El peor escenario de todos se ha desatado en Ucrania: la guerra. El conflicto es el resultado de haber tensado la situación hasta el límite, siendo los principales culpables EEUU, la OTAN y Rusia. Solo hay una única víctima, el pueblo ucraniano que sufrirá las tristes y lúgubres consecuencias de este escenario.
Por Manuel del Valle
En ningún momento pensé que la guerra fuera un escenario posible en Ucrania. Está claro que como futurólogo no haré carrera, por eso como doctor en Historia Contemporánea trataré de analizar cómo hemos caminado hasta llegar a la situación actual. No obstante, en primer lugar, quiero mostrar mi rechazo a la guerra, como así hice en 2014 y como lo hago con cada conflicto imperialista en el mundo. Tan lamentable me parece una como otra, pero no está mal recordar que el conflicto ucraniano comenzó hace ocho años (2014), pero entonces éramos pocos lo que nos manifestamos en el mismo sentido en el que lo hacen hoy la inmensa mayoría.
Aclarada mi postura personal comenzaremos con un breve análisis histórico, si bien para seguir con más profundidad el tema recomendamos leer el artículo de mis compañeros Dani Seixo e Ignacio Hutín, así como varios vídeos del canal de Youtube de “Ahí les va” y de Roberto Vaquero.
Fue en la tercera parte de la serie de artículos sobre La mala praxis de la educación superior española al enseñar qué es el comunismo cuando hablamos sobre el referéndum que se realizó en la URSS acerca de la conservación de la Unión en marzo de 1991. Para simplificar, recordemos que se emitieron 148,5 millones de votos, de los que 116 millones fueron a favor de la conservación, es decir, el 76,4% votó afirmativamente. Concretamente en la República Socialista de Ucrania los resultados fueron superiores a la media, pues 31,5 millones de ciudadanos y ciudadanas emitieron su voto, obteniendo el sí a favor de la Unión un 82,7% (poco más de 26 millones votos). Tomando esto en consideración, no es extraño que la sociedad ucraniana se encuentre polarizada hoy (30 años después de la desaparición de la Unión Soviética), con una parte occidental más inclinada a la UE y la oriental más prorusa.
Este último aspecto no solo podemos comprobarlo en el ámbito político, sino también en el cultural y lingüístico, pues como indica Ignacio Hutin en el artículo Ucrania/Donbass: Una renovada Guerra Fría, el ruso es el idioma nativo de la mayor parte de la población oriental de Ucrania, mientras que el ucraniano es el que predomina en la zona occidental.
Esta dicotomía se mantuvo sin mayores sobresaltos hasta mediados de 2013, cuando el presidente Víktor Yanukovich, de clara inclinación prorusa, se negó a establecer con la Unión Europea una zona de libre comercio de la que se excluía a Rusia, por entonces principal socio económico y político de Ucrania. Ante esta decisión hubo importantes manifestaciones, pues parte de la población pensaba que su país se estaba alejando de la “democracia europea” para aproximarse al “autoritarismo ruso”.
Es este caldo de cultivo el que facilitó la organización de grupos armados para enfrentarse al gobierno, en cuyo seno se hallan numerosos componentes nazis. La presión fue tal, pacífica y especialmente armada, que el gobierno fue derrumbado. El reverso de la moneda lo encontramos en el Este, precisamente en el territorio en el que se ha desatado el conflicto en estos últimos meses. Nuevos grupos armados se opusieron a los ultranacionalistas y nazis ucranianos, pues muchos pensaban que sus derechos como ciudadanos rusófonos se veían amenazados con las nuevas autoridades, iniciándose una guerra con tintes civiles en el mes de abril de 2014. Pero no olvidemos que las acciones armadas fueron comenzadas por aquellos grupos de paramilitares nazis, siendo una de las acciones más abominables la masacre de la Casa de los Sindicatos de Odesa contra la población de etnia rusa. Los separatistas tomaron el control y proclamaron la independencia de la República Popular de Donetsk y de la República Popular de Lugansk. Si bien es cierto que esto no se hubiera podido llevar a cabo sin la ayuda de Rusia, tanto económica como material, puesto que el Kremlin consideraba que la caída del gobierno de Yanukovich se había producido por un golpe de estado.
