Estado catalán, 1641, 1934, ¿2017?

Por Daniel Seijo

Dicen que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces en la misma piedra, pero en el caso de nuestros políticos, podríamos incluso tildar de arriesgado descartar un tercer tropiezo. Tras una tensa y circense jornada, el Parlament de Cataluña ha aprobado la ley que servirá para llevar a cabo el referéndum independentista del 1 de octubre. Haciendo caso omiso de las voces que desde Madrid lanzaban advertencias acerca de las posibles consecuencias penales de tomar esta decisión, el sector soberanista del Parlament, hizo valer su mayoría para profundizar en un proceso de ruptura, que parece va a enfrentarlos sin apenas amago de negociación a un Estado Español bajo el abrigo del Tribunal Constitucional.

Los fantasmas de Felipe V, el Caudillo o el Tripartito (entre tantos otros) hace tiempo sobrevuelan Cataluña para finalmente crear, avivados con la crisis económica, un cóctel perfecto para propiciar la expansión de la embriaguez independentista. Desde los tiempos del proyecto centralizador del Conde-Duque de Olivares, a la sentencia de junio de 2010, con la que el Tribunal Constitucional recortaba sensiblemente el Estatut catalán a raíz de un recurso interpuesto por el Partido Popular, hemos podido ver como España pasaba por ser «muchos reinos, pero una ley» una «nación de naciones» o cínicamente «¡Una, Grande y Libre!». Muy diferentes concepciones para un mismo territorio definido por sus traumas y sus virtudes, la tierra de Picasso y Dalí, Lorca y José Pla, Lluís Companys y Durruti, amantes y detractores de la concepción de España con su rey o su república, pero siempre dividida, siempre en eterna disputa entre dos formas de ver el mundo, que quizás si nada cambia, sean irreconciliables. Sería tan estúpido reducir la situación que hoy se vive en Cataluña al auge del populismo derivado de la crisis económica, como pretender descontextualizar ese hecho de nuestro análisis. Artur Mas, Carles Puigdemont y con ellos Convergencia, aprovecharon el auge independentista, en gran parte fruto de la política territorial sumamente intolerante del PP de Mariano Rajoy, y en gran parte fruto de la crisis, para ocultar «astutamente« la corrupción y decadencia de la formación conservadora catalana bajo un manto soberanista, pero con ello no hicieron sino apoderarse y avivar un sentimiento social y político ya presente en Cataluña.

En un marco político en donde el Brexit o el referéndum escocés son ejemplos de «imposibles» llevados a cabo con muy diferente resultado, sí algo parece claro, es que sea lo que sea lo que suceda el 1 de octubre en Cataluña, sin duda marcará una nueva pauta en las relaciones territoriales de nuestro país

El atrincehramiento político de Madrid en una constitución ya ajena para muchos españoles, cuyo principal propósito supone el de blindar dos de las realidades que actualmente más contribuyen a dividir a los españoles, la monarquía y la unidad de España (la cuestión territorial),  sin duda ha contribuido a una huída hacia delante que ha llevado a gran parte de la sociedad catalana a tomar firmemente una vía de consecuencias imprevisibles, tal y como el periodista Víctor Alexandre escribía  “Ahora, como estamos trabajando en la consecución del objetivo que nos hemos fijado, no somos conscientes de la auténtica dimensión de lo que estamos haciendo. Pero en cuanto Catalunya sea un Estado independiente nos daremos cuenta de la meta que hemos alcanzado, del mensaje que hemos transmitido y de la huella que hemos dejado.”. El Partido Popular que estuvo dispuesto a dialogar con ETA, parece ahora incapaz de hacer un gesto significativo  para entablar un dialogo político con la Generalitat con el que quizás alcanzar un acuerdo para la realización de una consulta pactada, alternativa esta que a día de hoy parece suponer la única salida factible. La reforma del Senado, el debate monarquía/república o el planteamiento directo de una nueva configuración territorial, pasan por ser la solución para Cataluña y para la propia España, por ello el planteamiento de un calendario para la reforma constitucional y no el atrincheramiento sobre los postulados de la misma, debe de suponer el primer paso a dar para desenmarañar una situación que continua tensando la cuerda de una difícil convivencia.

En un marco político en donde el Brexit o el referéndum escocés son ejemplos de «imposibles» llevados a cabo con muy diferente resultado, sí algo parece claro, es que sea lo que sea lo que suceda el 1 de octubre en Cataluña, sin duda marcará una nueva pauta en las relaciones territoriales de nuestro país. La rotunda negativa a aceptar la consulta desde Madrid al señalarla como ilegal, deja huérfana a la alternativa del voto del «No» a la independencia  y de este modo, centra exclusivamente el foco de los resultados en la participación en una consulta que de forma segura, servirá como vara para medir el pulso secesionista.  Nadie puede negar las importantes consecuencias sociales y económicas para España de una posible independencia de Cataluña, ni tampoco lo aventurado de emprender dicha travesía alentados por el Govern de la desigualdad, los recortes y la corrupción. Lidera el proceso soberanista una política de clara deriva neoliberal, que busca la independencia de Cataluña escudada en argumentos ciertamente insolidarios con el conjunto de España, una política que no debiera ser propia de la izquierda por independentista que esta fuese. Una izquierda que en todo este guirigay debería poder remarcar en su discurso la firme intención de seguir formando parte de las redes de solidaridad de España y Europa, aunque quizás no dentro del marco español y puede que tampoco dentro del marco europeo, al menos no en su concepción actual.

Desde los tiempos del proyecto centralizador del Conde-Duque de Olivares, a la sentencia de junio de 2010, con la que el Tribunal Constitucional recortaba sensiblemente el Estatut catalán a raíz de un recurso interpuesto por el Partido Popular, hemos podido ver como España pasaba por ser «muchos reinos, pero una ley» una «nación de naciones» o cínicamente «¡Una, Grande y Libre!»

En definitiva, se echa en falta un diálogo previo, algo de argumento y cierta cantidad de verosimilitud en todo este pulso entre Madrid y Cataluña, que han propiciad dos partidos políticos lo suficientemente inconscientes como para prender definitivamente la mecha del modelo territorial en España, simplemente para tapar sus propias miserias. A estas alturas, pocas alternativas viables nos quedan excepto la de intentar afrontar una renovación de la concepción de España y Cataluña como naciones, cualquier otra solución, simplemente serviría para el surgimiento de la figura del mártir por la patria, aplicable sin duda en este termino el 2 de octubre, tanto al populismo proveniente desde Madrid, como al nativo de Cataluña.

«Los hombres y pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los hombres geniales y pueblos fuertes sólo necesitan saber a dónde van.»

Ingenieros, José 

«Los gobiernos que han pretendido sofocar la voz libre de los pueblos han muerto asfixiados apenas se ha hecho el silencio que apetecían.»

Rodó, José Enrique

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