Por Daniel Seixo
"Acallar sobre las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines." Joseph Goebbels
"El mejor truco del Diablo fue convencer al mundo de que no existía, pero sabemos que no se ha ido." The Usual Suspects
"Los que se han encontrado con el Señor Hitler cara a cara en asuntos públicos o en términos sociales han podido apreciar que se trata de un político altamente competente, ponderado, bien informado, de modales agradables y una desarmante sonrisa". Winston Churchill
En los últimos días he escuchado a muchos compañeros y a no pocos políticos discutir acerca de la pertinencia de tildar a Vox como un partido fascista, un debate que por mi parte zanjaría con un argumento que personalmente considero irrefutable: solo un partido fascista podría llegar a rodearse continuamente en sus actos y a llenar sus listas con militantes, ideólogos y matones claramente fascistas.
Pero bueno, tras unos años inmerso en la política y las costumbres del estado español, comprendo que pese al ruido de las sirenas, la amenaza del motor de los aviones sonando cerca y al clamor de los horrores de las primeras bombas cayendo sobre el pueblo, para cierta intelectualidad nacida, criada y reproducida en los despachos de nuestro país, el verdadero debate se encuentre todavía en lo simbólico, en aquello que fuera del mundo de la endogamia académica a nadie en su sano juicio le podría llegar a importar en estos momentos.
Cabe destacar que el término fascismo nunca ha sido especialmente fácil de catalogar dentro del mundo de las Ciencias Sociales, no existen algo así como unas características comunes y uniformes dentro de las que poder englobar o encasillar a todos los gobiernos que a lo largo de la historia han abrazado esta ideología y ni mucho menos podemos hablar de un nexo común irrefutable entre las diferentes formaciones que a día de hoy representan política o socialmente el continuismo del modelo fascista en nuestras sociedades.
Matteo Salvini, Marine Le Pen, Geert Wilders, Jörg Meuthen, Anders Vistisen, Olli Kotro, Donald Trump, Jair Bolsonaro y por supuesto Santiago Abascal… Muchos son los nombres que hoy en día amenazan al concepto que hasta ahora teníamos de la democracia burguesa y muchas sin duda son también las diferencias que los separan entre ellos. Pero en mayor o en menor medida, existen ciertos puntos básicos que los unen en un marco de juego si no directamente fascista, sí muy próximo al mismo. Pero comencemos por el principio.
Habitualmente cuando nos referimos a régimenes o formaciones fascista, solemos pensar en valores como la patria, la raza y la fortaleza. Una ideología enfocada a las masas y que en gran parte de las ocasiones suele englobar su sentido de movilización social en el odio o el rechazo a las minorías, algo que al contrario que los movimientos marxistas o de izquierdas, les permite identificarse rápidamente con amplios sectores de la población, sin al necesidad de oponerse abiertamente a los sectores burgueses que habitualmente controlan los resortes del estado.
Resulta cómodo en tiempos de reinado capitalista tragarse la propaganda liberal de que Hitler fue un socialista aupado al poder por las bases obreras
Por tanto partimos de una premisa básica, la línea de flotación ideológica fundamental del fascismo no precisa arremeter contra los grandes poderes económicos, se conforma con atacar a minorías como «las mujeres», los homosexuales, los migrantes, los racializados o los verdaderos socialistas. Resulta cómodo en tiempos de reinado capitalista tragarse la propaganda liberal de que Hitler fue un socialista aupado al poder por las bases obreras o pensar en un NSDAP realmente supeditado a los intereses del colectivo proletario alemán, pero un breve repaso a la documentación histórica, debería bastarnos para descubrir que en esas versiones apócrifas del auge del nazismo, contienen en su núcleo incluso una dosis menor de realidad que la popular propaganda de la capitanía estadounidense en la derrota del mismo.
¿Y eso de Nacionalsocialista entonces?
