Empresaurio

Con una patronal obstinada en la acumulación y en ahogar la renta disponible de las personas trabajadoras, la incertidumbre global en los planos político, tecnológico y energético, y una concentración de la riqueza sin precedentes inmediatos, el panorama no es halagüeño.

Por Ricard Bellera

Viva la paradoja. Mientras el Banco Santander anunciaba esta semana unos beneficios acumulados de 7.316 millones en el 2022, sus acciones caían en bolsa un 5%. La confianza lo es todo en economía, y, a pesar del rédito extraordinario, el panorama no es alentador. Las previsiones de consumo de los hogares para el 2023 y 2024, con una devaluación del poder adquisitivo del 9% en un año, se han corregido a la baja. Cuando el 35% de los consumidores europeos recurre a sus ahorros o al crédito para pagar las facturas, y las compras se concentran en los productos básicos, algunos accionistas deben estar planteándose que el dinero no se come, y que el capital, si no circula y se invierte para generar excedentes, acaba pudriéndose. Es sencillo. La demanda depende del consumo de los trabajadores, del consumo de los y las rentistas y de la ampliación del mercado, abriéndose a nuevos colectivos o espacios geográficos. Con una patronal obstinada en la acumulación y en ahogar la renta disponible de las personas trabajadoras, la incertidumbre global en los planos político, tecnológico y energético, y una concentración de la riqueza sin precedentes inmediatos, el panorama no es halagüeño. Menos aún cuando el banco central incrementa los tipos de interés siguiendo la estela de una Reserva Federal que, a pesar suyo, tiene agenda propia.

Poner el capital en circulación requiere de una confianza que parece disiparse día a día. También en el plano institucional. La contradicción aparente entre la política fiscal, que trata de estimular la inversión para avanzar en el cambio del modelo productivo, y la política monetaria, que limita el crédito disponible y atenaza el consumo, supone un lastre para la estabilidad y el crecimiento. La apuesta por apaciguar la fiebre de los precios congelando la economía, comporta un riesgo evidente y pone en duda la fiabilidad del médico, eso es, de las instituciones que ostentan el poder sobre las palancas de ajuste macroeconómico. La sombra de una recesión con inflación se cierne sobre el horizonte, y es un auténtico contrasentido, porque el mercado laboral traslada indicadores como no se habían visto en décadas, con una reducción de las tasas de paro, de temporalidad y de parcialidad, que comportan una estabilidad en la contratación que es óptima para invertir en adaptación tecnológica y mejora de la productividad, y una consistencia en la demanda que puede amortiguar la sensibilidad a los ciclos a los que estamos tan expuestos. Pero ahí están, no los accionistas, sino los empresaurios, que son aquellos que confunden beneficio y riqueza.

Escribía hace poco Russel Napier sobre la represión financiera, y lo único que convendría salvar de su artículo es el concepto, pero corrigiendo el sentido que le imprime. Dice este inversor escocés que, con tal de hacer frente a una deuda pública desorbitada, los gobiernos han empezado a ejercer un control sobre el dinero que elude el papel de los bancos centrales. Esta operación se realizaría mediante la emisión de garantías estatales sobre el crédito bancario, generando un exceso de oferta monetaria que iría en detrimento de las estrategias de los inversores en bonos y acciones. Dice Napier literalmente que lo que los gobiernos estarían haciendo es

robar dinero a los ahorradores y a las personas mayores lentamente (…) y la ‘parte lenta’ es importante para que el dolor no se haga demasiado evidente.

No se cuestiona el inversor el origen de la deuda, ni tampoco diferencia entre personas mayores, aunque es previsible que no se refiera a los 2,2 millones de pensionistas que sobreviven con una pensión mínima en nuestro país, sino a aquellos que disfrutan de un fondo de capitalización y que por tanto están en la misma tesitura que los ‘ahorradores’. Pero lo de la represión financiera da juego y está por ver si el propio Napier no es también un represor financiero.

La primera víctima de la represión financiera ha sido y sigue siendo la economía real. Los represores no han sido los gobiernos, sino los especuladores que han primado sus réditos a expensas de unos excedentes que se han ido trasladando de un país a otro hasta que la globalización ha hecho el mundo demasiado pequeño. Ahogar la demanda trasladando la producción por la geografía mundial o generar riqueza en base a futuros que se realizan en un presente continuo, es un juego que comporta múltiples riesgos. Omite la relación que existe entre trabajo y capital, aquello de que si el trabajador no tiene para pagar su propia manutención, es muy difícil que se reproduzca el capital, por mucho que se muevan los millones por el tablero. Cuando este resulta ser finito, la ficha acaba volviendo inevitablemente a la casilla de salida y lo que tiene lugar entonces es una crisis generalizada. La represión financiera se realiza en cada empresario que trata de aumentar su rendimiento más allá de lo que mejora el poder de compra de las personas trabajadoras, en cada rentista que piensa que el dinero se reproduce por sí solo, sin pasar por el factor humano del trabajo.

Este tipo de empresario al que llamaremos ‘empresaurio’, por ser propio de otra era, y por vivir al límite hasta conjurar su propia extinción, es un puro extractor de rentas, ya sea mediante inversiones, bonificaciones o exigiendo medidas excepcionales por ser demasiado grande para caer. Es el empresario que no quiere entender que el emprendimiento o el liderazgo tienen una función social, y que para ser líder hace falta asumir que se forma parte de un colectivo. Es el empresario, en definitiva, que no entiende el papel de la demanda, el que cree que la codicia es señal de determinación y
fuerza, el que piensa que el trabajo es una sumisión inevitable de aquellos que no sólo tiene menos recursos sino también menos luces. Su medio natural es el individualismo y su caldo de cultivo la ideología neoliberal, la misma que está llevando al límite el sistema en el que vivimos. Frente a este tipo de actitud la única respuesta posible es la de movilizarse. Para salvar el propio salario y renta. Para salvar el estado del bienestar al que alimentamos con nuestras cotizaciones e impuestos. Para salvar singularmente nuestra economía y nuestro medio de vida.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.