Madrid Central: ¡Y tanto!

Por Daniel Seixo

Yo de este asunto sé poco, pero mi primo que es físico supongo que sabrá. Y el me dijo: 'He traído aquí a diez de los más importantes científicos del mundo y ninguno me ha garantizado el tiempo que iba a hacer mañana en Sevilla'. ¿Cómo alguien puede decir lo que va a pasar en el mundo dentro de 300 años?

Mariano Rajoy
En lo relativo a las políticas de cambio climático, la cruda realidad es que ningún país estará dispuesto a sacrificar su economía para resolver el problema.”

Tony Blair
La salvación del medio ambiente está siendo el más brillante negocio de las mismas empresas que lo aniquilan.

Eduardo Galeano

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Madrid Central es una zona de bajas emisiones que comenzó a funcionar el viernes 30 de noviembre de 2018. Esta medida, contenida en el Plan A de Calidad del Aire y Cambio Climático, favorece al peatón, la bicicleta y el transporte público, que gana en protagonismo y espacio también con la reforma de calles como Gran Vía o Atocha. El distrito Centro se convierte así en un pulmón para la ciudad en pleno corazón de Madrid. Explicado de esta forma, parece complicado que nadie con dos dedos de frente se pueda oponer a un proyecto que únicamente parece tener como objetivo principal el combatir esa tediosa boina de color pardo que habitualmente se cierne sobre Madrid. Esa capa de agentes contaminantes que lenta e inexorablemente asesina a los habitantes de nuestras ciudades como si de un capitulo más de la serie Chernobyl se tratase, se ha convertido desde hace ya varios años en uno de los principales objetivos a erradicar por la comunidad europea y por extensión en un objetivo a cumplir a corto o medio plazo para nuestras instituciones.

Con apenas 472 hectáreas, Madrid Central se mostraba ya desde su nacimiento poco ambicioso en comparación con proyectos similares llevados a cabo en Berlín, Londres o Amsterdam. Hemos de suponer que la mezcla entre capitalismo salvaje, borreguismo patrio y pelea de egos partidistas, aconsejaba a todas luces que la introducción de una cierta conciencia verde en la capital del estado español se llevase a cabo lentamente, casi como si pretendiese pasar desapercibida… En un país en el que muchos lanzarón el grito al cielo por tras décadas oxigenar  sus pulmones en los espacios públicos, nada hacía presagiar realmente que una zona de bajas emisiones fuese a suponer un proyecto celebrado por el conjunto de la ciudadanía.

Pese a las apocalípticas cuartetas de la derecha capitalina, el comercio y el capitalismo no se derrumbó por la disminución de tubos de escape en el corazón madrileño.

Pero el proyecto arrancó. Los comerciantes, cierta derechona y algunos locos del volante protestaron durante los primeros compases del «experimento», pero tras su progresiva implantación y la siempre y aparentemente necesaria amenaza de las sanciones para garantizar el progreso en nuestro estado, las cosas comenzaron a fluir con cierta normalidad. Los madrileños descubrieron que uno puede llegar a los sitios sin aparcar su coche en la puerta, que el transporte público funciona con sus limitaciones y que en ocasiones, pese a las ganas de pasear, uno también puede comprar las cosas que anda buscando en los comercios del barrio. El cierre al tráfico rodado disminuyó considerablemente los niveles de contaminación y pese a las apocalípticas cuartetas de la derecha capitalina, el comercio y el capitalismo no se derrumbó por la disminución de tubos de escape en el corazón madrileño.

Madrid Central demostró a la capital que la voluntad ciudadana y cierta valentía política puede conjugarse en ocasiones para llevar a cabo proyectos que a todas luces y viendo como está el panorama climático, son claramente de una vital importancia no solo para nuestro estado, sino también para el planeta. Disminuir la contaminación en Madrid no se trata tan solo de un proyecto de los habitantes de la capital española, sino de un paso indispensable en un proyecto común como especie mucho más ambicioso.

Y es precisamente en este punto en el que todo el proyecto de Madrid Central se derrumbó, posiblemente víctima de las propias debilidades presentes en el gobierno que quiso llevarlo adelante. Desde un primer momento, la amplitud del proyecto y su defensa distaron mucho de ser una tarea colectiva o identificable con el conjunto de la ciudadanía madrileña. Si bien es cierto que a imagen y semejanza de otros modelos europeos, Madrid Central pretendía reducir las emisiones fruto del tráfico rodado y facilitar la movilidad en la zona central de la capital, el proyecto de Carmena no parecía enfrascarse en una campaña más allá de la mera imagen de unas aceras cómodamente liberadas para un día de compras o cafés. Parte de la izquierda madrileña bajo desde un primer momento al barro y pretendió vencer en su terreno a la derechona usando para ello únicamente argumentos utilitaristas insertos en las dinámicas capitalistas.

Cabe recordar por ejemplo que el parque automovilístico español se encuentra entre los más envejecidos de Europa y que muy al contrario que Copenhague, Utrecht, Estrasburgo o Ámsterdam, nuestras ciudades no son precisamente un paraíso para los usuarios de bicicletas. El enfrentamiento entre unos ciudadanos demasiado hastiados en su día a día como esclavos del sistema y las nuevas medidas frente a la contaminación, estaba servido por una clara falta de perspectiva a largo plazo y la derechona capitalina no tuvo más que avivar la polémica para convertir un desafío global en un asunto de política interna madrileña.

Disminuir la contaminación en Madrid no se trata tan solo de un proyecto de los habitantes de la capital española, sino de un paso indispensable en un proyecto común como especie mucho más ambicioso

La batalla por imponer una zona de bajas emisiones en la capital del estado español ha pasado en cuestión de meses de convertirse en una necesidad ecológica a convertirse en una batalla de egos entre quienes consideran que el ecologismo es chic e incluso tiene rédito político y aquellos que ven en todo esto una mera modernez más de los rojos de siempre. Una absoluta exageración de activistas con demasiado tiempo libre que buscan amparados en soflamas alarmistas transformar una ciudad cómodamente rodada para el consumo en un yermo paradisíaco para perrofalutas que únicamente se pueden permitir desplazarse en bicicleta. En definitiva, un nuevo asalto en la eterna batalla entre Las dos Españas.

Madrid Central prevalecerá con total seguridad frente a los intentos de la derecha más rancia por borrarlo del mapa. Las amenazas y las sanciones europeas surgirán su efecto y el trifachito recogerá pronto cable antes de que las cosas se compliquen demasiado. Seguramente esto provocará un cruce de acusaciones entre los de Abascal y sus avergonzados socios, pero tal y como ya deben saber los inquilinos del consistorio madrileño, Europa siempre termina llevando la razón. El problema será otro, se dibujará en un tema tan delicado y urgente como la contaminación atmosférica convertido sin apenas esfuerzo en un campo de batalla más entre diferentes formaciones políticas. Todo esto no se trata de salvar Madrid Central, sino de lograr salvar nuestro planeta y con ello a ser posible, salvarnos nosotros mismos. 

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