En aquella época la mirada del mundo estaba en Etiopía, la impactante imagen de los niños desnutridos se volvieron habituales en los telediarios, se normalizó la imagen y hubo que buscar un nuevo foco mediático para emocionar a la audiencia.
Por Angelo Nero
Nuestros lectores más veteranos, especialmente los aficionados al rock, recordaran el Live Aid, que reunió, de forma simultánea en el Wembley Stadium de Londres y en el John F. Kennedy Stadium de Filadelfia, el 13 de julio de 1985, a las bandas más importantes de la época, que atendieron al llamamiento del irlandés Bob Geldof, vocalista de los The Boomtown Rats, y del líder de Ultravox, el escocés Midge Ure.
Este evento contó con la presencia de Black Sabbath, Led Zeppelin, Queen, Sting, U2, Dire Straits, David Bowie, The Who, Madonna, y una lista interminable de artistas de primera línea, que tocaron gratuitamente, para recaudar fondos con los que paliar los efectos de la gran hambruna etíope, que, entre 1983 y 1985, mató a un millón de personas, originada por una sequía persistente y agudizada por la incapacidad del gobierno del Derg, encabezado por Mengistu Haile Mariam, para hacerle frente.
Aquel mítico concierto, que acabó con el himno “We Are the World”, fue transmitido en más de cien países del mundo y fue uno de los conciertos más vistos de la historia, llegando a recaudar cien millones de dólares. Otra cosa fue el destino de la recaudación, ya que el gobierno de Etiopía utilizó gran parte de ese dinero para comprar armas para sofocar la insurrección secesionista de Eritrea, e incluso otra parte fue a parar a manos de la guerrilla tigriña, que combatía también al régimen del Derg.
En aquella época la mirada del mundo estaba en Etiopía, la impactante imagen de los niños desnutridos, rodeados de moscas o con los buitres al acecho, se volvieron habituales en los telediarios, hasta el punto que, como suele suceder, se normalizó la imagen, y hubo que buscar un nuevo foco mediático para emocionar a la audiencia.
En 1991 el líder tigriño Meles Zenawi al mando del marxista Ethiopian People’s Revolutionary Democratic Front (EPRDF), una coalición de fuerzas guerrilleras formada, principalmente por el Tigray People’s Liberation Front (TPLF), Amhara Democratic Party (ADP), Oromo Democratic Party (ODP) y Southern Ethiopian People’s Democratic Movement (SEPDM), representantes de las principales etnias de Etiopía, desalojó del poder a Mengistu Haile Mariam, y mantuvo una cierta estabilidad en este país, el segundo más poblado de África, hasta su muerte, en 2012. Durante los años de gobierno del EPRDF el principal conflicto que tuvo que enfrentar fue el de Eritrea, al que habían facilitado la independencia, en 1992, fue la guerra que se desató, entre 1998 y 2000, entre Etiopía y Eritrea por disputas fronterizas.
Después de un periodo de transición, en el que gobernó el país, Hailemariam Desalegne, hasta 2016, en el que una sucesión de protestas callejeras le obligaron a dimitir, el liderazgo del gobernante EPRDF recayó en el oromo Abiy Ahmed Ali, que, como primer ministro de Etiopía, promovió un proceso de cambios, sobre todo con una liberalización de la economía, la liberación de opositores encarcelados, un proceso de paz con Eritrea, que le llevó a obtener un Premio Nobel, y un plan para revisar el federalismo étnico, el sistema en el que se basaba el difícil equilibrio entre las numerosos grupos étnicos que componen el estado etíope. Para ello disolvió el EPRDF, y creó su propio grupo político el Prosperity Party, a principios de 2020, basado en una nueva doctrina pan-etíope, que, desde el principio, contó con la oposición de los tigriños del TPLF, hasta entonces la fuerza hegemónica en la política del país, desde la caída del Dreg.
Cada vez son más las voces que ponen en entredicho que el gobierno de Abiy Ahmed haya traído a Etiopía la prosperidad que pregona el nombre de su partido, y que la paz con Eritrea es, en realidad, una alianza con su presidente Isaías Afewerki, en el cargo desde 1993, que dirige uno de los regímenes más represivos del mundo.
