Mire la calle.
¿Cómo puede usted ver
indiferente a ese gran río
de huesos, a ese gran río
de sueños, a ese gran río
de sangre, a ese gran río?
Nicolás Guillén
Por María Torres
Dejo a mi espalda Port Bou, la última población de la costa española y tras una tortuosa carretera me encuentro con el Collado de Belitres, el punto fronterizo más oriental entre España y Francia, entre los municipios de Port Bou y Cerbère.
Hoy no sopla la tramontana, sino un suave viento ampurdanés y el cielo está abarrotado de nubes. Observo la abrupta y escabrosa costa y el mar Mediterráneo de un azul intenso que parece no terminar nunca.
Todo es silencio. Cierro los ojos e intento recordar lo que ocurrió en ese espacio hace casi ocho décadas: frío, hambre, miedo y muerte. Sacuden mi memoria unos versos de José María Quiroga Plá: «Todos los crímenes tienen/perdón, y hallan indulgencia,/menos el crimen de echar/a los hombres de su tierra.»
Un manto de nieve cubre caminos y montañas. Vehículos empotrados unos en otros sin poder avanzar son abandonados. Una riada humana horrorizada, arropada con mantas, camina lentamente hacia la frontera. Está compuesta por mujeres desoladas, niños desconcertados y hambrientos, ancianos extenuados y soldados abatidos, heridos, mutilados, que huyen de España. Lo han perdido todo y aunque aún no lo saben, vivirán la amargura de un exilio permanente y definitivo.
Hay tropas francesas distribuidas a lo largo de la frontera. Una aduana con la bandera gala y la tricolor española, vigilada por soldados senegaleses, despojan a los españoles de las pocas pertenencias que han logrado salvar de sus hogares destruidos y abandonados. Los soldados del ejército vencido, pero con más dignidad que el vencedor, son obligados a dejar sus armas. Aviones de la Legión Cóndor vuelan a baja altura. Aterrorizan, ametrallan y bombardean a los que intentan penosamente alcanzar la frontera. Cuentan que Port Bou fue bombardeado hasta 52 veces por aire y dos por mar.
Francia había pedido formar una «zona neutral» en territorio español donde pudiesen establecerse los refugiados republicanos bajo supervisión internacional, evitando abrir así los pasos fronterizos a varios miles de civiles españoles, pero Franco rechazó la propuesta. El falangista José Esteban Vilaró explicaría después en su libro El ocaso de los dioses rojos el deseo del dictador: «Los rojos sobrevivirán sólo en la infamia, antes de que desaparezcan del imaginario colectivo y de los anales de la historia para siempre. Ellos se marchitarán sin gloria por los más remotos lugares del mundo. Es, al fin y al cabo, la historia de todos los emigrados […] La historia de todos los emigrados es la historia de un lento desaparecer sin gloria.»
Bajo la cabeza para esconder las lágrimas y pienso: ¡Malditos! Malditas las democracias europeas responsables de esa catástrofe; maldito Franco que no se conformó con la victoria y decidió la aniquilación de los perdedores; Maldita Francia, que no socorrió a estas personas, denominando La Retirada como «invasión de bandidos y asociales españoles, asesinos de religiosos y gentes de orden», internándoles como ganado en condiciones deplorables.
El 28 de enero de 1939 se abrió la frontera para la población civil. El 9 de febrero de 1939 un total de 140.000 personas habían atravesado a pie el paso fronterizo de Port Bou. Un mes después, un informe oficial realizado por el Gobierno francés (El Informe Valière), indicó que el número de refugiados españoles en Francia ascendía a 440.000 personas. 170.000 eran mujeres, niños y ancianos, 220.000 soldados, 40.000 inválidos y 10.000 heridos.
Manuel Moros inmortalizó el drama y el éxodo más importante de la historia de los españoles. Sus imágenes, tomadas entre el 5 y el 10 de febrero de 1939, se pueden contemplar en el desolador Memorial de Coll de Belitres, que no sólo fue espacio de La Retirada. Poco tiempo después se transformaría en lugar de paso de Francia a España de los que huían del nazismo.
Entre 1939 y 1940 el franquismo colocó un monolito como homenaje a los caídos de la IV División de Navarra que ocupó Portbou y el Collado de Belitres el 10 de febrero de 1939, utilizado asímismo como recuerdo del control militar que alcanzó en los Pirineos. También se conservan varios búnkeres y sistemas defensivos de los sublevados sin señalizar.
Con el objetivo de rendir homenaje y recordar a los miles de republicanos españoles que emprendieron el camino del exilio en febrero de 1939, se erigió en el año 2009 el Memorial del Exilio del Collado de Belitres por parte del Memorial Democràtic de la Generalitat de Cataluña junto con el Ayuntamiento de Portbou y la colaboración del Museo Memorial de l’Exili.
El Collado de Belitres es hoy un espacio de Memoria del exilio que nos recuerda a pesar del tiempo transcurrido, «que sólo la memoria puede permitirnos renacer de la nada. No importa donde, no importa cuando, pero si conservamos el recuerdo de nuestra pasada grandeza y de los motivos por los que hemos perdido, resurgiremos.»
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