Por muchos avances que hemos logrado aún nos queda por abordar uno bastante serio: cómo la sociedad y el mercado de la vivienda nos sigue castigando por estar solteras.
Nerea Fernández Cordero
Cuando tenía 17 años me fui a estudiar y vivir fuera de casa. Compartía piso con otras tres chicas en Salamanca. Era la primera vez que salía de casa de mis padres y la primera que compartía piso con gente a la que no conocía. Con 22 años emigré a Alemania y me fui a vivir con una familia que tampoco conocía. A los 23, volví a emigrar, esta vez con destino a Irlanda. En los más de siete años que llevo residiendo en esta isla me he mudado de piso unas siete veces mínimo, siempre compartiendo casas con varias habitaciones ocupadas por personas diferentes que iban y venían. Durante estos años también he vivido una temporada en Escocia, una vez más compartiendo piso con gente extraña. He convivido con mucha gente diferente y de diferentes países. Con algunas sigo teniendo relación, pero con la mayoría, en cuanto se mudaron y dejaron las llaves, desaparecieron de mi vida. Yo también he dejado muchas llaves y he desaparecido de sus vidas.
En tan solo dos meses voy a cumplir los 30 y aunque siendo joven me propuse ser siempre extrovertida y conocer a tanta gente como pudiera, la verdad que ahora mismo lo único que quiero es tener mi propio refugio y espacio. Mis prioridades y necesidades van cambiando conforme he ido madurando. Y está bien que así sea. Pero en todos estos años jamás he podido ni siquiera plantearme el poder alquilar algo para mí sola, ya que mi sueldo no me lo permite. No pido mucho: una habitación, una cocina, un baño, un salón donde poder tener mis libros (a ser posible en estanterías y no apilados en los rincones que voy encontrando en mi habitación o debajo de la cama), mis pinturas y, si pudiese, un pequeño balcón para tomar el café del desayuno y poder tener algunas plantitas. Ya está. No hablamos ni siquiera de comprar un piso para mí sola, un proyecto inalcanzable. Tristemente, no me tomarían en cuenta ni tan siquiera para acceder a una hipoteca, ni en Irlanda ni en España.
Convivir siendo precarias y solteras
Reflexionando, la imposibilidad de acceder a mi propio refugio está relacionado con varios factores: la vivienda como producto de mercado y no como derecho básico fundamental, la resistencia de los gobiernos de no regular los precios del alquiler, el nivel de vida excesivamente caro y sueldos que no llegan para poder tener una vida independiente, sobre todo para las trabajadoras que nos dedicamos a los sectores más feminizados y que, por lo tanto, son más precarios.
Es desolador que en nuestra treintena e incluso cuarentena tengamos que seguir compartiendo piso con extraños porque no podemos permitirnos alquilar nuestro propio espacio. Ahora los medios se inventan otras palabras que maquillan la realidad de ser precarias y cómo el mercado de la vivienda explota esta situación, lo llaman co-living. Cuando explico esta preocupación tanto personal como social a mis conocidos la reacción siempre es la misma: espera a tener pareja, entonces podrás tener tu propio espacio.
Pero mi pregunta es, ¿por qué la sociedad nos castiga por no tener pareja? Una relación no debería ser el pegamento que necesitas para mantener tu vida estable y segura. Una relación debe ser dos personas (o más personas en el caso de las relaciones poliamorosas), independientes económicamente, que deciden en su libertad crear un camino juntas y compartir su vida. Pero no puede haber libertad e independencia si no se dan las condiciones materiales para ello, de ahí que la sociedad capitalista nos fuerce a tener relaciones de pareja en pos de nuestra supervivencia económica, sobre todo para las trabajadoras más precarias. Muchas relaciones abusivas o de maltrato se dan precisamente por este motivo: las mujeres, aunque trabajemos, vamos a estar más precarizadas que nuestra pareja masculina (en las relaciones heterosexuales) por lo que en muchos casos las mujeres maltratadas no pueden abandonar el hogar conyugal por no tener esta independencia económica. En pleno 2021 seguimos sin estar totalmente emancipadas.
Muchas autoras ya escribieron sobre este concepto de soltería, emancipamiento femenino y capitalismo: desde Flora Tristán a Rosa Luxemburgo pasando por la posición de Alexandra Kollontai y cómo debemos inventar otra manera de relacionarnos y cambiar las dinámicas sexo-afectivas que repetimos casi sin cuestionar (aunque estamos en el camino) bajo el capitalismo, tratado en su libro Autobiografía de una mujer sexualmente emancipada. Otro libro interesante a tratar en este espacio es el ensayo de Kristen Ghodsee y su ¿Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo? Y otros argumentos a favor de la independencia económica donde sostiene la idea que “el capitalismo no regulado es malo para las mujeres y si adoptamos algunas ideas del socialismo la vida de estas mejorará. […] el socialismo fomenta la independencia económica y mejora las condiciones laborales, la conciliación laboral y familiar y, sí, incluso las relaciones sexuales”. Partiendo del hecho que el capitalismo no se puede regular puesto que es un sistema que basa su riqueza en la explotación laboral y de los recursos naturales, si queremos tener una emancipación real de la mujer y de todas aquellas personas que no entran dentro del sistema binario heteropatriarcal, hay que superar el capitalismo.
Mientras la sociedad siga viviendo bajo el capitalismo ergo patriarcal, las relaciones sexo-afectivas van a seguir un patrón abusivo y las personas precarias que estamos solteras vamos a seguir sin poder tener un espacio para nosotras. No solo el capitalismo nos impide tener una emancipación económica, tampoco una independencia emocional y personal. En esta sociedad patriarcal, a las mujeres solteras se nos ve como rotas, incompletas, exigentes, cascarrabias y bastantes adjetivos más en torno al “hay algo que no funciona contigo”. En mi opinión, el estado natural de cualquier persona es la soltería, el estar en pareja sería cuando libremente (emocional y económicamente) decidamos formar y crear una relación, siendo esta una etapa más de tu vida, pero que no se perciba como el “comienzo del resto de tu vida”. Para conseguir romper con el estatus del capitalismo que nos obliga a tener pareja para poder emanciparnos necesitamos de nuestro lado políticas que nos faciliten el acceso a la vivienda, tanto si estás soltera como si estás en pareja, aparte de políticas que impidan la precarización de los sectores laborales feminizados.
Mis proyectos de vida no pasan por tener una pareja, para mí no es un objetivo a cumplir. Seguir formándome en mi profesión, conseguir hablar los idiomas que me apasionan, seguir aprendiendo en mi militancia política, lograr controlar la técnica de la pintura al óleo, escribir un libro, son algunas de las cosas que sí son objetivos, por poner ejemplos. Si conozco a alguien y queremos formar una relación compartiendo nuestra vida conviviendo el tiempo que sea, bienvenido, no es una idea a la que me resista. Pero como no es una meta en mi vida, ¿por qué sé que no podré acceder a una vivienda propia siendo soltera y precaria? Mi vida, como ya he dicho, no va a empezar cuando esté emparejada: mi vida ya la estoy viviendo. Y como tal, quiero tener el derecho a tener una habitación propia.
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