Tampoco debemos olvidar la situación de Crimea en aquellos meses de tensión pues, al igual que en los territorios del Este, había una gran mayoría de población partidaria al acercamiento a Rusia. Los grupos separatistas que controlaban la península, pidieron a Rusia que interviniera para evitar que se desatara una violencia desmedida, como así ocurrió en el Donbass. Putin autorizó el envío de tropas a Crimea, justificando su decisión en la existencia de elementos ultranacionalista que representaban “una amenaza real para la vida y la integridad de numerosos ciudadanos y compatriotas rusos que se encuentran en territorio ucraniano” y “que si se propaga la violencia a las regiones del este de Ucrania y a Crimea, Rusia se reserva el derecho de proteger sus intereses y a la población rusoparlante que reside allí”. En consecuencia desde marzo de 2014, las fuerzas rusas operaron en Crimea, con lo cual las autoridades aprovecharon esta circunstancia para declararse independientes de Ucrania, celebrando a mediados del mismo mes un referéndum que contenía las siguientes opciones:
Opción 1: “¿Está a favor de la unificación de la península de Crimea con Rusia como sujeto de la Federación?”
Opción 2: “¿Está a favor de la restauración de la constitución de Crimea de 1992 y del estatus de la península de Crimea como parte de Ucrania?”
La participación en el mismo fue del 83,1%, por tanto, se emitieron más de 1,27 millones de votos de poco más de millón y medio que estaban registrados para ejercer su derecho. De estos, el 96,77% optó por la anexión a Rusia (1,23 millones), mientras que solo el 2,51% (casi 32.000) votaron en contra.
El 21 de marzo, Vladimir Putin, firmaba la ley de adhesión de Crimea y Sebastopol a la Federación Rusa, aludiendo al derecho de la población de la Península a decidir su propio futuro, aunque la unión implicaba que Rusia ganaba un enclave estratégico de suma importancia, ya que el 70% de la infraestructura de la Flota del Mar Negro se encuentra en dicha península.
Toda esta situación es el origen de la guerra en Ucrania, que comenzó en 2014, no en 2022. De hecho, desde entonces ha habido más de 13.000 muertos, siendo 3.300 de ellos civiles. A la vez que más de 100.000 personas huyeron buscando refugio en el vecino territorio ruso. Otras de las consecuencias fue la ilegalización del Partido Comunista desde diciembre de 2015, una decisión que no es muy “democrática” y que pocos medios se han preocupado de difundir.
Sin embargo, fue en aquel año cuando se intentó buscar una salida negociada al escenario bélico. En consecuencia, a finales de 2015 se firmaron los Acuerdos de Minsk entre Rusia, Ucrania, la región del Donbass, Francia y Alemania. Según lo acordado, el gobierno de Kiev debía buscar un arreglo negociado con los “rebeldes” para poner fin al conflicto, pero nunca ocurrió tal cosa. De esta manera, tanto el presidente Poroshenko como su sucesor Zelenski decidieron recuperar el control de aquel territorio sin contar con las Repúblicas autoproclamadas. Estos acuerdos han sido continuamente violados por Ucrania al fomentar y apoyar a los grupos paramilitares nazis e incluso, al bombardear los territorios en cuestión como ocurrió en los días previos a la invasión rusa.
Por otro lado, hay que insistir en la existencia de elementos nazis y fascistas en Ucrania, que han cometido numerosas tropelías y crímenes, fomentando la situación de guerra.1 El 16 de diciembre de 2021, la ONU aprobó una resolución para combatir la glorificación “del nazismo, el neonazismo y otras prácticas que contribuyen a exacerbar las formas contemporáneas de racismo, discriminación racial, xenofobia y forma conexas de intolerancia”. La misma recibió el voto a favor de 130 países, 49 se abstuvieron (entre ellos los miembros de la UE) y solo dos votaron en contra: EEUU y Ucrania.