Pues como el Partido Socialista se sigue llamando socialista hoy en día, Eduardo Inda se llama periodista o la Coca Cola light dice ser light, simple marketing político, algo en lo que los fascistas en general, pero especialmente los nazis fueron unos auténticos adelantados a su tiempo. En un contexto histórico claramente marcado por la política de masas y los rápidos cambios en las dinámicas laborales, renunciar plenamente a situar el foco en los trabajadores alemanes hubiese sido un auténtico regalo para la izquierda alemana. Pero más allá de la mera simbología, los verdaderos vectores del discurso nazi nada tenían que ver con un sentido de comunidad obrera.
Debemos entender que el surgimiento del fascismo previo a la Segunda Guerra Mundial, al igual que ocurre hoy en día, tiene lugar en un período de claro debilitamiento de las democracias liberales. Las continuas guerras entre naciones por el poder global y el control de los recursos, las crisis económicas constantes y el nacimiento de nuevos partidos con ideas novedosas y populistas, llevó entonces, al igual que sucede hoy, al sistema social a los bordes de la lógica política previamente experimentada.
Es en ese contexto de gobiernos débiles, crisis económica y amplia perdida de identidad social, en el que los partidos fascistas hacen su aparición en el juego político de los diferentes estados. En aquel momento el ejemplo de la Revolución rusa de 1917 todavía hacía retemblar los cimientos del mundo y buena prueba de ellos eran los diferentes partidos comunistas que por todo el continente europeo ondeaban la bandera de la revolución y la fraternidad obrera. Vientos de cambio y de revolución que sin duda suponían una seria amenaza para las diferentes burguesías nacionales, clases pudientes que no dudaron ni por un segundo en hacerle claramente el juego a ese nuevo populismo fascista que comenzaba seriamente a cobrar fuerza en oposición al verdadero peligro comunista. Kodak, Bayer, Coca Cola, Nestlé, IBM, BMW, Adidas, Volkswagen, sin duda fueron numerosas las empresas que acorraladas por las condiciones de rendición impuestas a Alemania tras su derrota en la Primera Guerra Mundial y temerosas ante un posible avance comunista, financiaron el ascenso fulgurante del régimen nazi en el país.
El las elecciones del 14 de septiembre de 1930 al parlamento alemán, los más de 6,3 millones de votos -el 18,2% del total- obtenidos por el NSDAP se repartieron de una manera bastante curiosa. La formación liderada por Adolf Hitler, conseguía realizar una incursión realmente abrupta en la política alemana de la mano de un Volksgemeinschaft o sentido de comunidad popular, capaz de abarcar a amplios sectores de la población, sin tener que renunciar por ello a colectivos que hasta ese momento habían resultado difícilmente englobables para los grandes partidos de masas que se encontraban inmersos de lleno en la guerra de clases. Sectores rurales, jóvenes, mujeres, protestantes, funcionarios y la clase media baja, fueron algunos de los sectores que más apoyaron al nazismo, demostrando lastimosamente para la historia, que amplios sectores de la sociedad podían llegar a empatizar con las ideas reaccionarias y de exclusión que los nazis proponían y que finalmente encontraron eco en una sociedad alimentada por el miedo y la inseguridad ante el futuro.
Rechazar la idea de que Vox pueda ser catalogado como un partido fascista por su modelo económico o por su falta de discurso obrerista me parece un error garrafal.
Hitler no precisó del apoyo de la clase proletaria en su conjunto para llegar al poder, le bastó con no fomentar un bloque de reacción social demasiado amplio contra su partido manteniendo una simbología y un discurso en cierta medida populista y tras esto centrar su discurso político en la emoción y el odio frente aquellos que supuestamente estaban desintegrando Alemania: judíos, los Aliados que los habían humillado tras la derrota y los marxistas.
