Infancias, cuidados y empoderamiento

Somos una sociedad que no tiene paciencia con nuestras peques y que vivimos irritadas porque, si vamos a la raíz del problema, no tenemos tiempo para dedicarles ergo tampoco podemos formarnos para educarles.

Por Nerea Fernández

Hace unas semanas leí una nota de opinión que, desde un tono cuanto menos soberbio y paternalista, el autor llamaba “Consejo de Niños Repipis” al Consejo Estatal de Participación de la Infancia, alegando que “a los niños no se les empodera, se les protege”. Este Consejo se compondrá de menores de 8 a 17 años donde las instituciones podrán escucharles. La propuesta, que se ha hecho ley, se ha aprobado desde el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, era una demanda de las infancias en España a través de UNICEF y la Plataforma de Infancia desde hace años en la que, señalo por si no se sabía, estos consejos de participación ya se estaban haciendo a nivel local y autonómico, simplemente pedían una plataforma estatal. También refresco la memoria por si acaso: ya se reconoció el derecho de participación de la infancia (artículo 12) en la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas nada más y nada menos que en 1989. Es decir, muy nuevo no es. Y dado que llevo formándome y trabajando en la educación infantil y sector de los cuidados desde hace más de 10 años, creo que puedo afirmar que sé de lo que hablo. Con mi profesión, queridas, no tengo síndrome de la impostora. Vamos a hablar de las infancias.

¿Por qué infancias en plural?

Todas las infancias tienen los mismos derechos pero no las mismas oportunidades ni las mismas realidades, y hay que tener esto en cuenta. No van a vivir las mismas experiencias un niño que una niña, ni van a tener una infancia parecida una niña o niño con un nivel socioeconómico estable que menores no acompañados que han llegado a nuestro país acogidos al derecho de asilo, o familias monomarentales o monoparentales, infancias trans, peques que están en un centro de acogida o donde ambos progenitores tienen que trabajar explotados haciéndose cargo de los más pequeños los hermanos mayores u hogares desestructurados y vulnerables. Las infancias, da igual que sea en España que en cualquier otro país, son diversas y diferentes, y no hablar de ello no va a hacer que desaparezcan. No va a tener las mismas oportunidades una niña que ha nacido en Navarra, donde el riesgo de pobreza infantil y exclusión social es de un 11,7% a una niña nacida en Extremadura donde alcanza la friolera de un 48,2%, siendo la tasa de pobreza infantil más alta de España y duplicando la tasa europea, de un 24%.

Pensar que podemos meter a todas las criaturas en burbujas para que puedan disfrutar de sus infancias sin ningún tipo de preocupación es un sueño bonito, pero no es real. Ojo, tampoco son nuestros terapeutas a los que cargarles con nuestros problemas, pero no todas las infancias se pueden permitir no darse cuenta de su realidad; empoderarles sería, precisamente, protegerles. Las infancias tienen voz aunque muchos no quieran escucharlas.

Además aquí también hay un concepto que me escama, tratarles como si no entendiesen. Evitar ese menosprecio se trata en cualquier manual de educación: cuando las peques tienen preguntas o pasan por procesos emocionales difíciles o procesos vitales en su desarrollo, lo mejor es escucharles y contarles, con herramientas y vocabulario acorde a su edad, desde cuentos hasta juegos, lo que están viviendo y contestar a sus preguntas. Intentar correr un tupido velo es bastante negligente. Es mejor que conozcan herramientas para poder protegerles que no meterles en una burbuja irreal que les hace sentirse lejos, donde no importan o estorban.

Reflexionando sobre el papel que cumplen las infancias y juventudes en nuestra sociedad, me encuentro con que es bastante común menospreciarles constantemente por su inexperiencia, ¡como si fuese una debilidad! Se nos olvida que somos precisamente  las personas adultas las que tenemos que crear escuela: educarles, enseñarles, empoderarles y hacerles entender que el no saber no es sinónimo de vergüenza, sino una oportunidad para aprender.  Que pueden permitirse tener errores. Las preguntas no nos deberían irritar tanto. Tenemos que crear espacios seguros donde sientan que, aunque fallen, vamos a seguir ahí. Somos una sociedad que no tiene paciencia con nuestras peques y que vivimos irritadas porque, si vamos a la raíz del problema, no tenemos tiempo para dedicarles ergo tampoco podemos formarnos para educarles. El capitalismo nos obliga a tener peques, pero no nos deja cuidarles ni disfrutar ni crecer a su lado. Desde hace tiempo vemos en las noticias que  muchos hoteles, restaurantes o vagones de tren se plantean colgar el cartel de “no se permiten niños”: el colmo de la individualidad frente a la comunidad y un odio normalizado hacia las infancias. Y de este burro no me bajo.

Si entendiésemos todos estos conceptos, tratásemos a las criaturas como personitas que no son de nuestra propiedad y comprendiendo que, incluso las que más sabemos de todo, las personas adultas soberbias, podemos aprender muchísimo de las infancias no caeríamos en el menosprecio constante. Cambiemos nuestra percepción de nuestros menores, quizás así nos replantearíamos el llamar repipis a las infancias que en situación de vulnerabilidad van a poder ser, simplemente, escuchadas.

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