En Ucrania, estos nazis combaten en la zona del Donbass desde 2014, como es el caso del batallón de Azov, de clara ideología supremacista de la raza blanca y cuyo logo está ambientado en el de las SS. El Ministerio Interior Ucraniano ha dado muestras de apoyo a este grupo, así como al Mirotvórets, una organización que publica información personal de aquellos a los tachan de “enemigos de Ucrania”. Estos grupos actúan con total impunidad en el país europeo, puesto que en la capital se han producido varios desfiles para rendir homenaje a los voluntarios ucranianos que lucharon en las filas de las SS frente al Ejército Rojo, al igual que se han pronunciado numerosos discursos en favor del colaboracionista nazi Stephan Bandera.
Desde 2021 la situación se volvió cada vez más tensa. Desde aquel momento, los grandes medios de comunicación comenzaron a hablar de una inminente invasión rusa. Fue en el mes de abril cuando los incidentes armados aumentaron enormemente. Por si fuera poco, la movilización de tropas rusas en Crimea y en la zona fronteriza con Ucrania hizo que EEUU y sus aliados rápidamente acusaran al gobierno ruso de estar detrás del aumento de la escalada de violencia. Paralelamente, en aquel mes Ucrania presionaba para que se acelerara su ingreso en la OTAN.
Ucrania se ha ido acercando poco a poco a esta alianza militar, puesto que desde febrero de 2019 el gobierno ucraniano logró modificar la Constitución para dar visos de legalidad a una posible entrada en la Alianza Atlántica. Incluso, la presencia de EEUU se ha hecho cada vez más notable, pues el propio gobierno estadounidense ha reconocido tener 200 miembros de la Guardia Nacional en misiones de asesoramiento y asistencia en Ucrania.
Sin embargo, Rusia jamás toleraría una presencia militar de EEUU y sus aliados en un territorio tan próximo a su frontera, puesto que la seguridad rusa, quedaría en entredicho. Unas instalaciones militares en Ucrania indicaría que una posible amenaza nuclear estaría a tan solo 5-7 minutos de las ciudades rusas, con lo cual una posible reacción sería imposible, anulando el principio de destrucción mutua asegurada (Inna Afinogenova lo explica bastante bien en un vídeo titulado Líneas rojas de Rusia ante la OTAN en Ucrania: origen, en qué consisten y por qué importan). Tampoco es que esta idea se trate de una teoría conspirativa sin fundamento, ya que el Jefe de la Oficina del Presidente de Ucrania, Andréi Yermak, indicó en abril del año pasado que los misiles Patriots de EEUU no deberían estar en Polonia, sino en su país; otra declaración parecida fue la del parlamentario Nikita Poturáyev, quien señaló en marzo de 2020 que si su país tuviera la bomba atómica el problema con Rusia se resolvería de una vez por todas. Este punto es capital para comprender la actual situación que vivimos. Además, Rusia protesta desde hace más de 25 años por el continuo acercamiento de la OTAN a sus fronteras. Al desaparecer la URSS hubo una promesa verbal de la OTAN para no expandirse hacia las fronteras rusas, pero si en 1991 había 16 miembros, en la actualidad cuenta con 30: en 1999 ingresaron Hungría, la República Checa y Polonia; en 2004 fue el turno de Estonia, Letonia, Lituania, Bulgaria, Rumania, Eslovenia y Eslovaquia; en 2009 lo hicieron Albania y Croacia; en 2017, Montenegro; y por último (de momento, pues ya veremos qué ocurre con la Ucrania que salga de la guerra), en 2020, Macedonia del Norte.
También hay que recordar que EEUU y sus aliados han suministrado toneladas de armamento a Ucrania, lo que ha contribuido a caldear el ambiente. No obstante, ¿esas armas estaban destinadas a hacer frente al ejército ruso? No lo creo así, puesto que las armas antitanques compradas solo tienen un alcance entre 600 metros y 2 kilómetros (JAVELIN y NLAW), por tanto serían efectivas para enfrentamientos en corta distancia, mientras que Rusia tiene armas de largo alcance que han sido usadas en los primeros días del conflicto para destruir las infraestructuras militares ucranianas cercanas a la frontera.
