Explotación de los niños españoles en Francia en los inicios del siglo XX

La vida en las fábricas de vidrio suponía un infierno mayor que estos viajes, con durísimas condiciones laborales, falta de higiene y salubridad en los centros de trabajo, hacinamiento y promiscuidad en los alojamientos, alimentación insuficiente, así como por el padecimiento, de nuevo, de malos tratos.

Por Eduardo Montagut | 28/12/2023

Ya es conocida por la historiografía la existencia de redes que enviaban niños españoles a trabajar en las fábricas de vidrio francesas a comienzos del siglo XX, un hecho que provocó en su día denuncias en la prensa, tanto en España como en Francia. Como ejemplos, habría que destacar las denuncias en Salud y Fuerza por Manuel Devaldès por el tráfico de niños hacia las fábricas de Saint Denis, o de cómo L’Humanité se hizo eco también de esta situación.

El Grupo Socialista de París denunció al finalizar el año 1912 la situación de explotación que padecían muchos niños trabajadores españoles en Francia en el sector del vidrio. El Grupo encargó un informe a Guillermo Torrijos, un destacado socialista vasco que en la época que redactó el trabajo se encontraba en Francia. El informe fue remitido por el Grupo parisino a Madrid para ser publicado en El Socialista, a comienzos de 1913. Se trata de un material de enorme importancia porque expone las características de cómo funcionaban las redes de envío y nos aporta información sobre la explotación en sí.

Torrijos exponía que no era la primera vez que el Grupo Socialista en París se había interesado por la suerte de los niños españoles explotados en Francia, denunciando públicamente este hecho. Se trataba de niños menores de catorce años.

El autor explicaba el procedimiento que seguían los traficantes de niños. En el mes de septiembre esos sujetos recorrían las provincias de Santander, Burgos, Palencia, León, Navarra, Vizcaya, y algunas otras en busca de niños trabajadores entre las familias de los trabajadores del campo, la mina, la construcción, los talleres y las fábricas, explotando la miseria de amplias capas sociales ofreciendo una salida para muchos hijos que suponían pesadas cargas. Estos traficantes ofrecían un trabajo para los hijos, con su correspondiente aprendizaje, costear la manutención del chico, y pagar entre 120 y 250 pesetas, dependiendo de la edad del muchacho. Además, al marchar a Francia podrían aprender otra lengua, un reclamo muy atractivo porque podía suponer un plus para el futuro, además de prometer una mejor alimentación. Los traficantes se esmeraban en plantear un panorama muy alentador a las familias.

Los chicos reclutados eran concentrados en Bilbao y, en grupos de 18 o 20 seguían la línea del ferrocarril de la costa hacia la frontera. Los más pequeños, de entre ocho y doce años, llegaban a San Sebastián, pasaban por Irún y entraban en Francia. A los más mayores no se les dejaban llegar a San Sebastián. Se les obligaba a bajar del tren en Lasarte o en alguna estación cercana a esta localidad, para de noche y en la madrugada caminar a través del monte hasta Fuenterrabía donde eran embarcados “de contrabando” y pasaban a Francia. Torrijos consiguió entrevistar a algunos de estos chicos, que le relataron las duras condiciones que padecieron en la marcha por el campo, empleándose el castigo físico sobre los que se cansaban y, por lo tanto, se rezagaban, o a los que se paraban a recoger algún fruto o remolacha para matar el hambre.

Pero la vida en las fábricas de vidrio suponía un infierno mayor que estos viajes, con durísimas condiciones laborales, falta de higiene y salubridad en los centros de trabajo, hacinamiento y promiscuidad en los alojamientos, alimentación insuficiente, así como por el padecimiento, de nuevo, de malos tratos. Muchos enfermaban y hasta morían.

Los traficantes de niños abrían una cuenta de cargo y data, o de cargo solamente cuando contrataban a un chico. Para no pagar las cantidades que habían ofrecido a las familias se planteaban varias triquiñuelas. La principal consistía, al parecer, en hacer repatriar a los niños enfermos poco tiempo antes de la expiración del contrato, cargando en la cuenta los gastos médicos y de medicamentos, etc. Tenemos que tener en cuenta que estos traficantes eran los que cobraban los salarios abonados por los patronos de las fábricas. También controlaban las propinas que los industriales les daban. Los niños, en fin, no podían denunciar nada a sus padres porque se controlaba hasta su correspondencia.

El informe-denuncia terminaba ofreciendo el nombre de algunos de estos traficantes, prometiendo aportar más nombres en el futuro.

Podemos consultar los números 1395 y 1399 de El Socialista. Sobre Torrijos podemos acercarnos al Diccionario Biográfico del Socialismo Español.

También recomendamos la siguiente monografía: José María Borrás Llop, “Introducción. Una historia recuperada. Las aportaciones de la infancia y el crecimiento económico y la subsistencia familiar”, en el libro colectivo, dirigido por dicho autor, El trabajo infantil en España (1700-1950), Barcelona, 2013, págs. 9-26. También hemos trabajado con el capítulo décimo sobre el neomaltusianismo y anarquismo en España (1900-1914), en la parte dedicada a la emigración obrera, de la segunda parte del libro de Eduard Masjuan Bracons, La ecología humana en el anarquismo ibérico, Barcelona, 2000, págs. 293 y ss.

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