Si algo se puede afirmar a día de hoy es que nos encontramos ante un punto de inflexión en el desarrollo de la guerra en Ucrania.
Por Oriol Sabata
Según apunta la revista Foreign Policy, en las últimas semanas la Administración Biden ha reducido considerablemente el envío de armamento a Kiev. Un primer motivo de peso sería que Washington ya no confía en que Ucrania pueda derrotar militarmente a Rusia.
En estos momentos existe un choque de opiniones entre los congresistas y los funcionarios del Pentágono: desde los círculos políticos impera el descontento y el malestar y se exige brindar mayor asistencia militar a Kiev. El Pentágono, por su parte, advierte que se está gastando mucho dinero en una guerra cuyo desenlace pinta incierto para los intereses atlantistas. Además, recuerdan que resulta imprescindible garantizar un mínimo arsenal para el Ejército de EE.UU ante una posible confrontación bélica directa con Rusia u otras potencias. Aquí entra también una cuestión de recursos: actualmente EE.UU no puede fabricar municiones lo suficientemente rápido como para reemplazar las que se están mandado a Ucrania. Hay un peligro real de desabastecimiento que afectaría a su seguridad nacional. Y esto los hooligans del Congreso no lo entienden.
Precisamente la reducción en la ayuda a Ucrania genera cierto temor en el seno de la OTAN ya que creen que podría generarse un efecto contagio entre los estados miembros, que podrían optar también por recortar sus envíos. En el mes de noviembre, The New York Times informaba que 20 de los 30 miembros de la OTAN se están quedando sin armamento para suministrar a Kiev en medio de un consumo nunca visto desde la Segunda Guerra Mundial.
Esta realidad entra en contradicción directa con la narrativa que se ha lanzado desde la Casa Blanca y la Unión Europea, en la que aseguran que la victoria de Kiev sobre Moscú es «inevitable».
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