«¿Podemos decir que este sistema se ha construido más para los neurotípicos que para los neurodivergentes?»
Nerea Fernández Cordero
Hay una palabra que a muchas nos encanta y a otros les rechina: diversidad. La diversidad es la realidad del conjunto de la sociedad, por mucho que haya gente que intente borrarla, debatirla o defender que es una trampa. La sociedad es diversa, la clase trabajadora es diversa, la educación es diversa y hoy me voy a parar a analizar una relación que quizás no es muy común en el debate: la neurodiversidad y el capitalismo.
Entendemos la neurodiversidad como el concepto que subraya que el funcionamiento humano es diferente en cada persona porque sus cerebros funcionan de manera distinta, siendo un resultado de variaciones normales en el campo neurológico y sin caer en la necesidad de hablar de trastornos o alteraciones en el desarrollo.
A pesar de la ilimitada variabilidad de la neurodiversidad humana, ciertas personas tienen un conjunto de rasgos que las distinguen de las demás. De hecho, sin tener en cuenta las variantes individuales, la mayoría de las personas tienen un desarrollo neurológico que puede considerarse típico estadísticamente, llamados neurotípicos. Sin embargo, entre un 15 y 20% de la población, tiene un desarrollo neurológico que difiere en algunos aspectos de la mayoría, lo que estadísticamente se denomina atípico. Estos individuos se denominan neurodivergentes, y entre ellos se encuentran las personas con TEA (trastorno del espectro autista), dislexia, TDAH (trastorno de déficit de atención e hiperactividad), discalculia o disgrafia, entre otras divergencias. La “normalidad” no reside en los neurotípicos (¿qué es “ser normal” o cuál es el parámetro que mide la “normalidad”?) ni las personas neurodivergentes tienen deficiencias o están enfermas: simplemente las conexiones cerebrales entre neurotípicos y neurodivergentes funcionan diferente. Por eso hablamos de neurodiversidad.
En los últimos años, sobre todo gracias a plataformas como TikTok, muchos jóvenes neurodivergentes pueden compartir consejos y su día a día haciendo ver que la salud mental no es tabú, que la sociedad es neurodiversa y que hablar abiertamente de sus experiencias puede ayudar a mucha gente a entender su comportamiento o, incluso, acudir a los profesionales para recibir un diagnóstico. Está habiendo un aumento en el diagnóstico (emitido por profesionales, vamos a recalcar que los auto-diagnósticos no son recomendables y hay que acudir siempre a los profesionales) de TDAH en adultos que no fueron diagnosticados en la infancia gracias a que las nuevas generaciones son más abiertas a tratar públicamente estas cuestiones y compartirlo.
Reflexionando sobre la neurodiversidad encuentro que el sistema y sociedad capitalista en el que vivimos, donde la supervivencia del sistema reside en la explotación tanto nuestros recursos como a la clase trabajadora, las personas neurodivergentes no encajan en las expectativas cuadriculadas y tradicionales que lo sustentan. Hay varios estudios que señalan que las personas en el espectro autista son son más propensas a rechazar las normas sociales estereotipadas, incluyendo el sistema binario de roles de género. Al categorizar de manera diferente el mundo en el que vivimos, las personas neurodivergentes son capaces de ver otro tipo de conexiones que quizás a la población más numerosa, la neurotípica, se le escapa, y viceversa.
¿Podemos decir que este sistema se ha construido más para los neurotípicos que para los neurodivergentes? Dudo que ni siquiera se haya tenido en cuenta la neurodiversidad, pero desde luego sería interesante abrir el debate. Muchas personas neurodivergentes ocultan sus rasgos para poder encajar, sobre todo en los puestos de trabajo. Las personas con TEA ocultan el “stimming”, si lo tienen, que no es otra cosa que hacer estímulos repetitivos sonoros o motores para ayudar a calmarse y controlar sus emociones; otra persona con hipersensibilidad sensorial tiene que aparentar que los ruidos y las voces, frecuentes en espacios compartidos de trabajo, no le afectan o no dificultan su tarea; una persona con TDAH se la tilda de torpe, olvidadiza o que no escucha, cuando simplemente su atención está focalizada de otra manera. Al final, cuando no se habla abiertamente o se ocultan los rasgos que caracterizan a los neurodivergentes, por temor a ser despedidos, acaban siendo tildados de “raritos” en la cultura de empresa. Porque fingir ser una persona que no eres no solo es agotador, sino que es imposible fingir durante un período largo de tiempo. O podemos hablar del caso contrario: algunas empresas están queriendo explotar la neurodiversidad y contratar neurodivergentes como “ventaja competitiva empresarial”. Uno de los mitos de las neurodivergencias es creer que tienen una inteligencia más alta que los neurotípicos: las personas con síndrome de Asperger, categorizado dentro de los TEA, están cansadas de luchar con este estereotipo. “Contrata personas con TDAH: tienen la habilidad para hiperfocalizarse y trabajar con una enorme calidad cuando hay fechas límite muy cercanas”, es decir, bajo estrés y ansiedad.
En conclusión, la neurodiversidad, al igual que la biodiversidad, no es más que la coexistencia de diferentes personas, rasgos y cerebros que conforman la sociedad en su conjunto. Apartarnos de las categorizaciones de “normal” y “trastornos” o “enfermos”, puesto que son erróneas. Entender la neurodiversidad como entendemos los ecosistemas: diferentes pero que nos necesitamos para nuestra propia supervivencia y progreso.
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