Podemos refutar con esto a todas luces el argumento de aquellos que niegan la posibilidad de que Vox pueda ser tildado de fascista por la falta de un discurso obrero o directamente socialista en su programa. Tal y como vemos, un régimen claramente fascista como el del III Reich, no mantuvo ni mucho menos ese pilar aparentemente fundamental para algunos de un discurso proletario y socialista durante su ascenso al poder. Es más, una vez alcanzado el poder, la convivencia entre la empresa privada y los recursos aparentemente públicos, supuso una constante irrefutable tanto en el caso alemán, como en el italiano. Hitler y Mussolini no dudaron ni por un instante en favorecer a la clase burguesa y si bien en su discurso la nación siempre parecía ser un bien supremo, pocas veces su interés coincidía con el del proletariado alemán o italiano. Algo que sin duda no nos debe resultar extraño tras la experiencia vivida en nuestro país con el falso obrerismo esgrimido históricamente por el ya defenestrado pequeño caudillo.
Hjalmar Schacht o Rubén Manso, si bien por caminos ciertamente muy diferentes, comparten en su visión de la economía un punto ciertamente clave a la hora de englobarlos dentro de la utilidad para un partido fascista: su total indiferencia ante el sufrimiento y los riesgos que sus políticas económicas puedan llevar a la clase trabajadora. Cierto que el gurú económico de Vox es un ultraliberal moderno -en la medida en la que esto pueda ser compatible- y que sin embargo el «Plenipotenciario General» nazi optó por basar sus directrices económicas en la intervención estatal en convivencia con las grandes empresas alemanas, pero esto puede deberse más a una coyuntura histórica que a una visión de clase o de estado ciertamente diferenciada entre ambos.
La Alemania nazi creció y se desarrollo en un mundo en el que el peso del estado en la economía suponía una clara ventaja competitiva para el capital nacional, la interconectividad de capitales, las multinacionales, los enormes ejércitos de reserva fruto de la migración o la robotización, las comunicaciones o los organismo económicos supranacionales, eran por aquel entonces algo desconocido para Schacht. El dirigente nazi ideo entonces para Alemania un modelo de privilegios para las empresas que supuestamente terminarían repercutiendo en el pueblo del mismo modo que hoy Rubén Manso nos habla de un estado hueco que priorice a una iniciativa privada que en última instancia y siempre supuestamente, terminará por repartir beneficios económicos y sociales con la población del país.
En definitiva, rechazar frontalmente la idea de que Vox pueda ser catalogado como un partido fascista por su modelo económico o por su falta de discurso obrerista, me parece cuanto menos un error garrafal.
¿Qué identifica a Vox como fascista entonces?
Nación, legitimidad de la violencia y confrontación absoluta con el adversario. Tres pilares básicos del discurso fascista que tal y como veremos encajan perfectamente en la trayectoria política de la formación de Santiago Abascal.
La imagen del hombre blanco, cristiano y heterosexual salvando a una nación corrompida no es nueva en el ideario fascista y es en este punto, en la fortaleza del líder como vector principal de la formación ultra, en el que debemos basar gran parte de las premisas para poder asegurar sin temor a dudas la pertenencia de Vox a la larga lista de partidos fascista que pueblan la realidad política contemporánea.
Vox no duda en distorsionar las cifras relativas a criminalidad en el estado español de cara a fomentar la sensación de necesidad de un hombre fuerte en la política patria
No en vano, cuando Iván Espinosa de los Monteros presenta en un acto en Madrid a Santiago Abascal como un líder capaz de defender nuestra casa ante unos atracadores o cuando la formación ultraderechista aboga por un cambio de ley que posibilite a los españoles disponer de un arma en sus casas para su uso en caso de amenaza, lo que se busca en Vox es el posicionamiento conceptual de sus votantes en un contexto en el que la violencia o la fuerza física prima por encima del intelecto o la capacidad argumentativa del líder político. En ese supuesto marco expuesto por Espinosa de los Monteros, Abascal no se sitúa ante sus votantes como un representante de la legalidad vigente o del estado, sino como un hombre fuerte, un líder capaz de dar repuestas rápidas y contundentes por medio de la violencia a una amenaza que en muchos casos el estado no puede encarar de manera tan efectiva para el ciudadano. No es por tanto casualidad la presencia de la víctima de un atraco o la del padre de Marta del Castillo en alguno de los mítines de Vox, la formación fascista no duda en aumentar o distorsionar las cifras relativas a criminalidad en el estado español de cara a fomentar la sensación de necesidad de un hombre fuerte en la política patria que logre imponer mano dura de cara a protegernos ante posibles amenazas.
