Diana Cordero, la pintora que retrata la nostalgia industrial

Por Angelo Nero

Diana Cordero retrata la nostalgia. La nostalgia de un Vigo Industrial, que llenó el litoral de esta ciudad atlántica de grúas, cabrias, guindatres, pontones, contenedores, gigantes de hierro que dibujaron un paisaje humanizado donde antes había arenales y roquedos, puertos pesqueros y hasta casas de baño. Un paisaje que generó también miles de empleos y que fue el motor económico, junto con la pesca y la industria conservera, también en franco declive, de toda la comarca.

Hoy la mayoría de esas grúas están inmóviles, como en un cuadro. Barreras y Vulcano, los astilleros más emblemáticos de la ciudad, ya no tienen prácticamente actividad, empujando a todo el sector naval, un buen número de pequeños talleres y tiendas que crecieron al albor de los astilleros, a una profunda depresión.

Nostalgia, sí. Me da mucha pena que las grúas estén paradas. Por culpa de conflictos políticos, de intereses económicos, incluso de peleas entre partidos, y eso me da muchísima rabia. Pero yo soy optimista. Son cinco siglos los que llevan trabajando los astilleros gallegos, y han tenido muchísimas crisis y han sabido salir de todas ellas. Espero que con sus trabajadores, que siempre fueron súper valientes y súper peleones, espero que se arregle poco a poco la situación, y que vuelvan a construír barcos.

Los pequeños astilleros se están manteniendo bien, en los tres grandes es donde está el problema, pero bueno, yo creo que acabaran saliendo adelante. Y si no, quedarán en los cuadros para siempre… No, ahora en serio, espero que las grúas no queden como reclamo para el turismo, como unas torres inmóviles mirando con nostalgia hacia el mar.

Quizás no sea casual que Diana Cordero tuviera la pulsión de retratar esta nostalgia de la industria naval cuando, después de veinte años trabajando como contable, fuera despedida. ¿Cómo comenzó, Diana, esa relación tuya con el paisaje industrial de tu ciudad, hasta convertirse en el centro de tu universo creativo, en que momento te convertiste en la pintora de las grúas?

Yo estudié Empresariales en Vigo, en el CUVI, me licencié, tardé mucho, porque no me gustaba nada la carrera. Y después estuve trabajando de administrativa y de contable muchísimos años. No me gustaba nada, pero era un sueldo. Después, con la crisis, acabaron cerrando las tres tiendas propias de la cadena de electrodomésticos donde trabajaba, una detrás de otra, y cuando cerró la tercera me tuvieron que despedir, me indemnizaron y me fui.

Yo ya llevaba pintando en clases con Cristina Fernández Núñez, y cuando me despidieron me dediqué a pintar a tiempo completo. Porque, total, en mi trabajo era muy difícil encontrar nada, había gente muy preparada con varios idiomas, gente más joven. Total, que seguí pintando, mientras estaba en el paro, y me dije, pues voy a seguir pintando.

Comenzaste a formarte en el taller de Cristina Fernández Núñez, de donde han salido grandes artistas como las hermanas Yarza, premio nacional de diseño, donde aprendiste a experimentar con diferentes técnicas y texturas. ¿Por cuales te has decantado para encontrar ese estilo tan personal que te ha llevado hasta la pintura industrial?

Un día le saqué una foto a las grúas del puerto de Vigo, esas dos azul marino que están de adorno, con el fondo del mar, con una palmera, y pinté ese cuadro, y seguí a mi manera. En el taller se pintaba todo con óleo, y aprendía a mezclar colores perfectamente. Con cinco colores puedo hacer toda la gama del mundo, gracias a las enseñanzas de Cristina Fernández. Después dejé las clases y en casa experimenté con el acrílico, y me cambié a esa técnica, porque el acrílico seca muy rápido, es más cómodo, más limpio, los pinceles se lavan con agua, y además los acrílicos que fabrican ahora son muy buenos.

Empecé a pintar grúas, comencé a abstraerme un poquito, ya no pintaba sobre fotos como en el estudio, me fui soltando e hice mi primera exposición en el mítico Cosmos, en la Plaza de la Princesa, en la que se vendió todo. Y ese fue el principio, donde vi que a la gente le encantaba el paisaje de Vigo.

Esa exposición fue en el 2017, y toda la gente que me conocía me vio en el Faro de Vigo, en la prensa local, y me decía: “Diana, ahora pintas, que raro, de contable toda la vida, y cambiaste totalmente de profesión”. Y si, al final agradecí el despido, porque no me hubiera decidido de otro modo, fue casualidad de la vida, la verdad, fue suerte.

En tu familia tienes varios miembros que han trabajado en el puerto de Vigo, e incluso alguno que ha sido gruista, imagino que eso también te ha condicionado para intentar plasmar ese mundo donde han trabajado tantas generaciones de vigueses. ¿Qué sientes al ver ahora esas grúas detenidas, después de ver, durante tanto tiempo, como cada día adquirían un nuevo movimiento?

