El golpe que no fue y el Brasil que se viene

Mucho se especuló acerca de la reacción de Jair Bolsonaro y sus posibles acciones luego de su derrota en las urnas. Sin consenso para un golpe de Estado, al futuro expresidente solo le restaron las noticias falsas, la violencia y su núcleo fascista.

Por Ana DagorretLa tinta

Faltan poco menos de dos meses para que termine el 2022 y, con ello, para que se cierre una de las etapas más duras de la democracia brasileña. La derrota de Jair Bolsonaro el pasado domingo 30 de octubre en el balotaje puso fin a una gestión que se destacó por las reiteradas amenazas de golpe, declaraciones escandalosas del presidente y varios casos de corrupción de características insólitas, por los cuales el propio jefe de Estado y su gabinete deberán responder.

Tras la confirmación de los resultados que le dieron la victoria a Luiz Inácio Lula da Silva, el bolsonarismo comenzó a ejecutar su plan de acción. Mientras millones de personas salieron a las calles de todo el país a celebrar la derrota del mandatario frente al candidato del Partido de los Trabajadores (PT), comenzaron a difundirse imágenes de algunas protestas. La primera llegó desde Barra da Tijuca, en Río de Janeiro, donde un grupo de personas, con camisetas de la selección brasileña y banderas nacionales, exigían la “intervención federal” para terminar con el “fraude”.

Con el correr de las horas, otras imágenes se difundieron desde diferentes puntos del país. Allí, se veían grupos de no más de 30 personas, algunos de los cuales contaban con la participación de camioneros, que iniciaron una serie de cortes de ruta. Se calcula que fueron más de 500 en, al menos, 22 estados. La consigna era la misma: una intervención militar como respuesta al fraude que había decretado la derrota de Bolsonaro.

Con poca convocatoria, pero con la plena omisión de las Policías de Caminos -en algunos casos, hasta contaron con el apoyo de estas fuerzas-, los cortes se sostuvieron por varios días. Pero lejos de generar adhesión a la causa, las manifestaciones comenzaron a generar un amplio malestar, incluso entre electores de Bolsonaro. Testimonios de camioneros con entregas atrasadas, choferes de taxis y Uber, así como ciudadanos y ciudadanas comunes relatando demoras de hasta tres horas para realizar recorridos de pocos kilómetros, daban cuenta de una insatisfacción que nada tenía que ver con el resultado de la elección.


Mientras el grueso de la población intentaba retomar su rutina de trabajo tras los comicios más disputados y violentos de la historia del país, en varias ocasiones, las protestas se volvieron objeto de burla. Imágenes difundidas por redes sociales se viralizaron rápidamente al mostrar a los y las manifestantes celebrando en llanto la supuesta prisión del presidente del Tribunal Superior Electoral (TSE), Alexandre de Moraes, por su actuación durante la contienda electoral. Aún tratándose de una noticia falsa fácilmente detectable, la veracidad de dicha información no parecía ser una preocupación de quienes estaban presentes, que festejaron llorando y a los abrazos.


En otro de los momentos registrados a través de redes sociales, los y las manifestantes celebraban el hecho de que una supuesta auditoría del proceso electoral había arrojado que existieron fallas graves durante la disputa. La información detallaba un supuesto análisis de algoritmos como prueba y adelantaba la llegada de una supuesta autoridad de la Corte Internacional de Justicia de La Haya como testigo.

En lo que fue, sin dudas, la imagen más difundida de las protestas, un hombre con camiseta de Brasil aparecía colgado de la parte delantera de un camión. Según el chofer, el manifestante intentó impedir que rompiera el bloqueo, subiéndose al parabrisas del vehículo. Lejos de lograrlo, el sujeto viajó por varios kilómetros de esa manera y fue registrado en diferentes trayectos.

Pero si bien las protestas dejaron una serie de instantáneas que sirvieron al entretenimiento de millones de personas, lo cierto es que también se observaron otras que despertaron preocupación. El miércoles 2 de noviembre, feriado nacional por el Día de los Muertos, Río de Janeiro y Santa Catarina fueron escenario de manifestaciones multitudinarias.

En Río, unas 15.000 personas se convocaron frente a la estatua de Duque de Caxias, exsede del Ministerio del Ejército durante la última dictadura militar, para pedir la actuación de las Fuerzas Armadas. Ya en São Miguel do Oeste, interior de Santa Catarina, un grupo de manifestantes que se encontraba frente a un cuartel militar realizó el saludo nazi mientras entonaba el himno de Brasil.

En Belém, capital del estado de Pará, fueron registradas escenas de agresiones de grupos de bolsonaristas contra alumnos de la escuela Pedro Amazonas Pedroso. Con gritos, golpes y amenazas, los extremistas enfrentaron a los alumnos debido a la insatisfacción producida por el resultado del balotaje. En ninguna de dichas manifestaciones antidemocráticas existió actuación de las fuerzas de seguridad, ya sea para reprender la apología al fascismo o resguardar la seguridad de los y las adolescentes.

Brasil derecha movilizacion la-tinta

Si algo queda en evidencia, tanto con la algarabía de la militancia ante las noticias falsas como con la utilización de gestos que evocan prácticas fascistas y con la violencia ejercida contra estudiantes secundarios, es el hecho de que existe otro Brasil que empieza a vislumbrarse. Ya no se trata de una derecha organizada en torno a un proyecto de poder, sino de un movimiento en donde confluyen la desinformación, el discurso de odio y la violencia física y verbal como forma de hacer política.

Con pocas semanas por delante para el cambio de gestión, la preocupación que surge es el abordaje que hará el nuevo gobierno de estos movimientos. La infiltración de ideas fascistas en las fuerzas de seguridad y en las instituciones que dan vía libre a estos movimientos, que son claramente antidemocráticos, pone de manifiesto una de las tantas dificultades que enfrentará Lula y su gabinete a partir de enero de 2023.

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