Heba Abu Nada, bioquímica, poeta, novelista, feminista, y sobretodo mujer palestina, es una de las más de 5.000 víctimas, hasta el momento, que se han contabilizado en la última de las campañas del genocidio orquestado por el estado de Israel, donde, al menos, 2.000 de estas víctimas son niños
Por Angelo Nero
Cuando muere un poeta/ mil pájaros
tocan a la puerta, incendian los sueños,
palabras que desfilan por la ventana.
Cuando muere un poeta/
una estrella pierde su luz
en el universo de la palabra,
la oscuridad desparece.
Cuando muere un poeta/
ríen las gárgolas, crecen los engaños
y el caballo del hambre se desboca.
Cuando muere un poeta/ los rojos
cubren la tarde de pájaros habladores,
y el verde del bosque hace llorar el viento.
Cuando muere un poeta/ las estrellas fugaces
quiebran el silencio y los roncos tambores del día
despiertan a la noche.
Cuando muere un poeta/ muere un soldado
con el arma de la palabra en cada una de sus manos.
Llora el mundo y la oscuridad enciende una llama.
¡No se apagará jamás, en el instante de su ira!
Cuando muere un poeta/ los pájaros agitan
sus alas de viento contra la montaña, la tarde
se vuelve más tarde, los colores rojos
y plomizos, incendian el mañana.
El poema del costarricense Florencio de la Asunción Quesada, escrito ya hace una década, parece que se escribió ayer, para llorar la muerte de la poeta palestina Heba Kamal Abu Nada, que fue asesinada en los primeros bombardeos indiscriminados de Israel sobre la población civil, en esa inmensa cárcel a cielo abierto que es Gaza, el 8 de octubre, cuando los misiles del ejército hebreo tocaban a su puerta, no para incendiar sus sueños, si no para acabar con ellos. Si, los versos del costarricense parecen salidos de un oráculo, porque los caballos del hambre se desbocan y ríen las gárgolas -ese Occidente que asiste mudo a la barbarie, o, directamente la aplaude-, mientras ahora mismo toneladas de bombas siguen cayendo sobre poetas y albañiles, sobre maestros y vendedores de fruta, sobre médicos y carpinteros, y, sobretodo sobre miles de niños que caen como estrellas fugaces, como poemas que apenas han tenido unos versos de vida.
«La noche en la ciudad es oscura, excepto por el brillo de los misiles;
silenciosa, excepto por el sonido del bombardeo;
aterradora, excepto por la promesa tranquilizadora de la oración;
negra, excepto por la luz de los mártires.
Buenas noches».
Entre los escombros de Khan Yunis, germinaron los últimos versos de Heba Abu Nada, a la vez que se apagaba la vida de esta poeta y novelista palestina, que había nacido hacía 32 primaveras en la ciudad sagrada de La Meca, proveniente de una familia que habían sido expulsados de su tierra durante la Nakba, ese éxodo forzado de más de 700.000 palestinos con el que comenzó la campaña de limpieza étnica que el estado sionista ha llevado a cabo hasta nuestros días. La enciclopedia virtual de Wikipedia, en la cual colaboraba, nos dice que “Abu Nada estudió bioquímica en la Universidad Islámica de Gaza, donde ejerció como profesora y completó una maestría en nutrición clínica.” Los roncos tambores de guerra de Netanyahu quieren que no se escuchen más sus versos en Gaza, pero sobretodo, quieres arrancar, como los olivos y naranjos de Palestina, el futuro que jóvenes como Heba Abu Nada representan, pero no saben que sus raíces son fuertes, como las del pueblo que han intentado doblegar sin éxito durante estos últimos 75 años. Ella dejó escrito, para que el mundo no olvide:
«Si morimos, sepan que estamos satisfechos y firmes,
y digan al mundo, en nuestro nombre,
que somos personas justas, del lado de la verdad”
En 2017, Heba Abu Nada ganó el premio Sharjah a la Creatividad Árabe por su novela “El oxígeno no es para los muertos”, y su voz ahora se nos antoja imprescindible para narrar al mundo el infierno en que las tropas de ocupación israelís están convirtiendo la Franja de Gaza, pero también Cisjordania y toda Palestina, donde la población árabe es tratada no ya como ciudadanos de segunda clase, si no como animales, “animales humanos”, como les llama el ministro de defensa de Israel, Yoav Gallant, mientras anunciaba el corte de electricidad, gas y alimentos a los dos millones de personas atrapadas Gaza, en un asedio medieval que tristemente nos recuerda al de Nagorno Karabakh, donde se consumó la limpieza étnica ante la inanición de la comunidad internacional.
Heba Abu Nada, bioquímica, poeta, novelista, feminista, y sobretodo mujer palestina, es una de las más de 5.000 víctimas, hasta el momento, que se han contabilizado en la última de las campañas del genocidio orquestado por el estado de Israel, donde, al menos, 2.000 de estas víctimas son niños.
“Mirar la riqueza cultural, artística, poética, que tiene el pueblo de Palestina. En la última película “Black is Beltza II: Ainhoa”, teníamos a Natàlia Abu-Sharar, que es una mujer de la comunidad palestina de Barcelona, que recitaba una serie de poemas en árabe, dando esa importancia precisamente a esa expresión cultura árabe. Por supuesto Mahmud Darwish, pero también hay otros poetas en los campos de refugiados de Sabra e Shatila, en el Líbano. Escuchemos música palestina, compartámosla, intentemos hacer lo que sea, porque el futuro del mundo se está jugando en Palestina.” Así despedía su entrevista con NR, el cantante e internacionalista vasco Fermín Muguruza, hace solo un par de días.
“Cuando muere un poeta/ muere un soldado
con el arma de la palabra en cada una de sus manos.
Llora el mundo y la oscuridad enciende una llama.”
Así como el poeta costarricense cantaba la muerte de un poeta, también llora el mundo la desaparición de Heba Abu Nada, una estrella pierde su luz bajo las bombas, sabiendo que sus versos siguen seguirán siendo una llama que se enciende en la oscuridad de los que quieren ocultar el genocidio.
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