Toda mi familia, mis padres y mis tíos, eran de Zamora, y en los años sesenta se fueron viniendo todos a Vigo, porque allí no había futuro. Entonces empezaron a trabajar todos en el puerto, porque era donde había trabajo siempre, en el transporte, en la descarga, en los astilleros, en la pesca… había oferta de empleo de todo tipo, y se metieron todos allí. Hasta mi padre, que hubo un tiempo que descargaba merluza, pulpo, plátano, lo que fuese, por la noche, y por el día trabajaba en otra cosa. Todavía tengo dos primos que siguen trabajando allí. Los demás están jubilados.

Eso fue un progreso para mi familia brutal, un cambio de vida radical, y se quedaron aquí, en Vigo, para siempre, porque están enamorados de la ciudad, y nosotros también. Yo  creo que aquí se vive mejor que en cualquier lugar de España.

Tus cuadros han comenzado a recorrer el mundo, como una suerte de embajada, demandados por esa diáspora viguesa que tiene “morriña” de esa ciudad de la que, a menudo, se han tenido que marchar por falta de oportunidades. ¿Qué sientes cuando tus obras viajan a Londres o a Berna, para llevar un trocito de Vigo a las casas de los que la añoran?

La gente empezó a comprar algo, al principio se vendía poco, ahora cada vez más, y estoy contentísima, tengo muchos encargos, cuadros muy grandes para viviendas, para empresas. Ronautica, una empresa naval, el otro día me compró dos cuadros y me encargó un mural para la sala de juntas, toda una pared. Una pareja que está construyendo una casa en Mos, me dijeron que querían un cuadro grande de grúas. De Santiago de Compostela me llamó una chica que está enamorada del entorno del Museo del Mar y del Faro de Alcabre, y me pidió un cuadro gigante para su vivienda.

Pero lo que más ilusión me hace es cuando la gente que se fue fuera, por necesidades de trabajo, y que tienen morriña de Vigo, me piden cuadros de contenedores, de grúas, de mar, de paisajes industriales de la ciudad. A la gente joven, sobretodo, le encanta ese paisaje y lo echan de menos. Y yo feliz cuando, como el otro día, se va un cuadro grande a Londres, a casa de una pareja, ella arquitecta y el ingeniero industrial, de nuestra diáspora. También a Suiza, a Italia. En la Toscana, se fue una obra mía a la casa rural de una chica de Vigo que se fue a vivir allí, con su pareja italiana, por amor. En España, amigas y conocidos que viven en Tarragona, en Barcelona, otra que vive en Burgos…

Eres integrante de colectivos como Alterarte Vigo y del grupo Numen, ¿crees que es necesario buscar al colectivo, para enfrentar ese vacío en el tejido cultural de nuestra ciudad, que a menudo no le da la importancia que se merece a los creadores que tenemos aquí, hasta que tienen algún tipo de reconocimiento fuera?

Alterarte fue creada en 2005, y yo me asocié en 2017, cuando yo no tenía ni idea de nada del mundo del arte, me acababan de despedir, y todavía estaba en el taller de Cristina Fernández. Me asocié por dos conocidas que me animaron y me dije, no pierdo nada tampoco y voy a aprender. Y aprendí, a través de la asociación, a exponer, y además con la posibilidad de exponer conjuntamente, porque sola es muy difícil, y además en Vigo no hay sitios para exponer, y en una sala como Abanca es carísimo. Con la asociación expones colectivamente, pagas poco y, por lo menos, te van conociendo.

Con Numen llevo poco tiempo, somos cuatro artistas que nos conocimos en Alterarte y decidimos hacer nuestro propio camino. Hicimos un par de exposiciones, pero con la pandemia se paralizó todo. Pero vamos a continuar, y tenemos otro proyecto en mente para exponer en algún sitio, aunque no es fácil, en Vigo hay un vacío cultural, y si no tienes dinero no hay manera.

Yo sigo exponiendo en bares, la gente que me sigue se puede tomar una cerveza y, si quieren, pueden ver los cuadros allí, porque tampoco tengo un estudio, de momento sigo pintando en mi casa. Para nosotras no hay ayudas, ni las administraciones, ni el concello, a donde fuimos pedir una sala para exponer y no nos hicieron ni caso. En Galicia es difícil, pero en Vigo es ya imposible.

Gracias que existen las redes sociales, donde puedes mostrar tu trabajo, es una galería virtual gratis, y te puede seguir la gente que quiera. Yo tengo seguidores de todo el mundo, por ejemplo, una señora de Gdansk, en Polonia, una ciudad muy industrial también, con muchas grúas, que me pidió que le regalara un pincel firmado.

También hay periodistas, como vosotros, que gracias a que os fijáis en mi obra, a mis paisajes industriales, nos vamos dando a conocer, porque si no sería imposible.

1 Comment

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.