Por Pablo Molejón
1- LA IDEA DE REPÚBLICA EN ESPAÑA.
España ha tenido a lo largo de su historia únicamente 2 experiencias republicanas: la Primera República (1873-1874) y la Segunda República (1931-1939[1]). La primera, de corta duración y desastrosos resultados (debidos, en parte, a la división del movimiento republicano y a la estructura federal), dominada por el liberalismo progresista que ya se había hecho con el poder en el resto de Europa, pero que aquí todavía continuaba librando su batalla contra las viejas fuerzas retrógradas. La segunda, de una duración algo más larga, con una amplitud de fuerzas políticas que no ha tenido igual en la historia de los períodos democráticos en España, gobernada durante un tiempo por la derecha (1933-1936), aunque los logros y episodios más notables fueron bajo los mandatos de la izquierda (1931-1933, Acción Republicana+PSOE; 1936-1939, Frente Popular), una izquierda que, si bien mantuvo una actitud reformista dentro del marco capitalista, logró avances sin precedentes en la historia del país (una de las mejores reformas educativas -si no la mejor- hasta la fecha, una reforma agraria de notable repercusión…).
Si bien fueron experiencias totalmente diferentes en cuanto a duración, políticas aplicadas, modelo territorial y otros aspectos, ambas tuvieron algo en común: sus promotores fueron, en su mayoría, los sectores de izquierdas. En el caso de la primera, era el liberalismo más progresista, la izquierda española de la época, la que pedía instaurar la república en el país y llevar a cabo una democratización profunda del estado. En el caso de la segunda, a pesar de que había ciertos sectores de la derecha monárquica resignada o de la derecha liberal que apoyaron al movimiento republicano durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), el gobierno de Dámaso Berenguer (1930-1931) y el establecimiento de la República, lo cierto es que el grueso de las fuerzas republicanas firmantes del Pacto de San Sebastián que derrocaron a la monarquía eran de izquierdas, ya fuese esta izquierda socialdemócrata (Alianza Republicana), socialista (PSOE), comunista (PCE, POUM), anarquista (CNT, FAI) o nacionalista/independentista (ERC, ORGA). Es por esto que desde antes de la llegada siquiera de la 1ª República, la idea de república en España era algo visto como una ideología política de izquierdas, más que como lo que realmente es (y así se ve en todo el mundo), que no es sino un modelo de Estado como cualquier otro. Y esto también es, en parte, a causa de las acciones de la izquierda históricamente. Incluso a día de hoy a organizaciones como el PCE, Podemos, Izquierda Unida, Más País, etcétera, reivindican la República no como un modelo de Estado, sino como un proyecto político, ya sea como un fin en sí mismo (Podemos, Más País) o bien como una vía para lograr un objetivo mayor, en este caso el “socialismo” (PCE, IU). Este enfoque se observa claramente cuando oímos en multitud de ocasiones a personalidades de estos partidos decir “ser republicano es defender los servicios públicos, ser republicano es defender a los trabajadores” y afirmaciones de esa índole, cuando realmente no es así, sino que ser republicano, en el sentido estricto de la palabra, es defender que el estado se organice en forma de república, y eso lo único que implica es que al Jefe del Estado se le vota y no es un cargo hereditario, y ya está. Pero esto, como digo, no sólo ocurre hoy en día en las fuerzas socialdemócratas, sino que es el discurso que ha tenido tradicionalmente el movimiento comunista clásico en España. Lo explica maravillosamente Xavier Domènech en Un haz de naciones cuando habla de que los primeros demócratas en España fueron a su vez los que introdujeron por primera vez las ideas socialistas y comunistas, nos dice que “la mayor parte de las veces [los marxistas] situarán los objetivos comunistas y socialistas al final del mismo proceso de cambio democrático y no al principio”. Fue algo que hizo el PCE siempre (especialmente durante la República) y que hizo la resistencia antifascista durante la Guerra Civil y la dictadura. Incluso si nos vamos a organizaciones comunistas recientes como el Frente Obrero[2], observamos que también heredan, en parte, ese discurso. En síntesis, el movimiento comunista clásico, así como también algunos organismos modernos, entiende y ha entendido la República democrática-parlamentaria como un medio para alcanzar un fin mayor (el socialismo) y, a su vez, la socialdemocracia entiende (y entendió siempre) esta misma República como un proyecto político de izquierdas y, además, como un fin en sí mismo, diferenciándose de la postura del movimiento marxista.