Tan solo tenemos que hacer uso de los migrantes, las personas socialmente desfavorecidas o adversarios políticos como diana que simbolice ese peligro para encontrarnos de nuevo y décadas después ante la típica política del «ellos» y «nosotros» tan socorrida por el fascismo más clásico. Los Okupas que amenazan nuestras viviendas, los migrantes que nos quitan el trabajo, los quinquis que nos roban o los rojos que nos agreden únicamente por nuestras ideas conforman para el partido de Santiago Abascal el foco de la diana que en otros tiempos ocuparon los judíos, los comunistas y los Aliados para el régimen nazi. No debemos esforzarnos mucho para llegar a entender que muchas de esas armas que supuestamente Vox pondría en manos de la población española, sin duda terminarían con este discurso apuntando a miembros de esos colectivos señalados hoy ya abiertamente como el enemigo a batir.
Y es aquí en donde entramos en el que quizás suponga el punto más importante para señalar e identificar a la formación de Santiago Abascal como una formación de carácter claramente fascista: el hecho de desconocer la legitimidad de la representación del adversario político.
A las serias sentencias de Javier Ortega Smith dando a entender que la entrada de Vox al parlamento, supondrá por primera vez en España la presencia de dignos y legítimos representantes de los ciudadanos en las instituciones públicas, debemos sumar la continua retahíla de ataques a partidos como Bildu, ERC, PDeCAT, PNV o BNG, a los que los dirigentes ultraderechistas reniegan toda legitimidad política por sus postulados ideológicos o sus acciones llevadas a cabo en nombre de cientos de miles de votantes en todo el estado español. Vox no solo se atreve a denigrar la decisión soberana y libre de gran parte de los ciudadanos españoles, sino que tal y como ya avanza en su programa electoral, planea suprimir instituciones representativas de la soberanía popular democráticamente consolidadas como son los parlamentos autonómicos. A imagen y semejanza de los propios nazis, Santiago Abascal y los suyos no solo desconocen o ningunean a formaciones democráticas con términos tan elocuentes como «la derechita débil«, sino que además no tienen reparo alguno en admitir que están dispuestos a derribar las reglas más básicas de nuestro pacto social y político con actuaciones claramente inconstitucionales. Curiosamente los que dicen ser garantes de la grandeza de España, pretenden comenzar su defensa con la desintegración de la que debería suponer su esencia más básica: la pluralidad.
La formación ultraderechista ha podido lanzar su campaña de odio y señalización contra diferentes colectivos sin tener que enfrentarse a una respuesta en bloque y unida.
Absortos en una idea nacional arcaica y extinta, el partido del florete y la albarda se empeña en arrastrar al abismo al estado español azuzando una confrontación fratricida de tamaño de banderas y genitales que no puede llevar a otra cosa que al total desastre. Y esto sin duda, también caracteriza al fascismo. Nunca los nacionalismo fascistas han tenido problema alguno en comenzar carreras hacia delante en conflictos que no podían ganar, le sucedió a Mussolini, le sucedió a Hitler y obviamente en menor medida y en un contexto esperemos que meramente política, le sucederá a Vox.
