio de un cajón y comenzar a prepararse una base. Recuerdo hablar sobre todo aquello mientras intercambiaba vistazos al recipiente en el que se encontraba la heroína y a él, mi amigo. En ese momento al menos una de las dos partes sabía perfectamente como iba a terminar todo aquello… En sus labios podía leerse algo sobre una vida sin demasiadas expectativas, una familia que solo le daba importancia a las apariencias y a lo que se supone que debería hacer un chaval de su edad y unos amigos que no lo comprendían, que no se hacían demasiadas preguntas entre las horas y los días de trabajo y las cervezas o los tiros de coca en algún bar de la ciudad… En sus labios podían adivinarse miles de motivos por los que la heroína iba a terminar en sus pulmones aquella noche, pero yo solo podía ver el pozo al que se dirigía, ese en el que yo había visto terminar antes a otros muchos conocidos.
El coqueteo con la heroína no supone hoy sino una evolución lógica del desapego con el neoliberalismo más salvaje, un paso más en el consumo de drogas de cara a lograr romper con una realidad que no responde a las verdaderas necesidades sociales
Hoy, al igual que en la década de los 80, son muchas las razones y motivos que la sociedad achaca al repunte del consumo de heroína, unos hablan de la desesperación fruto de la crisis, otros a la perdida de valores de la juventud, una sociedad demasiado cambiante para atarse a algo concreto, el repunte en la producción de opio tras la guerra de Afganistán, intereses de los estados, una fórmula para desactivar a la juventud combativa, una moda fruto de series como Narcos o Fariña o simplemente un camino lógico iniciado con 15 0 16 años con el consumo de Marihuana y hachís y coronado años más tarde con el salto a la heroína… Sea como sea, el problema con total seguridad estaba ahí antes de que ese sentimiento de tranquilidad y felicidad ficticio que produce la heroína embargase a sus consumidores. El problema se encontraba en las razones que llevan a la desesperación y el desconcierto que logra arrastra de nuevo a muchos al total abandono a la droga. Sin duda, la futura generación perdida del estado español, son mucho más hijos de «Los lunes al sol» que de «Fariña».
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