El bien como concepto para luchar contra la realidad posmoderna

Debemos llenar de significado nuestras luchas de barrio, de centro de trabajo, de peticiones justas y necesarias para el bien común.

José Antonio Martín Acosta

Para poder superar lo que ha supuesto el posmodernismo en nuestro país es preciso recuperar, reinterpretar y valorar los viejos olvidados de esa maravillosa ecuación que es la vida. En esta sucesión de artículos para Nueva Revolución trataré de hablar de recuperar los valores del valor, la verdad, la realidad, el bien y la solidaridad. Hoy trataremos el tema del bien.

Para ello se hace pertinente, e incluso necesario, salir del solipsismo que nos ha impuesto esta revolución hacia dentro que es el mundo posmo. Nos han tratado de engañar poniéndonos delante de un espejo y negando toda imagen fuera de nuestro corto campo visión. Somos miopes emocionales y de lo único que estamos seguros es de nuestra propia existencia.

Para salir de este egocentrismo infantilizante resulta crucial utilizar un tono emancipador y comenzar a definir lo que para nuestra cultura, larga y próspera en cuanto a teorías y contactos con otras culturas, es el bien. Así se puede considerar al bien como el valor otorgado a la acción de un individuo, comunidad o sociedad, motivada por una comprensión de su entorno, de las personas que lo rodean y de uno mismo. Las religiones han contemplado el mundo como una lucha del bien contra el mal y por ello se promueve la virtud como camino del bien y se condena el pecado como camino del mal. Para la filosofía, sin embargo, hay una división entre la teoría metafísica, para la cual el bien sería la realidad perfecta o suprema; y la teoría subjetiva, según la cual el bien es lo deseado y se consigue realizando acciones para ese fin. La una es absoluta y la otra es relativa. Para nosotros, tan apegados a la ciencia, que miramos a la razón con respeto, es difícil justificar lo absoluto. Sin embargo la relativista no es menos crucial ya que supone que las actitudes básicas del ser humano, como el amor o el miedo, se asocian con el bien y el mal y que producirían efectos distintos según las épocas. Si no existe una actitud mejor que otra entonces no nos vemos obligados a adoptar sino aquella que nos beneficia, perdiendo así el concepto del bien. No obstante existen cuatro ámbitos donde un ser desesperado de la realidad posmoderna deberá actuar para tener conciencia del bien.

Una frase de Jean Paul Sartre viene a decir que los nazis fueron excelentes pedagogos porque nos enseñaron a tomarnos en serio lo que significaba el mal. A la luz de esta reflexión comenzamos a descubrir los cuatro ámbitos donde debemos intervenir para cambiar el mundo. El ámbito del conocimiento, la ciencia, la teoría, deben salir de su aparcamiento generacional y desterrar a la duda posmoderna, relativista y retrógrada, al estercolero de la historia porque no se trata de una duda constructiva sino de una duda reduccionista de la realidad que nos aboca a renegar de todo, y renegar de todo significa que no tenemos un piso firme donde plantar la bandera del conocimiento. Hemos abandonado a su suerte a los profesores y profesoras del mundo académico, que están siendo asaltados en su libertad de cátedra por verdaderos petimetres que, justificándose en supuestas ofensas, están acabando con la libertad de pensamiento guiándonos por el peligroso sendero del pensamiento único de múltiples minorías ofendidas. La política de los sentimientos personales no debe entrar en el ámbito del conocimiento porque escuchar, como hiciera Ulises, a las sirenas de la duda, no significa olvidar los grandes relatos, quienes los escribieron y quienes los tienen que contar, sino avanzar hacia una realidad informada teniendo en cuenta 5000 años de Historia.

También será en el ámbito de la realidad, donde a la evasión, a la alienación y al solipsismo se debe oponer el encuentro con la realidad de los otros saliendo del yo que genera la división cultural, política y económica del sálvese quien pueda. Es, por tanto, una realidad proletaria la que debe oponerse a la realidad arbitraria del posmodernismo en su versión más capitalista y salvaje. Por ello debemos hacer repuntar la crónica sagaz y efectiva de la realidad ofrecida desde un espacio libre de deudas con el capital, fomentando un periodismo crítico, comprometido y metido de lleno en la realidad material del mundo que debe representar, la ciudadanía de a pie. Huyamos pues de los grandes medios de comunicación.

Pero existen además ámbitos más personales donde es necesario incidir desde un punto de vista personal. El ámbito de la ética es uno de ellos, donde al cinismo y al desencanto provocados por las sucesivas crisis económicas, identitarias y de consumo, debemos oponer antiguas virtudes como el valor épico cotidiano, reflejado en la vida al día del obrero y la obrera de hoy. Y también la alegría trágica de proyectar el futuro con esperanza, con optimismo justificado en la lucha cotidiana, en el esfuerzo colectivo, creando así una especie de épica del fracaso que ha de llevarnos a la victoria.

Por último no quisiera olvidar el ámbito político, donde debe ser primordial un repunte del compromiso político y de militancia sin sillón. Debemos de llenar de significado nuestras luchas de barrio, de centro de trabajo, de peticiones justas y necesarias para el bien común. Dejaremos, por tanto, al margen las luchas partidistas y el efectismo de la demagogia y el dogmatismo, que, en parte, nos han traído hasta aquí y deberemos resaltar la importancia del compromiso político durante toda nuestra existencia porque es bien sabido que los derechos adquiridos por los padres suelen ser abolidos en la época de los hijos. Aprendamos de la oportunidad que nos otorga la historia de los conflictos sociales y no cejemos en el empeño de salir a la calle todos los días de nuestra vida porque, como dice Simone de Beauvoir: “no olvidéis nunca que bastará con una crisis económica, política o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Esos derechos nunca se dan por adquiridos. Debéis permanecer vigilantes durante toda vuestra vida.” Permanezcamos pues vigilantes.

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