El oso de O Castro

«Los políticos en este país llevan décadas haciendo desaguisados en una especie de carrera ridícula de gasto público que les permita hacer inauguraciones».

Por Iria Bouzas

Estoy pasando unos días de vacaciones en Vigo, la ciudad en la que nací, crecí y de la que nunca me he ido del todo porque da igual el tiempo que lleve fuera, siempre que cierro los ojos puedo sentir esta ciudad maravillosa con su olor a salitre trepándome por dentro de la nariz.

Es la segunda vez que piso mi ciudad en casi dos años y durante este tiempo, además de vivir una maldita pandemia, a mí la vida me ha dado el regalo de ser madre. Desde que sentí a mi hija dar vueltas dentro de mí por primera vez, soñaba con el día que pudiese llevarla a jugar al lugar al que me llevaban a mí cuando era niña, el monte de O Castro. Un lugar tan hermoso, tan lleno de flores y de risas de niños que mi capacidad como juntaletras se queda extremadamente corta  para intentar describirlo.

En O Castro hay un oso de piedra que lleva allí desde que yo tengo memoria. Un oso al que iba a ver cada tarde cuando era niña y en el que me subí innumerables veces aupada primero por los brazos de mi abuelo Antonio y luego sola cuando fui algo mayor.

Supongo que debieron sorprenderse mucho hace unos días unos señores que estaban sentados junto a ese oso cuando vieron a una mujer hecha y derecha derrumbarse llorando al abrazar a esa enorme figura de piedra mientras le susurraba “ya estoy aquí otra vez viejo amigo, vengo a presentarte a mi hija”.

El oso de piedra de O Castro, mi viejo y querido amigo  me ha hecho pensar. El patrimonio urbano no es solo un tesoro cultural, es también un tesoro emocional. Los políticos en este país llevan décadas haciendo desaguisados en una especie de carrera ridícula de gasto público que les permita hacer inauguraciones que muchísimas de las veces no han estado justificadas ni por su utilidad ni por su valor para los ciudadanos. Políticos que han construido tranvías sin pasajeros que con el tiempo han tenido que dejar parados por falta de fondos. Políticos que han apadrinado rotondas a ninguna parte en medio de la nada llenas de obras de arte que jamás nadie se parará a admirar.

España está llena de aeropuertos sin aviones, puentes que no cruza nadie y carreteras por las que no circula ningún coche. Y para construir todo eso, además de ingentes cantidades de dinero público, se han llevado por delante los osos de piedras de muchas generaciones.

Mi adorado oso de piedra sigue en O Castro. Lo abracé, lo besé y pude acercar a mi hija para que le acariciase las orejas. Quizás podrían quitarlo y poner en su lugar una superpantalla LED con trillones de megapíxeles en los que proyectar imágenes en 8K de osos de piedra de todos los países del Mundo. Seguro que eso sería algo que inaugurar y que provocaría el suficiente interés para que algún político saliese en los medios de comunicación durante tres minutos de fastuosa gloria.

Pero yo solo quiero que mi oso de piedra siga donde está tal y como está. Solo quiero que lo reparen cuando se rompa. Que le limpien las pintadas de los mamarrachos que no sepan respetarlo y que de vez en cuando lo pulan un poco si le hace falta. Mil millones de pantallas, glorietas, teleféricos o monoraíles no me parecen ni de lejos tan maravillosos como mi oso de piedra.

Porque todas esas cosas, por caras y modernas que sean, no tendrán grabado el recuerdo de mi abuelo ayudándome a subir ni los sonidos de mis primos corriendo alrededor.

No creo que pueda llorar viendo una carretera o un tranvía (salvo quizás si pienso en el dinero público que ha costado) pero sí  garantizo que voy a llorar cada vez que vaya a visitar a mi oso.

Lloraré cuando mi hija sea mayor y sea ella quien vaya a saludar al oso y lloro ahora pensando que quizás sean algún día los hijos de mi hija los que vayan a saludarle y le susurren en la oreja: “Aquí estoy viejo amigo”.

No estoy en contra del progreso. La vida avanza y las ciudades también deben hacerlo. Pero el progreso no es arrasar con el pasado como se ha venido haciendo. El pasado son nuestras raíces y aunque vivamos en un mundo rápido en el que parece que se ha puesto de moda que nada sea sólido, las raíces siguen siendo fundamentales para cualquier ser humano porque son lo que nos mantiene erguidos.

La vida es dura. Cruelmente dura. Pero cuando tienes un oso de piedra al que ir a abrazar después de una pandemia sabes que es mucho más fácil seguir adelante. Cuiden de los osos de piedra. La única forma de construir un futuro mejor es respetando el pasado. Lo demás, solo son estafas.

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