El periodista Declan Walsh, del diario The New York Times, afirmaba, en una columna firmada este 16 de enero, que esta alianza le había servido para planear la guerra contra Tigray, lo que echaría por tierra la versión del gobierno etíope de que esta fue motivada por un primer ataque de las fuerzas del TPLF contra cuarteles del ejército etíope. “El Nobel alentó a ambos mandatarios para planear en secreto un enfrentamiento bélico contra sus adversarios mutuos en Tigray. (…) En los meses previos a que se desatara la violencia en noviembre de 2020, Ahmed desplegó tropas hacia Tigray y envió aviones militares de carga a Eritrea. A puerta cerrada, sus asesores y generales debatían los beneficios de un conflicto.”
Hay numerosas pruebas de que esta guerra fue planeada con anticipación por los líderes eritreo y etíope, según Declan Walsh: “Ahmed e Isaias se reunieron al menos en 14 ocasiones desde que firmaron el acuerdo de paz hasta que estalló la guerra. (…) También se reunieron en secreto: en al menos otras tres ocasiones en 2019 y 2020. (…) Eritrea acordó entrenar a 60.000 soldados de las Fuerzas Especiales Amhara, una unidad paramilitar que luego sería enviada a Tigray. (…) Ahmed despidió de su comitiva de seguridad a los tigrayanos y creó la Guardia Republicana, una unidad especialmente seleccionada bajo su control directo cuyos elementos fueron enviados a entrenarse a Emiratos Árabes Unidos, un poderoso y nuevo aliado también cercano a Afwerki.”
Abiy Ahmed contaba con una rápida victoria sobre los tigriños, gracias a la invasión combinada de los ejércitos eritreo y etíope, pero el contraataque de estos, aliados con otros grupos opositores como el Oromo Liberation Front (OLF), pusieron contra las cuerdas al primer ministro etíope, avanzando a través de las regiones Afar y Amhara, llegando a estar a solo 200 kilómetros de la capital. Para impedir la toma de Addis Abeba por los rebeldes, parece que fueron decisivos los drones turcos e israelís, que hicieron replegarse a los trigriños, pero sin duda hay otra arma decisiva en esta guerra: el hambre.
Desde que, hace ya más de un año, comenzó la ofensiva sobre Tigray, Abiy Ahmed ordenó cerrar todas las vías de acceso de ayuda humanitaria a la región rebelde. Tal como ha venido advirtiendo el Programa Mundial de Alimentos (WFP) de Naciones Unidas, el norte de Etiopía está al borde del desastre humanitario, “ahora tenemos que elegir entre quién pasa hambre para evitar que otros mueran de hambre”, denunció el director regional para África oriental del WPF, Michael Dunford, señalando que casi diez millones de personas necesitan asistencia humanitaria en la zona. Mientras, el ejército etíope bombardea campos de refugiados, o dinamita puentes imprescindibles para que esta ayuda pueda llegar a la sufrida población de Tigray.
Michelle Bachelet, alta comisionada de la ONU en Derechos Humanos, ha asegurado que hay numerosas pruebas que aseguran los ataques indiscriminados de los ejércitos etíope y eritreo a la población civil, y ACNUR, Agencia de la ONU para los Refugiados, en un reciente informe ha señalado al gobierno de Etiopía como responsable de “ataques a civiles, ejecuciones extrajudiciales, tortura y desapariciones forzosas”, por lo que Naciones Unidas iniciaron una investigación que podrían llevar al régimen de Abiy Ahmed al Tribunal de Derechos Humanos de la Haya.
“When the world must come together as one, There are people dying, Oh, and it’s time to lend a hand to life”, cantaron millones de gargantas, siguiendo la ola que comenzó Bob Geldof en el Wembley Stadium, y el mundo miró hacia Etiopía, horrorizada por aquellos millones de seres humanos a los que el hambre les amenazaba con quitar la vida. Ahora es el momento de recuperar el espíritu del Live Aid, para salvarlos de esa hambruna programada desde los despachos de Addis Abeba.
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