Es por todo ello que la población asocia, habitualmente, la idea de República con la izquierda, pero aquí entramos en un debate interesante: es evidente que la asociación generalizada de “República” con “izquierda” llevada a cabo por la ciudadanía es una visión errada (tan sólo hay que ver que la gran mayoría de países del mundo son repúblicas y son, la mayor parte de ellas, capitalistas y de derechas[3]). Sin embargo, ¿Cuán desenfocada/errada está la postura del movimiento comunista en este aspecto? ¿Es una buena estrategia para la izquierda y, en especial, la comunista, pensar en la República como un proyecto político/vía hacia el socialismo y no como un simple modelo de Estado?. Y es que por un lado, plantear este enfoque implicaría para los comunistas luchar por algo (la República democrática-parlamentaria) que, al principio, no sería su objetivo final (el socialismo), pudiendo caer en el conformismo para-con el reformismo y olvidando completamente a Marx y a Lenin, además de que se contribuiría a fortalecer la relación República-izquierda que comete, erradamente, la ciudadanía. Pero, por otro lado, adoptar este enfoque está justificado desde el marxismo y puede, incluso, beneficiar al movimiento comunista, en el sentido que puede aportar unidad a la lucha, al compartir un objetivo concreto y a corto plazo en común. Además, sostengo que está justificado desde el marxismo ya que concuerdo con Santiago Armesilla cuando dice que el marxismo tiene que ser de nación, y construirse (en la cuestión nacional) en base a dos ejes: la herencia nacional y la herencia de la lucha de izquierdas en el país en cuestión (esto último es lo que explica que el socialismo en Cuba tenga de referencia a José Martí antes que a Lafargue, a pesar de no ser el primero un personaje comunista; o que el socialismo en Venezuela, Bolivia, Colombia, etcétera tenga de referencia a Simón Bolívar antes que a Kollontai, a pesar de que el primero era liberal). Así, en España, la herencia nacional no es sólo don Pelayo y los Reyes Católicos (algo que a veces olvida Armesilla), sino que son también las lenguas y culturas diferentes que conviven en el Estado, que dan cuenta de la realidad pluricultural de la nación española, una realidad que debe, necesariamente, ser tomada en cuenta a la hora de construir la República en España y al decidir el encaje territorial de sus pueblos, algo de lo que ya hablaremos más adelante. Del mismo modo, la herencia de la izquierda no es sólo la Constitución de Cádiz de 1812, Rafael Riego y el liberalismo progresista del Sexenio Democrático, sino que son también, a pesar de sus muchos errores y diferencias con el movimiento comunista actual, La Pasionaria, Julio Anguita, José Díaz, Andreu Nin, el PCE, el FRAP, los GRAPO, el POUM y, sobre todo, esa idea de República como proyecto político y como medio para llegar al socialismo. Eso también es, aunque no nos guste, herencia de la izquierda comunista, y debe ser igualmente criticada (constructivamente) que defendida. Además, es que la defensa de las instituciones republicanas está justificada por el propio Marx, como nos exponen los grandes Carlos Fernández Liria y Luis Alegre en Marx desde cero, en un postulado que puede sonar socialdemócrata pero que fue expuesto, insisto, por Marx: él dice “un negro es un negro, sólo bajo determinadas condiciones llega a ser esclavo”. Del mismo modo, continúan la exposición Fernández Liria y Luis Alegre, “un parlamento es un parlamento, sólo bajo determinadas condiciones se convierte en un nido de buitres” o, en definitiva, una República es una República, sólo bajo determinadas condiciones se convierte en una máquina al servicio de la burguesía.
2- HACIA LA TERCERA REPÚBLICA. MODELO ECONÓMICO, ENCAJE CULTURAL-TERRITORIAL Y LA CUESTIÓN NACIONAL EN ESPAÑA.
Debido a las consideraciones previas sobre la idea de República en España, el 14 de Abril (Día de la República) y, en general, el republicanismo mayoritario ha adquirido un sentido y un significado abstracto y ambiguo, contradictorio, incluso, con la idea que tiene la izquierda de República como proyecto político. Y es que, si bien la inmensa mayoría del republicanismo tricolor es de izquierdas (socialdemócrata-socialista-comunista), esta inclinación no se muestra con claridad en las reivindicaciones y manifestaciones de sentido simplemente republicano (sin otra reivindicación añadida), simplemente se intuye, de forma muchas veces sorprendentemente natural, como si de una forma a priori kantiana se tratase. Y esto es lo que sostengo que se contradice con la idea de República como proyecto político, porque en estas reivindicaciones como las del 14 de Abril sólo se muestra la idea de República, no la de proyecto político, y no podemos permitirnos caer en tales contradicciones: o se reivindica el 100% del tiempo la República simplemente como un modelo de Estado sin atributos ideológicos, o bien se reivindica la República acorde a la tradición progresista, pero sin dejar de lado en ningún momento el proyecto político intrínseco a la idea izquierdista de República. No sirven ambigüedades.
Personalmente, soy más partidario de la segunda opción, reivindicar la República y el espíritu republicano, pero concretando en todo momento qué tipo de República queremos conseguir, o para qué queremos construir una República. Considero que es necesario dejar claro que, para los comunistas, la República no es un fin en sí mismo, es un medio para lograr un fin mayor y que, mientras no se logra, la República tiene que blindar derechos sociales en la medida que sea posible. E insisto, esto hay que exponerlo de forma clara y de forma constante, porque la República también la reivindica el P-LIB o la Falange, y está claro que su República es bien diferente a la nuestra y a la que necesita la clase trabajadora de este país.