El tema energético tampoco ha sido menor en la cuestión ucraniana, ya que la UE es deficitaria en recursos energéticos y desde que comenzó la escalada de tensión en el Donbass las importaciones de gas ruso a Europa se han reducido considerablemente, mientras que las de EEUU han aumentado, convirtiéndose desde diciembre de 2020 en el principal productor mundial de gas licuado. Además, recordemos que Alemania ha cerrado el gaseoducto Nord Stream 2, por tanto el gas ruso no llega a Europa en los niveles que lo hacía hace unos años. Con esta situación no es extraño pensar que Rusia vire hacia China, puesto que incluso ya está construyendo un nuevo gaseoducto para suministrar al país asiático (Power Siberia 2).
También Rusia ha puesto de su parte para que la situación haya llegado a este punto. Primeramente, recordemos que Rusia no es un país comunista, aunque a muchos le encantaría para poder aumentar los teóricos muertos del comunismo, pero Putin es un liberal de manual, líder de un partido de derechas (Rusia Unida) y en su ideario no está la defensa de la socialización de los medios de producción. De hecho, los medios españoles tienen un problema cuando hablan de la oposición rusa a Putin, puesto que siempre lo definen como “la oposición” sin nombrar quienes son, debido a que si lo harían tendrían que decir que es el Partido Comunista Ruso, el cual ha conseguido sus mejores resultados en las últimas legislativas desde 1995 (más de 10 millones de votos). Muchos de estos comunistas se están manifestando en Rusia contra la guerra y están siendo detenidos por las fuerzas policiales rusas.
Por otro lado, Putin tampoco ha actuado frente a la ultraderecha de su país y de Europa, puesto que son parte del sistema capitalista y no le suponen ningún freno a su mandato. Tampoco olvidemos que el presidente ruso es profundamente anticomunista. Esta afirmación podemos comprobarla en unas declaraciones en las que decía que la Ucrania moderna fue creada “total y absolutamente” por los bolcheviques. Si bien en otras más recientes ha demostrado la falsedad que le caracteriza, pues si en un principio había sostenido que podía descomunizar Ucrania, el primer día después de la invasión mantenía que tenía que desnazificar aquel país, una cosa y lo contraria al mismo tiempo. Cualquier excusa es buena para el presidente ruso para justificar su intervención bélica, primero como adalid del liberalismo y luego como defensor del pueblo ucraniano frente al nazismo, como si fuera un soldado del Ejército Rojo. Una hipocresía sin límites.
Rusia también tiene intereses nacionalistas e imperialistas, como EEUU, que responden a la necesidad de recuperar viejas reclamaciones territoriales y áreas de influencia. Como dice Roberto Vaquero, es lógico que Rusia pretenda crear un estado tapón para frenar el expansionismo de la OTAN, aunque en su estrategia geopolítica podría en un futuro anexionar las Repúblicas recién reconocidas el gobierno ruso el 21 de febrero. Ya sea con la creación de un Estado satélite o con una futurible anexión, el territorio que estaría en la órbita de Rusia podría abarcar hasta el Dniéper, una frontera natural que a su vez garantizaría todavía más la seguridad península de Crimea.
Por último, no solo en Ucrania ha habido una intervención rusa, no hay que olvidar los intereses que se ocultan tras su actuación en Siria, en Armenia u Osetia del Sur. En estos países Putin ha demostrado que los intereses nacionales rusos están por encima de cualquier otra consideración social.
Quiero finalizar enviando todo mi apoyo para el pueblo ucraniano en esta hora sombría que está viviendo. No a ninguna guerra imperialista entre los pueblos, incluidas todas las que se están produciendo paralelamente a esta, en Yemen o Palestina por citar algunos casos.
1 Para saber más sobre el origen y el desarrollo del conflicto recomiendo consultar la web de “Ahí les va”, puesto que su canal de Youtube ha sido censurado en España, y los últimos vídeos-debate del canal de Roberto Vaquero.
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