Fondo Monetario Europeo

Por Jaime Nieto

La Unión Europea, en el contexto de la crisis de legitimidad que vive, al menos desde la irrupción de la crisis económica, cada vez va dando más pasos para la creación de un Fondo Monetario Europeo (FME). El objetivo no es otro que el de crear una institución “independiente” (¿acaso alguna lo es?) que preste dinero a las naciones europeas que sufran desequilibrios exteriores persistentes condicionados a la implementación de una agenda política determinada. Hasta ahora, este papel lo ha jugado el MEC (mecanismo europeo de rescates) a través de la conocida como troika, el triunvirato formado por Comisión Europea (CE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). La medida, argumentan, consolidaría la unión monetaria, dotando de estabilidad a la zona euro. Sin embargo, el efecto probablemente será el contrario.

Lo que plantea la UE es profundizar en una unión monetaria sin reequilibrios fiscales que además acentúe las políticas neoliberales, lo que podría desembocar en mayores desequilibrios. La Unión Europea y, en particular, la zona euro, por la estructura productiva de sus Estados miembro y por la construcción de sus instituciones (unión aduanera y unión monetaria) adolecen persistentemente de desequilibrios regionales. De esta manera, encontramos un centro y norte europeos (con Alemania a la cabeza) ahorrador y exportador y un sur consumidor y propenso al endeudamiento. Esta situación no es muy diferente a la de EE.UU, donde los Estados más endeudados reciben transferencias corrientes (pensiones, seguro de desempleo, Medic Aid) e inversiones por parte del Gobierno Central, financiadas con los excedentes de los Estados superavitarios.  Una situación análoga puede verse entre las regiones internas de países como Alemania (de Oeste a Este) o la propia España (de Norte a Sur).

Hace tan solo 150 años, lo que hoy conocemos como Italia eran un conjunto de Estados independientes con grandes diferencias entre los del Norte y los del Sur, destacando sobre todos el Reino de Cerdeña, con capital en Turín. Tras su completa unificación en 1871, los Estados del Norte impusieron una unión monetaria bajo el signo de la lira que no contemplara mecanismos de redistribución regional. Con una economía nada integrada tras siglos de independencia entre los Estados y sin una política de transferencias, las diferencias entre los territorios se enquistaron. A pesar de las evidentes mejoras a este respecto, en especial tras la Segunda Guerra Mundial, los ecos de aquella pésima decisión todavía perduran. Todavía hoy, 150 años después, Italia es un país desestructurado, económica y políticamente. El sur sigue sufriendo de tasas de desempleo superiores al 17%  mientras en el norte del país se encuentran en niveles entre el 6.6% y el 10.8%. El mapa inferior es revelador de los problemas de la UE, y en él se puede apreciar como el sur de Italia tiene más que ver con España (en particular el sur), Portugal y Grecia mientras el norte se parece más a Francia. De esta manera, nos topamos con fuertes movimientos secesionistas en el norte italiano que claman contra sus vecinos del sur por, dicen, apropiarse de los frutos de su éxito económico.

La UE pretende profundizar en una unión monetaria sin reequilibrios fiscales que además acentúe las políticas neoliberales, lo que podría desembocar en mayores desequilibrios

La creación de un Fondo Monetario Europeo (FME) nos acerca a la Italia del siglo XIX y nos aleja de modelos de equilibrio territorial como los propios de Estados federales.  No deja de ser irónico que la UE anuncie a bombo y platillo esta medida como un remedio contra los nacionalismos y por la cohesión europea cuando las consecuencias serán probablemente exactamente las contrarias.  Por lo tanto, los mecanismos por los que el nuevo FME profundizaría en la crisis europea serían los siguientes:

  • Como entidad financiera, su objetivo sería el de financiar la deuda de países en apuros, no realizar inversiones en los países más débiles de la Unión. Esta tarea, actualmente asignada al Banco Europeo de Inversiones, se realiza de manera claramente insuficiente.
  • No se contempla acompañar al FME de mecanismos automáticos de estabilización fiscal. El presupuesto anual de la UE equivale al 1% del PIB total y está dedicado mayoritariamente a la Política Agraria Común. En épocas de crisis, los seguros de desempleo o el acceso a servicios públicos son responsables de estabilizar el ciclo, especialmente en aquellos territorios más castigados ya que es donde se demandará más. En la actual UE esto es imposible y no hay previsión de modificarlo.
  • La financiación a los países en apuros será condicional, imitando los peores vicios de su análogo FMI. Durante los años 80 y 90, el FMI acompañó la financiación para solventar la crisis de deuda latinoamericana con una agenda política que dio en llamarse “Consenso de Washington”. Al debilitar los ingresos fiscales, se incentivó una espiral de deuda que condujo a varios países a la quiebra. Este mismo recetario ha sido el aplicado a través de la troika a los países del sur de Europa y nada hace pensar que también estará en el menú del FME.

Así, la UE sigue con paso firme su camino hacia el el empeoramiento de las condiciones de vida de sus clases populares con un caldo de cultivo proclive a la proliferación de la ultraderecha y, finalmente, a su desintegración como realidad política y económica. La UE necesita urgentemente un Plan B.

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