En esta línea, hay que concretar que el modelo económico no puede ser el liberalismo, el capitalismo desmesurado o el fascismo. Ha de ser, o bien el socialismo, o bien un capitalismo de Estado progresivamente encaminado a construir el socialismo. La República que debemos defender debe blindar derechos sociales y laborales; debe proteger los servicios públicos y mejorar su calidad; debe recuperar, mediante la nacionalización o la expropiación, sectores estratégicos claves para la soberanía industrial y energética del país; debe acabar de una vez con la especulación inmobiliaria, a través de técnicas rígidas (y no ambiguas regulaciones) y bajar los precios de la vivienda que ahogan a la clase trabajadora; debe garantizar que la salud mental es un derecho público y universal y no un privilegio para quien puede pagarlo; debe apostar por una escuela pública y de calidad y acabar con la privada y la concertada que, como dice Carlos Fernández Liria, ofrecen, por su naturaleza, lo contrario a educación; debe acabar con la temporalidad y la precariedad a través de medidas que, sumadas al control inmobiliario, fomenten la conciliación y la posible emancipación de la juventud; debe rebajar la edad de jubilación y la jornada laboral; debe salir de la Unión Europea y la OTAN y recuperar así la soberanía que le robaron; etcétera, etcétera, etcétera. Esa es la República que defendemos y, una vez más lo digo, hay que dejarlo cristalino.
Debe ser también un debate fundamental el encaje territorial de los diferentes pueblos de la nación española. Es innegable, aunque a mucha gente no le guste, que en España existe una diversidad cultural y lingüística de una amplitud considerable, que ha generado a lo largo de la historia, diversos conflictos políticos para muchos gobiernos que han considerado esta diversidad un problema. Es por eso que hay que ser cautos al hablar de si centralismo, federalismo, autonomías u otros modelos territoriales. A mí, personalmente, como marxista-leninista, me gustaría que en España se pudiese aplicar a rajatabla y con facilidad el modelo centralista, en vista de la desastrosa experiencia de la 1ª República y de que está más que comprobado que el federalismo y la descentralización económica no hacen sino beneficiar a las burguesías regionales. Pero soy consciente de la realidad de mi país y de que todos los intentos centralizadores, institucional y culturalmente hablando, que se han llevado a cabo en España no han provocado otro efecto que el crecimiento de las tensiones territoriales, como es natural cuando a un territorio le arrebatan su cultura. Es por esto que creo que en España no es posible plantear un modelo completamente centralizado, por su realidad pluricultural y diversidad territorial, pero tampoco beneficiaría en absoluto al conjunto del país el establecimiento de un modelo totalmente descentralizado, porque impediría el avance hacia el socialismo. Considero, pues, que el modelo de organización del Estado debería ser decidido en unas Cortes extraordinarias, con representantes de todos los territorios pero, por ejemplo, estableciendo como condición indispensable para llevar a efecto el acuerdo territorial que, si bien las regiones establecidas tendrán plena competencia en materia cultural y lingüística, las decisiones y ámbitos económicos importantes (sanidad, pensiones, vivienda, etcétera) estarán en manos del Estado, y que en ningún momento las acciones de las diferentes regiones del país pueden contradecir al Estado en lo que a estos sectores se refiere. De este modo, se garantizará la permanencia de la diversidad cultural en el país y no se impedirá el avance hacia el socialismo en materia económica.
El régimen del 78 está cada día más obsoleto y el movimiento republicano crece exponencialmente. Ya hoy, según diversas encuestas, existe una ligera mayoría de personas que votarían “República” en un referéndum, y este porcentaje sólo continuará creciendo. Pero no nos podemos olvidar de qué República queremos construir, una República emancipadora, que otorgue día tras día a la clase trabajadora la ilusión que provocaron en su día los hechos del 14 de Abril de 1931. Ese día, las calles de España se llenaron de esperanza, hagamos, pues, que todos los días sean 14 de Abril.
[1] Incluímos, contra las consideraciones de la historiografía franquista que aún perdura en nuestro país, el periodo de la Guerra Civil (1936-1939) como una etapa dentro de la 2ª República.
[2] Que tampoco es que sea una organización de especial agrado para el autor.
[3] Podríamos considerar como excepciones países socialistas/neo-socialistas/antiimperialistas como Cuba, Corea del Norte, Venezuela, Bolivia, etcétera.
BIBLIOGRAFÍA
– J. Anguita, C. Reina, Conversaciones sobre la III República. El Páramo, 2013.
– I. Gibson, Hacia la República federal Ibérica. ESPASA, 2021.
– X. Domènech, Un haz de naciones. El Estado y la plurinacionalidad en España (1830-2017). Península, 2020.
– C. Fernández Liria, L. Alegre Zahonero, Marx desde cero… para el mundo que viene. Akal, 2018.
– S. G. Payne, La Revolución Española (1936-1939), un estudio sobre la singularidad de la Guerra Civil. ESPASA, 2019.
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