De nada valdrá todo ese movimiento de resurgir nacional en balcones y plazas del estado español, si la posible suma de derechas destina a consolidar al Trifachito del 155 en el gobierno de España, no se muestra mínimamente dialogante y sensata ante el conflicto territorial, algo que Vox a todas luces no parece dispuesto a hacer. El partido de la agresión constante a Catalunya, el rencor a la izquierda abertzale o el sentimiento de provincialismo para Galiza o Andalucía, no parece a priori el más indicado para calmar los ánimos ante un panorama que por muy positivo electoralmente que se presente para la derecha españolista, no deberíamos olvidar, casi con total seguridad nos arrojará una Catalunya con un sentimiento independentista muy consolidado y una Euskal Herria prácticamente libre del sentimiento nacional de Vox, Ciudadanos y Partido Popular y a la que sin lugar a dudas será difícil llegar a convencer con sosiego de la necesidad de pagar el pato y las políticas reaccionarias y centralistas decididas en el conjunto de España. Jugar con un panorama minado y casi bélico en materia territorial, nos despeja las dudas del carácter claramente fanatizado y nacionalista del partido de Abascal.
Y con esto llegamos al último punto clave y al que sin duda termina de dibujar a Vox como un partido claramente fascista: su obsesión por las minorías.
Medidas como expulsar a 52.000 inmigrantes ilegales, retirarles la cobertura sanitaria, levantar un muro en Ceuta y Melilla -como si no existiera ya- terminar con las subvenciones a colectivos feministas, las operaciones de cambio de sexo, la negación de la brecha salarial de género, la confrontación directa contra el Pacto de Estado contra la Violencia “de Género” o la negativa del senador Francisco José Alcaraz a firmar la declaración en apoyo al colectivo LGTBI en el deporte, nos muestran a las claras la poco disimulada intención de Vox de confrontar la política de la diversidad con una gran bandera española y una visión del hombre y la mujer patrios muy alejada de un multiculturalismo por desgracia en demasiadas ocasiones manipulado y mercantilizado políticamente por las grandes instituciones del capitalismo. A falta de un claro componente agregador entre todos ellos inclusive antifascista, la formación ultraderechista ha podido lanzar su campaña de odio y señalización contra diferentes colectivos sin tener que enfrentarse a una respuesta en bloque y unida. En un país sin demasiado progresismo en gran parte del territorio y los barrios, el mensaje de valores tradicionales e identidad clara de Vox, aporta a gran parte de la ciudadanía, tal y como lo hacía en su momento el nazismo, obviamente salvando las distancias, un mensaje de certeza y seguridad ante tiempos convulsos e impredecibles.
Podríamos hablar de su propuesta para enviar a los militares españoles a misiones de combate contra yihadistas, retomando claramente el componente militar y de expansión del campo de influencia geopolítico, su obsesión de recuperar la dignidad patria a través de Gibraltar o de la clara presencia de componentes de violencia callejera en sus filas representados por viejos conocidos e incluso condenados por agresiones y atentados con claras orientaciones fascistas, pero llegados a este caso el que no quiera convencerse de que sí podemos tildar a Vox como un partido fascista, es que simplemente no quiere admitir dicha realidad, tal y como tampoco se ha querido admitir durante décadas en gran parte del estado español que la dictadura franquista era claramente una dictadura fascista.
El fascismo ha llegado a la puerta de nuestras instituciones silenciosamente ante el aplauso y las gracietas generales, tal y como el Duce o Adolf Hitler llegaron al poder entre aplausos y mofas del New York Tribune, The New York Times, el Cleveland Plain Dealer o el Chicago Tribune. Durante décadas hemos aplaudido los discursos alarmantes contra la migración, hemos hecho política del terrorismo machista o nos hemos enzarzado en una guerra de titulares y banderas para «informar» sobre lo sucedido en Catalunya. Tras eso nos hemos mofado de Abascal, el obrero que vota a Vox o las medidas de un partido que a todas luces era de todo menos gracioso, les hemos abiertos nuestros debates, nuestras mesas de entrevista, nuestras redacciones y algunos, los más iluminados y machos del corral, incluso su casa. Hemos creado a un monstruo para la democracia y ahora nos preguntamos como pararlos. No sé si tengo una respuesta que nos vaya a gustar a todos, pero por ahora me conformo con dejar claro que sí, sin duda alguna ya están aquí.
Pensemos seriamente en el momento en que comenzó todo, quizás ese sea el primer paso para la solución que buscamos.
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