No faltaron los intentos variados, diversos y plurales de regenerar España. Modestos intentos que se agrupaban, colaboraban, eran perseguidos, desaparecían y volvían a nacer de diferentes modos y maneras.
Por Francisco Javier López Martín
Este país comienza a despeñarse por los barrancos de la desvergüenza más absoluta. Me lleno de indignación cuando me asaltan las noticias sobre los grandes pelotazos en el Ayuntamiento de Madrid con la compra de material sanitario, con comisionistas de la alta sociedad, parientes del alcalde y avales municipales ante los chinos.
Me exaspero cuando me llega al poco otra noticia sobre los negocios y comisiones acumulados por la empresa de un famoso futbolista y un alto responsable del Futbol español a cuenta de la operación de llevarse la Supercopa de España a Arabia Saudí. No podía faltar una mención especial, a modo de cameo, del emérito.
Es grave el asunto que ya va camino de la Fiscalía, pero lo más alarmante es el descaro, la naturalidad, la normalidad y hasta la chulería con la que se defienden los protagonistas hablando de honor, valores deportivos, beneficios para las mujeres saudíes, donaciones sociales y demás lindezas. Un tema comercial (dicen), completamente legal (eso ya se verá), pero absolutamente inmoral (eso lo pienso yo y alguna que otra gente como yo, seguro).
Recuerdo aquellos tiempos en los que se presuponía la inocencia de cualquier persona ante la ley, salvo en el caso de los concejales de urbanismo, a los que siempre había que considerar presuntos culpables. Era tal vez el resultado de una Historia de España en la que traficar con tierras era la principal fuente de enriquecimiento.
El problema es que esa presunción de culpabilidad se ha generalizado en todos los ámbitos de la sociedad, desde las más altas instancias a los más bajos quehaceres. La picaresca, el abuso, el engaño, se han convertido en parte de la vida nacional, hasta el punto de que lo aceptamos y lo damos por descontado.
Nuestra inolvidable dictadura franquista se ha perpetuado hasta nuestros días a base de recalificaciones urbanísticas y pelotazos inmobiliarios. La construcción, junto al turismo y mandar a miles de españoles al extranjero a buscar dinero, se ha convertido en la estructura básica del modelo de crecimiento español del que nadie nos ha sacado aún.
Somos el país de las aberraciones y las deformidades sólo interpretables en su reflejo en los espejos cóncavos y convexos del Callejón del Gato, en el que nos sitúa Valle-Inclán, para explicar el funcionamiento del género teatral del esperpento como forma de interpretar la realidad nacional, al que se refiere su protagonista de Luces de Bohemia, Max Estrella.
Fue la corrupción instalada en todas las instituciones la que dio lugar a ese descontento nacional, a esa resignación, a esa condena aceptada, ante los males tradicionales, los problemas seculares, que nunca nadie se ha atrevido a afrontar, sin correr el riesgo de ser expulsado, excluido, fusilado junto a cualquier pared de cementerio.
Hubo siempre en nuestra Historia intentos declarados de superar el modelo corrupto, explotador, esperpéntico. No nos han faltado los comuneros y las germanías, nuestros ilustrados al estilo de Jovellanos, los constitucionalistas gaditanos, los liberales, los republicanos, las feministas, los socialistas y sus derivaciones comunistas, los libertarios, la Institución Libre de Enseñanza de Giner de los Ríos y la Escuela Moderna de Ferrer i Guardia.
No faltaron los intentos variados, diversos y plurales de regenerar España. Modestos intentos que se agrupaban, colaboraban, eran perseguidos, desaparecían y volvían a nacer de diferentes modos y maneras. No faltaron en nuestra Historia, pero hoy se echan de menos, como si hubiéramos aceptado una lógica compuesta de cierta sumisión, acatamiento, cinismo, incredulidad resignada y escepticismo.
Como si nuestra sociedad viviera encerrada en sí misma, incapaz de crear corrientes de pensamiento y cooperación que transformen una realidad que cada vez es más insostenible y más contaminante de nuestras relaciones económicas y sociales.
Pero eso significa dejar de pensar sólo en cómo va lo mío. Exige denunciar y expulsar la chulería de aquellos a los que hemos convertido en héroes, cuando sólo eran niños caprichosos y malcriados, que hicieron lo que veían hacer a su alrededor. Exige educar generaciones actuales y futuras para la libertad, la responsabilidad, la solidaridad y el compromiso.
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