La sentencia de muerte de los 120 mil armenios de Artsakh estaba firmada y con ella no sólo la de esta población originaria del Nagorno Karabagh sino las de los 10 millones de armenios que habitamos en la diáspora. La de los hijos, nietos y bisnietos de los sobrevivientes de 1915.
Por Magda Tagtachian
Las imágenes degradantes de 1915 otra vez, pero en 2023. Tras diez meses de bloqueo ilegal de Artsakh, en que Azerbaiyán hambreó a la población armenia, Aliyev desató el martes 19 de septiembre, en horas de la media mañana, la segunda fase genocida: ataque a gran escala con drones, morteros, misiles incluida Stepanakert, la capital de la República autoproclamada independiente el 2 de septiembre de 1991. Niños, mujeres, adultos, familias enteras y personas solas que estaban en el trabajo y las escuelas corrían por la calle desesperados, en medio de gritos, bajo las sirenas que los alertaban a buscar rápido refugio subterráneo. Así llegaron a los bunkers en diferentes lugares de la ciudad y también en las aldeas vecinas, donde pasaron la primera noche a oscuras porque Azerbaiyán bombardeó la central eléctrica y acentuando la escasez de comida y hambruna que la población viene sufriendo desde diciembre 2022.
En los sótanos del terror, nadie durmió. Nadie dejó de escuchar las sirenas y explosiones. Algunos, ubicados en escuelas, improvisaron “camas” para los niños con sillas escolares, apenas los cubrieron con alguna manta y sus madres o abuelas, durmiendo o haciendo que dormían, a su lado, sentadas en las sillas. Allí pasaron las primeras cuatro noches por lo menos.
Al día siguiente, 20 de septiembre, las autoridades de Artsakh se sentaron a negociar, desgastadas, ya sin la ayuda de Armenia que dijo que “nada tenía que ver con este conflicto” y sin la ayuda de Rusia, a pesar haberse constituido como “los garantes de paz” en el acuerdo firmado el 9 de noviembre acordando un alto el fuego en la guerra de 2020.
Esa primera noche, del 19 al 20 de septiembre, apenas tres años después de la guerra de 2020 y agotados física y psicológicamente por la falta de comida, atención médica y el asedio de los bombardeos, fue una pesadilla. Muchos escribieron temiendo ya no ver el amanecer. Uno de ellos fue “Mary Black”, como se la conoce en redes, que trabaja junto al ombudsman de Artsakh, Gegham Stepanyan. Mary hizo un relato pormenorizado y sensible de esa noche y de cada jornada.
Desoyendo todo clamor internacional (vago o no), ese martes 19, y aún el miércoles 20, con un alto el fuego acordado y la disolución del gobierno de Artsakh -con toda la implicancia política y humanitaria que conlleva- Aliyev siguió bombardeando.
Sus fuerzas no sólo comenzaron su avance para hacerse de Stepanakert sino que rodearon villas aisladas en Artsakh, incomunicadas, donde algunas fuentes reportan los peores crímenes y atrocidades. Las que se cometen en los genocidios. Las imágenes comenzaron a circular en las redes. Soldados azeríes destrozando las casas, pero lo peor, denuncias de decapitaciones de niños delante de sus padres, decapitaciones de mayores, civiles, delante de las familias.
La sentencia de muerte de los 120 mil armenios de Artsakh estaba firmada y con ella no sólo la de esta población originaria del Nagorno Karabagh sino las de los 10 millones de armenios que habitamos en la diáspora. La de los hijos, nietos y bisnietos de los sobrevivientes de 1915.
Después del asedio del fuego con la población hambreada y en los búnker, las autoridades de Artsakh, no sólo acordaron la disolución del estado sino la retirada del ejército de defensa. Lo hicieron acorralados, para evitar una catástrofe aún peor, desgastados después de los llamamientos internacionales a parar el genocidio más anunciado de la historia y del fracaso de todos los intentos.
Pero hubo un factor más, no menos importante. Ante la “ausencia” de Armenia y la “presencia” (inactiva) de las “fuerzas de paz rusas” desde 2020 que se apostaron en la región tras la firma del acuerdo tripartito en 2020 (Rusia, Armenia y Azerbaiyán), los rusos dijeron primero que evacuarían a la población. Ahora sí, comenzaron a moverse rápidamente y armaron carpas en el aeropuerto de Stepanakert, cerrado hace tiempo porque ”el cielo” es considerado territorio azerí. Con despliegue, los rusos comenzaron a trasladar a los ancianos, mujeres y niños principalmente a estas tiendas, donde dentro los esperaban camas cuchetas con rejas. Todos hacinados mientras esperaban la “evacuación” que no es otra cosa que “desplazamiento forzoso de personas”, o sea, según la Convención de 1948, artículo II, Genocidio. Los días y noches se estiraban como chicle y la gente comenzó a agolparse en el aeropuerto, rogando salir. Los vimos llegar por las imágenes de redes y cables sólo cargando bolsos, con lo puesto, alzando a las abuelas. Las mismas imágenes desgarradoras de 1915, de las caravanas de la muerte en Der Zor, pero ahora en color y trasmitidas globalmente sin que nadie moviera un dedo.
Entonces, pasaron los días y nadie salía de ese lugar, más bien, cada día se agolpaban más y comenzaron las denuncias de que los rusos les negaban la comida, agua y hasta baño. La humillación quedó como en 1915. También quedó expuesto el poder que nada hizo para evitar este genocidio en modo macabro reality. A la vista también quedó la impunidad con que se mueven Azerbaiyán, Turquía, sus aliados y el silencio de los cómplices que nunca son inocentes.
Con este panorama, la página más negra de nuestra amada Artsakh desgarra las tripas. En algunas ciudades como Martakert, los armenios amenazaron con resistir y en otras se rumorea que hasta están cavando túneles. En aldeas se confirmó los fusilamientos masivos de varones de 14 años en adelante, como ocurre en todos los genocidios, y las violaciones a niños y mujeres. El Centro para la Verdad y la Justicia, Center for Truth and Justice, ONG con sede en California, salió a pedir que si alguien conoce gente en Artsakh que haya presenciado masacres, asesinatos, decapitaciones, azeríes matando o atacando a civiles, que por favor lo denuncien y escriban a evidence@cftjustice.org.
Sumar evidencias ayuda, aunque este se trate del genocidio más anunciado e ignorado de la historia. A los armenios y amigos de la causa armenia, a las personas de bien y buena voluntad, a los honestos y luchadores, estas imágenes no sólo nos generan enorme rabia y dolor. Como armenia y nieta de sobrevivientes de 1915 me pregunto: ¿qué pueblo sufrió dos veces el mismo genocidio a manos de los mismos perpetradores? Genocidio impune, genocidio que se repite.
Magda Tagtachian
Escritora y periodista
Autora de Nomeolvides Armenuhi, Alma Armenia, Rojava y Artsaj
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